Aunque
parezca mentira
hay lugar
para el optimismo
y hacer
planes para el futuro
Nota del
editor – El autor cumplió años en mayo, en pleno otoño del hemisferio sur, y lo
pensó 86 veces antes de publicar el siguiente artículo, dedicado a la gente que
en el mundo entero debe ser de la misma “promoción”. La demora en ser publicado
se debió a naturales dudas del autor sobre si la nota tenía el debido interés periodístico -público o privado- y
merecía o no ser difundida entre los lectores de esta página. Ustedes lo dirán.
Por Luis
Eduardo Podestá
No todos
los otoños deben ser tristes como árboles sin hojas
Eliminar la tristeza del otoño |
Por el
contrario, pienso, deben considerarse como una búsqueda de la renovación, del
anticipo de una vida que se renueva y, con alguna dosis de confianza, hacer
planes para un futuro que, con sinceridad, no deberíamos atrevernos a mirar con
demasiado optimismo porque en el fondo de nosotros mismos sabemos que será
corto.
Llegar a
los 86 es haber vivido un par de vidas y si el cerebro no nos falla, nos
recordará los acontecimientos más hermosos que han marcado nuestro tiempo en la
tierra.
En mi
caso, la memoria me trae desordenadas evocaciones de mi tarea profesional, buenas,
regulares, malas, graciosas, que en conjunto han construido el edificio de lo
que se llama una vida dedicada a la verdad.
Porque la
verdad es la razón del periodismo que es nuestro oficio, ¿no colegas?
Y bien,
he sido reportero de calle, de aquellos que venían a la redacción con terno y
corbata y a las dos horas estaba caminando por los arenales de Lomo de Corvina,
para informar cómo comenzaba a tomar forma lo que más tarde sería Villa el
Salvador,
Entrevista a juez en la selva |
O te ibas
en ropa de verano, sábados y domingos, y leías en el cuadro de comisiones que
tenías que ir a una elegante conferencia de prensa ofrecida por una también
encorbatada organización profesional.
Prohibido el ingreso… a periodistas
Te dabas
el lujo de rabiar cuando veías que todos entraban a cualquier lugar adonde tú
no podías ingresar porque se te notaba a la legua que ibas a contar todo lo que
verías.
Pero
también podías hacer -sin ser santo- el milagro de entrar donde pocos entraban,
gracias a tu guayabera blanca y a tus nacientes canas en la sien, pasándola por
médico, junto a algunos altos militares, al recontravigilado pabellón donde
Juan Velasco se reponía de la amputación de una pierna.
Luego,
descubierto y expulsado, te enterarías de que -si la memoria no me es ingrata-
el entonces ministro Faura le planteó al enfermo, quizá por encargo de los
demás miembros de la Junta Militar: una renuncia por motivos de salud.
Velasco marcha junto a su remplazante |
Y para
aumentar tu frustración, te pasarían el dato confidencial de que Velasco dio
una respuesta histórica, que nunca sería publicada debido al parametraje de la
prensa revolucionaria, que no debía publicar nada que indicara disensiones en
el gobierno, pero que sí hablaba de la decisión del dictador frente a sus
pares:
-Mira,
Pedrito, a mí me han cortado la pierna, no los huevos…
La libertad a golpes
Infiltrado
estuve algunas otras veces. Y cuando me descubrieron me fue de distinto modo.
Te
cuento: En una reunión sobre los derechos a la libertad -en tiempos de otro
dictador militar llamado Manuel Odría- que organizaron los estudiantes de
derecho de la Universidad de San Agustín, fui descubierto y expulsado.
Me
sacaron a golpes del aula en que se llevaba a efecto la reunión.
Lozada: defensa de la libertad |
Y cuando
mi jefe de la corresponsalía de La Prensa, Samuel Lozada Tamayo, vio
mis moretones hizo una nota en mi defensa que fue publicada con el fin de
demostrar cómo quienes hablaban de libertad en una dictadura no eran muy
afectos a que se divulgara lo que hablaban.
Una
tercera vez, en Iquitos, me sacaron de buenos modos del congreso del partido
Acción Popular.
Aunque
estaba en la galería del cine donde se desarrollaba la cita, el presidente del
partido, Javier Alva Orlandini, a quien Sofocleto apodaba “Lechuzón”, me
localizó y me pidió retirarme junto al reportero gráfico René Pinedo. Nos retiramos ante el gentil pedido.
También
se viven cosas divertidas, como cuando sigues un curso de corresponsal de
guerra en el Cuartel General Salaverry de Arequipa y te explican que tus
informaciones tendrán que pasar por el filtro del G2 y recién te enteras de qué
significan esa y otras siglas militares para controlar la verdad.
Corresponsal de guerra |
Gracias a
ese curso podrías lucir el uniforme del ejército de la patria y participar como un soldado desconocido, en maniobras sobre unos arenales, las Pampas de Clemesí, que son exactamente
iguales, decían los oficiales a cargo, a otras existentes más al sur.
En la panza de un tanque
Serías
testigo de que el reportero gráfico que te acompañaba, Benito Guzmán Canazas,
pediría permiso para cubrir la información desde el interior de un tanque
Sherman.
-¡Permiso
concedido!
Luego te contaría
que para estar en la barriga de una máquina de hierro como esa, tendrías que ir
con máscara porque la arena de la pampa se filtraba y te ahogaba. ¡Gajes del oficio!,
diríamos.
Como
tenías un brazalete que te distinguía de la tropa tenías ciertos privilegios,
como moverte con libertad entre las unidades participantes en una batalla
contra un supuesto enemigo.
Y podrías
descubrir, tarde en la noche. muerto de sed, el banquete del estado mayor, al
que no te invitaron, pero al que llegaste gracias a que sabrías driblear, junto
al inseparable reportero gráfico, a los numerosos centinelas que no permitían
alma viviente en las calles de esa ciudad de carpas.
Mirar los juegos de guerra |
Y al final
de cuatro días de misión, recibirías como “regalo del general”, un par de
borceguíes que te servirían durante muchos años después, para misiones
periodísticas en las cordilleras y la selva porque tenían las virtudes de no
permitir filtraciones de polvo, humedad ni materiales que sí afectarían zapatos
“civiles” normales.
Bueno,
estos son algunos recuerdos y otro día rescataré otros, pero vale la ocasión
para algunas observaciones que uno comprueba a los 86.
Es la
tendencia, quizá instintiva, no lo sé, de hacer las cosas que debes hacer sin
ayuda -ducharte, comer, beber, caminar en la calle- con la cabeza levemente
inclinada, como si tu columna no fuera lo suficientemente resistente.
Me he
rebelado a esa situación y cuando me descubro inclinado, me doy un carajo
silencioso, y levanto la cabeza, porque los años no tienen la obligación de
inclinarte la cerviz, se diría.
Quizá alguna
otra enfermedad sí produzca ese fenómeno, pero si no la padeces, levanta la
frente y pon los ojos como los faros de un coche, hacia adelante.
Vida renovada a pesar del otoño |
Hay otras
recomendaciones para los hombres y mujeres de la tercera edad, que viven sus
otoños con resignación, pero esos no son válidos -por lo menos en lo que a
nosotros respecta- para quienes no queremos aceptar el “trato preferencial”
que desean brindarnos, sino vivir como todo el mundo.
Y, ahora
sí, promesa hecha, otro día les cuento algunos episodios de mi vida
periodística, la antesala a lo que significa vivir el otoño 86 con dignidad,
sin arrepentimientos, y sin abandonar el optimismo y la alegría de vivir.
(Imágenes
del archivo personal e Internet)
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