Respetado hombre de
prensa vivió sus últimos
años en Arequipa
Su esposa lo siguió
tres meses después
Por
Luis Eduardo Podestá
Permítanme,
colegas, recordar hoy, víspera del Día del Periodista, nuestro día, a un
periodista a quien me unieron lazos de amistad imperecedera y camaradería,
fallecido el año pasado y quien hoy hubiera celebrado 94 años de fructífera
existencia.
Víctor
Salas Bartra, a quien llamamos con cariño “Padre Eterno”, por su imagen de
barba cana y su sonrisa siempre abierta a la amistad, fue arrebatado por la
muerte el 12 de julio de 2020 y tres meses después lo siguió su esposa María
Teresa Barboza Boüillón.
Con
Víctor Salas nos conocimos en 1958, un día como hoy, durante un congreso de la
Federación de Periodistas del Perú, celebrado en la ciudad de Piura.
Entonces
yo era redactor del diario El Pueblo y formé parte de la delegación de Arequipa
junto al ya también fallecido José Antonio Valdez Pallete, entonces
editorialista de ese diario y otros dos colegas dirigentes del Centro Federado
de la Ciudad Blanca.
En un congreso de
hace 63 años
Nos
tropezamos con Víctor Salas, por así decirlo, en el borde de la piscina del club de
empleados de la International Petroleum Company en Tumbes, que ofrecía una
recepción a los representantes del periodismo peruano reunidos en el congreso de
Piura.
Nos
dijimos salud con un vaso de whisky y comenzamos a intercambiar impresiones
sobre nuestra presencia y los fines de la cita.
Víctor
venía, también acompañado por otros colegas, representando al Centro Federado
de Periodistas de Puno.
Allí
nació nuestra amistad y nunca hemos dejado de cultivarla, a pesar de que
nuestras labores se han desarrollado en ciudades diferentes.
Cuando
trabajaba en la Associated Press (AP) convertí a Salas Bartra en un
corresponsal voluntario, porque lo llamaba a su oficina o su casa cuando
necesitaba completar los datos para una información, como las periódicas pero
sorpresivas inundaciones que provocaba el lago Titicaca sobre todo en las
épocas de lluvias.
Corresponsal de
varios medios
Él
nunca se negaba a proporcionar los datos que le pedían sobre los
acontecimientos de la región donde vivía y donde fundó una casa comercial que
se especializó en la importación de instrumentos de música, “para satisfacer
las ansias musicales a que son adictos los puneños”, dijo.
Además,
era alcalde de la provincia de Puno, “nombrado a dedo”, decía sonriente, por el
gobierno militar de Juan Velasco, lo cual no le impidió participar, con una
pierna enyesada, a la cabeza de una demostración de protesta contra el régimen.
Justificaba
su actitud en el hecho de que la policía y el ejército, llamados para disolver
las protestas ciudadanas, “no se atreverían a actuar con violencia si veían al
alcalde junto a los manifestantes”. Y así evitó lo que hubiera podido devenir en un baño de
sangre.
En la Cofradía del
Palacio
En
Lima nos encontrábamos con él y otros colegas con quienes seríamos más adelante
miembros de la Cofradía del Palacio, en un bar del centro para disfrutar de un
cebiche y unas cervezas y hablar de los endémicos males gremiales que afectaban
al periodismo.
La
Cofradía lo distinguió hace tres años con un diploma que le fue entregado en su
residencia de Arequipa, por el Presidente Vitalicio de la institución, quien viajó a esa
ciudad especialmente para el acto de homenaje al distinguido periodista.
Con
César Terán Vega, editor del diario La República, visitábamos con relativa
frecuencia la oficina del “Padre Eterno”, apodo que el impresor Apolinar
Ventura le aplicó cuando una noche lo vio entrar sorpresivamente en sus
talleres.
Víctor
Salas era un personaje infaltable en los congresos de la Federación, cuando era
una entidad que se regía por los principios democráticos que sus fundadores y
otros distinguidos dirigentes le habían impreso para hacer de ella el respetado
organismo gremial que fue.
Recuerdo
que al iniciarse los congresos, Víctor Salas pedía la palabra e invocaba a los
participantes a actuar con alegría durante el desarrollo de la cita, para
evitar las palabras fuera de tono, que dieran motivo a resentimientos dañinos
para la marcha institucional.
Así
era el Padre Eterno, a quien hoy recordarán sus familiares con un oficio
religioso en Arequipa, ciudad donde residió gran parte de su vida -sobre todo
en su madurez, porque en su juventud vivió en Puno- y a quien algunos
periodistas que lo conocieron como el hombre bueno que era, lo recordaremos
también en otros lugares del Perú.
(Imágenes de archivo del autor)
1 comentario:
Querido Luis Eduardo, una excelente memoria de mi padre. Que se nos adelantó en todo por esta tierra. Su amistad me encanta y la atesoro como mía. Gracias por el cariño y el tiempo compartido.
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