sábado, 9 de febrero de 2019

El día que le cobramos 10 palos al lobo

Un episodio del tiempo en que
a los periodistas “incómodos”
les compraban la renuncia

Nota del editor – El artículo siguiente forma parte de un trabajo más extenso sobre el periodismo, los periódicos y los hombres que lo practicaban desde la segunda mitad del siglo XX. Ha sido modificado en parte, a fin de situarlo en el contexto y la época en que los hechos se desarrollaron. Los personajes son muy reales.

Ya estaba trabajando varios días en la agencia de noticias norteamericana The Associated Press y el director-gerente, John Wheeler, dio por terminado el periodo de práctica a que estaba sometido y me dijo que podía renunciar al diario Correo donde trabajaba entonces.

Miembros de la redacción de Correo (*)
En esos tiempos estaba en dificultades en Correo, y los directivos me propusieron la figura de la “despedida intempestiva”, que yo acepté.

Una renuncia voluntaria no estaba entre mis planes y si nos acogíamos a ella, según las disposiciones legales existentes, no me pagarían la suma que pactamos por los casi 14 años que tenía en la empresa.

“Intempestiva”, una forma de expulsión

Así que me dieron una “despedida intempestiva”. Pero en Tesorería me dijeron que debido a la situación de la empresa, me amortizarían mis beneficios sociales en cómodas cuotas quincenales.

En la AP tenía un sueldo de casi mil dólares mensuales, a los que se sumaban pagos por horas extras y domingos y feriados trabajados. De modo que no hice mayor cuestión de estado, acepté las condiciones y me fui.

El monto total de mis beneficios sociales ascendía a poco más de diez millones de intis, la moneda inventada por el régimen de Alan García para esquivar la galopante inflación en que el país se debatía.

Para el pago de las cuotas programadas por la empresa, debía concurrir cada dos semanas al periódico para comprobar si figuraba en una denominada “lista de pagos” junto a otros trabajadores despedidos que habían aceptado las mismas condiciones.

Ocurrió que una mañana en que concurrí a ver si figuraba en la lista de pagos, me enteré de la situación y maltrato que sufrían otros trabajadores, a quienes la empresa engañaba quincena tras quincena y no les pagaba las cuotas a que se había comprometido.

Yo me encontraba en una situación privilegiada pues estaba trabajando en mejores condiciones que antes, pero me encontré con extrabajadores que no tenían ni para el pasaje de ómnibus de regreso a sus casas y eso me indignó.

Eso significaba que muchos de ellos figuraban en una lista engañosa, según la cual recibirían sus beneficios sociales en cuotas que no les pagaban como la empresa les había prometido.

Encuentro providencial

Rodrigo Plasier, hazaña del derecho laboral

Esa tarde me encontré providencialmente con el abogado y periodista Carlos Rodrigo Plasier, extrabajador del diario Ojo, y quien había sido hostilizado hasta el cansancio por Agustín Figueroa.

Le conté lo que acaba de comprobar en el edificio de la empresa y mi indignación se le contagió.

-¿Tú quieres cobrar tu plata en menos tiempo de lo que canta un gallo? – exageró.

-Por supuesto – le respondí - ¿Qué es lo que debo hacer?

Me explicó que habría que abrir un juicio contra Epensa. Le dije que había hecho denuncias contra la empresa ante el Ministerio de Trabajo y que sus funcionarios habían desoído las citaciones.

-Es que le tienen miedo a la empresa – respondió. Temen que les caigan encima varios periódicos y los pongan en dificultades.

Bien. Como me explicó en esa primera conversación, Rodrigo presentó en mi nombre ante un juez de turno, una demanda denominada diligencia preparatoria, mediante la cual se obligaba a los funcionarios más altos de la empresa a un reconocimiento de sus firmas que aparecían en mi carta de despido.

Cita a los jerarcas

Estaban involucraba en ese reconocimiento los más altos jerarcas de Epensa, desde el director hasta el gerente -entonces Luis Agois- el administrador y otros que suscribieron la carta de despido.

Además, pidió al juez que reclamara los libros al día de pago de impuestos a la Superintendencia Nacional de Administración Tributaria (Sunat), libros de planillas del personal y otros documentos que sabía que a la empresa la crucificarían si los mostraba.

En efecto, hubo un susto general en la Epensa, cuyo abogado me llamó preocupado para proponerme un acuerdo, pero me hice el engreído.

Le dije que conversara con mi abogado, el doctor Rodrigo Plasier quien tenía todos los poderes para llegar a un acuerdo.

Ambos abogados conversaron, pero Rodrigo tenía sed de venganza contra la empresa que innecesariamente lo había tratado mal y mantuvo su punto de vista: pago total de los beneficios sociales e incentivo más intereses o la acción judicial continuaría.

Una semana después, dos días antes de que se agotara el plazo que la empresa tenía para presentar libros ante el juzgado, Rodrigo me llamó para una conversación en su estudio.

¡Un cheque en blanco!

¡El abogado de Epensa estaba con él y portaba un cheque en blanco!

La cifra incluía los intereses de un año de la deuda, intereses que durante el régimen de García fueron elevados hasta una tasa del 90 por ciento.

Ese mediodía fuimos al Banco Internacional. Estaba acompañado por mi hijo Gonzalo y llevamos dos grandes bolsas negras, donde depositamos los “ladrillos” de billetes: diez millones de intis.

Le habíamos quitado, como él mismo Rodrigo acentuó, diez pelos al lobo.


Correo fue incendiado el 5 de febrero de 1975
Luego fuimos a un restaurante cercano, entregué a Rodrigo, el “ladrillo” que le correspondía por sus honorarios envuelto en una hoja de periódico y disfrutamos de un almuerzo marino y unas cervezas.

Algunos extrabajadores se enteraron de los resultados que Rodrigo Plasier había obtenido con su demanda a mi favor y concurrieron a su estudio para encargarle sus casos.

Recuerdo este episodio de mi vida periodística porque creo que fue una verdadera hazaña legal del periodista y abogado Carlos Rodrigo Plasier y merece los honores de una información especial.

(*) Pie de foto: Rodolfo Orozco se dirige a los periodistas en su calidad de Secretario General del sindicato. En la imagen está el autor de esta nota, (primero a la derecha), Max Mogollón a su lado, Víctor Medina Guevara, (al lado izquierdo de Orozco), al otro lado César lengua (con barba) y otros miembros de  la redacción de entonces.


(Imágenes del archivo del autor)

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