La guerra española en
África
abrió las puertas al uso del
gas mostaza contra civiles
Un episodio
desconocido de
la historia
colonial de España
Nota del editor – El siguiente artículo
fue publicado originalmente por The Conversation y fue escrito por el doctor Alejandro
Quiroga Fernández de Soto. El autor es doctor en ciencias políticas por la
London School of Economics, Investigador Senior Beatriz Galindo en la
Universidad Complutense de Madrid y Reader en Historia de España en la
Newcastle University. Sus trabajos se centran en el estudio de los
nacionalismos y las identidades nacionales en la España del siglo XX y XXI. Es
autor de Los orígenes del Nacionalcatolicismo (Comares 2006), Haciendo
Españoles, La nacionalización de las masas en la Dictadura de Primo de Rivera
(1923-1930) (Centro de Estudios Políticos y Constitucionales 2008) España
reinventada. Nación e identidad desde la Transición (Península 2007), con
Sebastian Balfour, y Goles y banderas. Fútbol e identidades nacionales en
España (Marcial Pons 2014). Su último libro es Miguel Primo de Rivera,
Dictadura, populismo y nación (Crítica 2022).
Por Alejandro Quiroga
Fernández de Soto
El uso de armas
químicas contra la población civil es uno de los episodios más desconocidos de
la historia colonial española en el norte de África.
El motivo de esta
ausencia es doble. Por un lado, el Protectorado de Marruecos ha ocupado un
lugar secundario en la memoria histórica de los españoles. Generalmente
vinculado a derrotas militares, como las del Barranco del Lobo (1909) y Annual
(1921), y a alguna victoria, como la de Alhucemas (1925), la historia del
Protectorado (1912-1958) ha solido aparecer en las narrativas españolas cuando
lo ocurrido en África ha tenido un impacto directo en la Península Ibérica.
Soldados españoles en acción
En segundo lugar, el
uso de gas mostaza contra la población civil en los años 20 del siglo pasado
fue un acto de guerra ilegal, contrario a convenios internacionales de los
cuales España era signataria, por lo que los gobiernos hispanos intentaron
mantenerlo oculto.
Que el gran público
desconozca el uso de armas químicas en la Guerra de África no quiere decir que
los historiadores no hayan tratado el tema. Los estudios de Sebastian Balfour,
María Rosa de Maradiaga, Carlos Lázaro y, más recientemente, Daniel Macías han
analizado uno de los aspectos más oscuros de la guerra colonial.
Estos historiadores
coinciden en que lo que llevó a los españoles a decantarse por la utilización
de armas químicas fue una mezcla de deseo de venganza contra los rifeños, en
particular tras el Desastre de Annual, y de pragmatismo militar, ya que el uso
de gases tóxicos permitía disminuir el número de soldados propios implicados en
el conflicto y, por lo tanto, la cantidad de bajas.
Fuerzas de España desembarcan en África
Aunque se ha comentado
que España fue el primer país en utilizar armas químicas contra la población
civil, es difícil decirlo de un modo categórico. Los británicos fueron acusados
de usar gases tóxicos contra la población rebelde en Mesopotamia (hoy Irak) en
1920, pero parece que por cuestiones técnicas no pudieron hacerlo.
La guerra de África
La Guerra del Rif tuvo
su origen en la expansión colonial europea en el norte de África a principios
del siglo XX. Los tratados de Algeciras (1906) y Fez (1912) crearon un
protectorado español y otro francés en el norte de Marruecos. Las tensiones con
las tribus rifeñas fueron constantes en el protectorado español desde el
principio y el ejército se vio obligado a mandar un número importante de
soldados de reemplazo a África.
En España la guerra se
volvió muy pronto profundamente impopular, en particular entre las clases bajas
que no podían pagar para librarse del servicio militar. En julio de 1909 una
movilización de tropas decretada por el gobierno de Antonio Maura dio lugar a
virulentas protestas en Madrid y Barcelona, que desembocaron en la Semana
Trágica en la capital catalana.
Superioridad en armas sobre las tribus africanas
En los años sucesivos,
los enfrentamientos y escaramuzas entre españoles y rifeños fueron constantes.
En 1921, la rebelión de las cabilas rifeñas se extendió por la mayoría del
protectorado español. En julio de ese año, un intento de ampliar el dominio
territorial del protectorado liderado por el general Manuel Fernández Silvestre
acabó con una sonada derrota, la muerte de unos 8 000 españoles y una profunda
crisis política en la Península Ibérica.
La decisión de utilizar
armas químicas en el conflicto se tomó a finales de 1921, tras el desastre de
Annual. En un principio, España tenía un problema fundamental, ya que, al no
haber participado en la I Guerra Mundial, carecía de un arsenal de gases
tóxicos.
