Cientos de hombres y
mujeres
de la tercera edad fueron
atendidos
por una magnífica
organización
También vacunaron
en su asiento
del automóvil
a los incapacitados
El sábado supe -sería
mejor decir confirmé- que nuestro sistema de vacunación no le debe envidiar
nada a los mejores del mundo y que lo que decían los funcionarios de salud
sobre la bien ganada experiencia vacunadora de la organización sanitaria peruana
ha sido puesta en práctica una vez más con éxito.
Por de pronto, no se
produjo ninguna de esas antipáticas congestiones de usuarios, llamémoslos así,
como suele ocurrir en otros tipos de actividades. Solo hay que detenerse un
instante para ver las colas para conseguir oxígeno.
A la zona Miller, donde me tocó vacunarme el sábado 13 -disculpe la demora en contarle cómo fue-, no le impedían llegan en taxi o en coche particular, hasta una explanada a pocos metros de una zona de control previo, donde el aspirante a la vacunación confirmaba que estaba en la lista de y en el horario que le correspondía.
La buena atención llegaba a su punto culminante, cuando le ofrecían al paciente vacunarlo en su asiento del coche donde estuviera, si le era imposible movilizarse por su cuenta o apoyado por familiares.
No había que esperar muchoPreviamente, solo había que llenar una hoja con sus datos personales y una suerte de compromiso para ser inoculado con el compuesto Pfizer. ¡De ninguna manera el agua destilada, como aseguraba -aterrorizante- un médico candidato fujimorista en un canal de televisión!
Decenas de vigilantes, asistentes de enfermería, enfermeras y médicas y médicos, orientaban y preguntaban a los aspirantes a la vacunación sobre enfermedades preexistentes: hipertensión, diabetes y otros males, que pudieran complicar la inoculación.
Una espera en cómodas sillas bajo enormes toldos que cubrían las playas de estacionamiento habilitadas como vacunatorios, y protegían a la gente del inclemente sol de un mediodía veraniego, daban comodidad a la espera.
La espera bajo techoEn fin, buena organización,
trato cordial del personal a sus pacientes de media hora y una recomendación:
no comer nada que pudiera caer pesado al estómago y echarle la culpa a
la vacuna y nada de alcohol durante 48 horas, por lo menos.
¡Abstinencia que se recibe con resignación, mientras la familia celebraba como día de fiesta, que al patriarca de la familia lo hubieran vacunado y librado de los ataques del pérfido, solapado y cruel coronavirus!
La próxima dosis, le prometieron al recién vacunado, será en 21 días.
Luis Eduardo Podestá
(Imágenes de Andina)
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