Tiempos
en que la vaca daba
leche y
las lecheras la traían
hasta tu
puerta en porongos
En cierto
momento de la historia, ya olvidado, como la leche misma, las lecheras venían
hasta las puertas de las casas, montadas a burro y con cuatro porongos de
verdadera leche de vaca, y dejaban uno o dos litros, de acuerdo con el número
de niños o personas que la bebían.
El arte la conserva como fue |
Me atrevo
a señalar que no fue un momento sino un proceso, como ahora se acostumbra decir,
en que desaparecieron las lecheras, lindas campesinas, de rostros sonrosados y
amplio sombrero chacarero, siempre sonrientes, que llegaban a las puertas de
las casas y silbaban o simplemente gritaban ¡la leche!
Las amas
de casa, mi madre entre ellas, salían y la lecherita inclinaba uno de los
porongos, llenaba un depósito de latón de un litro que siempre llevaba consigo
y vaciaba el contenido en la jarra que la ama de casa presentaba.
Leche para otros fines
Un litro
era el mínimo, pero la lecherita podía vender cantidades extraordinarias,
cuando la ama de casa proyectaba hacer manjar blanco, tofis, cauche de queso o chupe de viernes, cuyo
ingrediente principal es -o era- la leche.
(Ahora hay
que sospechar que usan leche de tarro no de vaca).
Las
lecheras merecieron la atención de los poetas y el vate loncco Félix García
Salas, las elogia al describirla “Siempre fresca como una rosa, / en su burra
parda montada, / cómo quemaba su hechicera mirada, / bien sonriente y salerosa”.
Reminiscencia de tiempos idos |
Parece
que las muchachas montadas a burro, fueron sucedidas por las que venían a pie
con una cantarilla en cada mano. Habrá que indagar entre los historiadores si alguna
vez pusieron su atención en este detalle de la leche delívery.
Así pues,
aparecieron las lecheras de las cantarillas -depósitos de latón de una forma
muy especial, amplios en la barriga y estrechos en la boca y la base- que tocaban
a la puerta para dejar, como las otras, el pedido de las amas de casa.
Bocina en lugar del canto lechero
Pero en
cierto momento de la historia de la leche, un pequeño capitalista decidió
recoger los porongos de las chacras en una camioneta y en ella distribuía a
domicilio el pedido de las amas de casa.
Leche verdadera |
Se
acabaron los llamados de aquellas frescas voces femeninas que a las seis de la
mañana llamaban ¡la leche! cuando el burro que montaban traía el producto ordeñado
esa misma madrugada.
En lugar
de ese llamado cantarino, se escuchaba ahora el urgente llamado de los bocinazos
de la camioneta que convocaba a las amas de casa a la esquina donde se
estacionaba.
Pero
también eso habría de evolucionar no me atrevo a decir si para bien o para mal,
porque la camioneta desapareció un día, quizá tragada por nuevos monstruos
capitalistas que cambiaron la capacidad de los vehículos.
Esto es
historia reciente. Grandes camiones recorriendo las chacras, en cuyos bordes
los productores de leche dejaban toda su producción en porongos, con que los
camioneros llenaban sus vehículos.
Con certificado de origen |
Esto
ocurría en las campiñas de Arequipa y Cajamarca, las dos principales cuencas
lecheras del país.
Toman un líquido blanco
Los
agricultores no veían a sus clientes. Hablaban en corporación con los dueños de
las empresas, algunos de ellos criticados por el genial Sofocleto, Luis Ángel
de Lama, por tener “la leche de estar en la gloria”.
Porque
los industriales ponían el precio a la leche, ya no los productores, quienes
algunas veces se declaraban en huelga de ubres caídas y no ordeñaban hasta
cuando las empresas subían cincuenta centavos al litro del producto y le
arrimaban al consumidor un sol por lata de leche
evaporada.
Ahora se
ha sabido que los niños de estas épocas -¡cuántos años han pasado sin que se
supiera!- no toman leche sino un líquido blanco con decenas de adiciones que no
se sabe si realmente nutren o desnutren.
Esta es
la breve historia de la leche que yo tomé y que -por suerte- también mis hijos
tomaron porque, luego de bajar a Lima, fuimos a vivir a vivir a un barrio del
Rímac, hasta donde, varias décadas atrás, todavía llegaban lecheras que dejaban a
domicilio el histórico producto que llamábamos leche. (Luis Eduardo Podestá).
(Imágenes
de archivo, medios locales y OdiseoPincelsiku)
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