La huelga estudiantil que
dio
origen a la gran rebelión
de
Arequipa en el siglo pasado
Mensaje a mis
condiscípulos
de aquel
junio de 1950 que
vivimos en
nuestro inmortal Colegio
Por Luis Eduardo Podestá
Excondiscípulos del Glorioso Colegio Nacional de la Independencia Americana de Arequipa, colegas, amigos, familia: Permítanme abrir este recuerdo con las palabras con que inicié la segunda edición de mi libro Cuatro días de junio, presentado en Arequipa en junio de 2005 y que dediqué a quienes en 1950 eran adolescentes que buscaban el respeto y la justicia, frente al autoritarismo que regía en el plantel que nos cobijaba entonces.
Un día como hoy, 12 de junio de aquel año que marcaba la mitad del siglo XX, los estudiantes de la “I” nos declaramos en huelga, desde las ocho de la mañana. Queríamos que se atendieran nuestros reclamos, un trato justo, la facultad de hacernos escuchar a través de nuestra Asociación de Estudiantes, prohibida por el nuevo director, rendición de cuentas...
La historia es harto conocida. Mañana 13, al mediodía, vendrá el prefecto del departamento, primera autoridad política de la dictadura de Manuel Odría,
Lo recibiremos con honores, entre dos filas de estudiantes con fusiles de madera al hombro, lo llevaremos al salón de los profesores, le daríamos el asiento preferencial en la cabecera de la mesa.
Y él, la primera
autoridad, colocará su fuete de mando a su lado, mientras un representante de
los estudiantes en huelga le explica los motivos de nuestra medida de fuerza.
La primera autoridad, con galones de coronel del ejército, escucha brevemente, luego interrumpe y declara que no tenemos derecho de tacha contra los profesores de los que queremos librarnos.
El prefecto nos dirá que el colegio está rodeado por tropas del ejército dispuestas a entrar en acción en cuanto él lo ordene y si somos mil, los dos mil soldados entrenados para matar, nos sacarán uno a uno a la calle y nos entregarán a nuestros padres.
Nos dará un plazo para
abandonar el colegio. Dos horas y ni un minuto más. Luego nos dejará sin
habernos ofrecido ninguna alternativa.
Y cuando el plazo se cumplirá, a las dos de la tarde de aquel martes 13, nos dará generosamente una prolongación del plazo. “A las tres de la tarde, ni un minuto más, las armas hablarán”.
Las armas hablaron
Así fue. Las armas hablaron a las tres de la tarde. Y nosotros nos defendimos -¿recuerdas, hermano, que teníamos ladrillos en abundancia porque se construía un pabellón para el internado en el viejo colegio?-, respondimos a las balas con ladrillazos.
Al final de la batalla, 45 minutos después, contamos nuestros 15 heridos, seis de ellos de bala. Les paso lista, hermano, aunque hay muchos que ya no están entre nosotros.
Gilberto Gallegos, del cuarto
año B, herida de bala en el muslo izquierdo, Miguel Tapia Chávez, del segundo
B, herido de bala en una pierna, Sergio Dávila Urquizo, del cuarto año B con rozadura
de bala en la cabeza, Felipe Orué, del cuarto D, también con rozadura de bala
en la cabeza, Hernán Castro, herida de bala en la clavícula y Bernardino
Trelles Puma, también herido de bala.
Tuvimos nueve heridos con fracturas y lesiones diversas: Salomón Alpaca Juárez, del cuarto año D, con el brazo izquierdo fracturado; José López Gallegos, del tercer año C, con la mano derecha fracturada; Juan Díaz Medina, del tercero D, con un corte en el brazo izquierdo; Víctor Jaime Llamosas, del cuarto B, con fractura del tabique y lesiones en el rostro; Aurelio Arana, del tercero D, con la oreja izquierda dividida en dos y una herida sangrante en la cabeza; Raúl Murguía Vargas, del cuarto D, con fractura del brazo derecho; Francisco Villafuerte del segundo B, con heridas en la cabeza; Fernando Salas, del tercero D, con la cara desfigurada a golpes; y Rubén Córdova Díaz, del cuarto D, con heridas en el rostro y la cabeza. En total, 15 heridos, seis de ellos por arma de fuego.
El ataque cesó, ¿recuerdan?, cuando padres de familia y pobladores atraídos por los disparos, se acercaron al colegio y protestaron contra el abuso.
Esa misma noche los
disturbios estremecieron Arequipa que comenzó a vivir los cuatro días más
sangrientos y la epopeya más brillante de su rebeldía del siglo XX.
Hoy, 12 de junio, hermanos, condiscípulos, colegas, amigos, he querido recordar la historia de aquellos días y rendir el homenaje de mi recuerdo a los colegiales de entonces que no se rindieron ante la fuerza de las balas y mantuvieron la tradición de hombría frente al autoritarismo y el abuso, de un colegio que no supo inclinarse ni ante la amenaza de la fuerza porque creyó en la justicia de su causa y la defendió aun a costa de su sangre.
Loor y gloria a nuestra
aula inmortal.
(Imágenes del archivo
del autor)
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