Sin embargo, los
españoles aprendieron rápido y, en junio de 1922, la Comandancia General de
Melilla ya había instalado un taller para producir “proyectiles de gases” para
cañones con los que se bombardeaba al enemigo desde posiciones terrestres.
En octubre de ese año,
el rey Alfonso XIII auspició una comisión en la que se propuso que la aviación
utilizara armas químicas. Pocos meses más tarde, los pilotos españoles
comenzaron a bombardear a los rifeños con gas mostaza. En un principio las
acciones de la aviación española no fueron muy numerosas. La fuerza aérea no
tenía muchos aviones y las bombas escaseaban.
Dictadura militar y armas
químicas
Pero las cosas
cambiaron considerablemente con la llegada al poder del dictador Miguel Primo
de Rivera en septiembre de 1923, quien dio una importancia especial a la
utilización de armas químicas. En pocos meses, la Dictadura incrementó de un
modo notable el número de bombardeos aéreos. En 1924, según recogía un informe
de subsecretario del Ministerio de la Guerra, las factorías armamentísticas “se
pusieron en régimen de trabajo día y noche”, llegando a producir “350 bombas
diarias” en la Fábrica de Artillería de Sevilla.
Tropas españolas junto a una pieza de artillería de montaña
Se incrementó, así, el
uso de gases tóxicos, en particular iperita, y bombas incendiarias. A
principios de 1924 llegaron a Melilla técnicos alemanes para ayudar en la
fabricación de armamento químico. A finales de 1924, España comenzó la
producción sistemática de bombas de iperita para la aviación.
Aunque no fue la
primera ni la única, una fábrica importante fue la de La Marañosa, a las
afueras de Madrid. Destacó en la producción de gases tóxicos por parte de
ingenieros alemanes durante la dictadura de Primo de Rivera. Luego, durante la
Segunda Guerra Mundial, las autoridades franquistas permitieron a los técnicos
nazis que reconstruyeran la fábrica para suministrar armas al Ejército alemán.
El uso de armas
químicas cobró más relevancia en los años 1924 y 1925 al replegarse las tropas
españolas en un espacio relativamente pequeño del Protectorado. La denominada
Línea Estella dejó en manos de los rifeños tres cuartas partes del territorio
español, lo que permitió al Ejército primorriverista utilizar gas mostaza en
amplios sectores controlados por los rebeldes.
Los aviadores españoles
bombardearon poblados y zocos, ya fuera el día de mercado o la víspera, de
manera que, dada la persistencia de la iperita, el lugar quedaba contaminado
durante dos o tres semanas.
El uso sistemático de
iperita, que provoca quemaduras en la piel, inflamación de los ojos, ceguera,
vómitos y, por supuesto, asfixia, contra la población no combatiente nos
muestra la poca consideración que tenían Primo de Rivera y sus oficiales por
los civiles rifeños.
Venganza de las tribus en enfermería española
Deshumanización y
brutalidad
Como en tantos otros
casos de colonialismo europeo a principios del siglo XX, muchos españoles
consideraron a la población colonizada como unos animales bárbaros e
incivilizados, que no alcanzaban la categoría de seres humanos. Este proceso de
deshumanización fue fundamental para poder gasear a mujeres y niños sin que,
según los datos que tenemos, se produjeran protestas significativas entre la
oficialidad española.
Los rifeños por su
parte respondieron con un alto nivel de brutalidad. Los prisioneros españoles
fueron, a menudo, utilizados como escudos humanos ante los bombardeos de la
aviación colonial. Tampoco faltaron las decapitaciones de pilotos españoles
capturados por las tropas de Abd-el-Krim –el cabecilla de la resistencia contra
las administraciones coloniales de España y de Francia durante la guerra–. Este
tipo de actuaciones, sumadas a la fama de traidoras que atesoraban las tribus
rifeñas, intensificaron la idea del marroquí como salvaje que tenía que ser
civilizado por el colonizador europeo.
El empleo de gases
tóxicos comenzó a reducirse tras el éxito español en el desembarco de Alhucemas
en septiembre de 1925. A medida que las tropas españolas fueron recuperando
territorio, la utilización de las armas químicas se hizo menos práctica debido,
precisamente, a la contaminación que producían en el terreno bombardeado.
Artillería contra los tribeños del Rif
El fin de la guerra en
julio de 1927 supuso el abandono de la utilización de los gases. Atrás quedaban
miles de rifeños y españoles muertos y miles de marroquíes con quemaduras,
ceguera y enfermedades respiratorias.
Atrás quedó, además, el
recuerdo de una guerra salvaje, en más de un aspecto, que vino a forjar una
parte fundamental de la historia de España en el siglo XX.
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