Le dijo que vienen hombres
a beber en el salón disfrutar de
las mujeres y les pagan por eso
Dime, hijita, ¿estás dispuesta a trabajar como ellas?
Nota del editor – Este es un fragmento de Un
cuadrito de sol en la penumbra, del periodista y escritor Luis Eduardo
Podestá, la tercera novela de su producción literaria. El que sigue, el séptimo de una
serie de fragmentos que aparecerán en los próximos días, se publica aquí como
un obsequio anticipado de lo que los lectores leerán en el libro que es
distribuido mundialmente por empresas especializadas en ventas por internet. Al
final del fragmento se incluye la lista de las empresas encargadas de la
distribución. Gracias por leer este fragmento. Sería grato recibir un
comentario acerca de lo que acabas de leer. Muchas gracias.
–¿Así que estás buscando trabajo? –escuchó que le preguntaban.
–Sí, necesito trabajar –respondió ella con los ojos bajos, como
buscando que no la reconocieran aunque sabía que estaba frente a una
desconocida.
–¿De dónde vienes? ¿Vives cerca de aquí?
–Sí, en el otro lado del barrio.
–¿Cuántos años tienes?
–Veintidós.
–A ver… levanta la cara. No, tú no tienes veintidós años.
–Podría trabajar en el servicio… Necesito el trabajo… Por favor…
–Tienes una linda cara… ¿Sabes a qué negocio nos dedicamos aquí?
–Sí, señora.
–Mira, hijita, las mujeres que trabajan aquí venden su cuerpo. Todas
las noches vienen hombres a beber en el salón de enfrente, a disfrutar de las
mujeres. Y les pagan por eso. Dime, hijita, ¿estás dispuesta a trabajar como
ellas?
–Sí, señora…
–Pero si eres una criatura… Muéstrame la cara. ¿Quién te golpeó?
–Mi mamá.
–Tu mamá… Tu mamá te golpeará más si te encuentra aquí, te arrastrará
de los cabellos y nos denunciara ante la policía. No podemos hacer trabajar a
menores de edad.
–Tengo veintidós años…
–Ese es un cuento, niña. Tú no tienes más de dieciocho años… Pero,
¿sabes?, tienes una linda cara y tu cuerpo… tu cuerpo… les podría gustar mucho
a algunos clientes especiales. ¿Has comido algo?
–No, señora.
–Ven, siéntate. Come algo, mientras conversamos. ¿Por qué estás tan
decidida a trabajar?
–Me fui de mi casa… me escapé… Y no quiero volver…
–Bueno, bueno… Veremos cómo podemos ayudarte. Dime, ¿has tenido
relaciones con alguien?
Silencio
–Tienes que responderme con toda sinceridad, porque de eso depende que
podamos ganar algún dinero, tú y yo…
–Sí.
–¿Con quién si se puede saber?
–Con mi chico… mi enamorado…
–Ah… Ya veo… ¿Muchas veces?
–No, un par de veces… Y mi mamá nos sorprendió…
–¿Y por eso te pegó, por eso te golpeó tanto?
–Sí, señora.
–¿Y por eso estás resentida, por eso te fuiste de tu casa?
–Sí, señora.
–Ah… Pero aún estás a tiempo de volver. Y creo que te recibirán con
los brazos abiertos. ¿Tienes papá?
–Sí, señora… Pero no fue él quien me pegó…
–Ah, ya entiendo. ¿Y si te descubren y te obligan a regresar?
–No me iré, señora. Estoy decidida a no volver nunca.
La mujer se levanta, camina unos pasos, vuelve, la mira, libra una
lucha interior consigo misma.
–Bueno, si así lo has decidido, podríamos ayudarte, pero con la
condición de que no salgas a la calle. No saldrás a la calle sin mi permiso.
Nunca, ¿me entiendes?... Nunca.
–Sí, señora.
–Come, debes tener hambre. ¿En tu casa les falta la comida?
–No, señora… Mi papá trabaja.
–Ah… Me desconciertas. ¿Estás en el colegio?
–Sí, señora. Pero no volveré, quiero trabajar.
–Me desconciertas, me preocupas, ¿por qué has venido aquí? Te pregunto
nuevamente si conoces la naturaleza del trabajo que buscas, te pregunto
nuevamente y debes ser sincera al responderme, ¿quieres trabajar en lo que
trabajan las mujeres que tengo en la casa?
–Sí, señora.
–A ver… Párate en medio del comedor, allí, donde pueda verte, donde te
dé la luz, levanta la cabeza, muéstrame la cara. Date la vuelta, quédate así,
levanta los brazos, bájalos.
–Sí, señora.
–Quítate la falda, quítate todo, quédate desnuda ahí, para que pueda
verte. Ah, tienes un lindo cuerpo, bueno, todas tuvimos un lindo cuerpo cuando
teníamos tu edad, ¿cómo te llamas?
–Gacela, señora.
–Tienes que buscarte otro nombre, para que la gente te conozca. Gacela
es un lindo nombre, pero aquí necesitarás otro. Ya pensaremos en eso. Hum,
verdaderamente un lindo cuerpo. ¿Estarías dispuesta a irte a la cama con un
hombre que no conozcas?
–No sé, señora.
–En este trabajo tendrás que hacerlo muchas veces, tendrás que
librarte de tus escrúpulos, tendrás que acostumbrarte a acostarte con gente que
te pague, tendrás que hacer el amor sin enamorarte, tendrás que ser dócil con
quien te pague porque esa es una de las leyes del negocio. Tienes que saber qué
es lo que debes hacer y qué es lo que no debes hacer para no comprometer tu
vida, porque tendrás una vida, tu vida, pero en el negocio tendrás otro nombre,
otra manera de comportarte, otra manera de ver las cosas, otra vida. Si así lo
haces podrás acumular dinero suficiente para retirarte cuando aún seas joven y
puedas arreglar tu vida definitiva. Dime una vez más, ¿estás dispuesta a hacer
lo que te yo te diga y a aprender las reglas de tu nuevo trabajo?
–Sí, señora.
–Eres bonita, podrás tener un gran porvenir si sabes cómo hacerlo.
Puedes vestirte. Si estás dispuesta a todo podrás ganar mucho dinero. No sería
raro que algún hombre se enamorara de ti, pero eso no es aconsejable en este
ambiente, no debes comprometerte con nadie, porque tarde o temprano te lo
enrostrarán, te recordarán dónde te conocieron y te harán sufrir mucho. Es
preferible que siempre pienses que esto es un negocio y que aquí estás para
vender tu cuerpo por un rato y por eso cobrarás un dinero.
–Sí, señora. Seguiré sus consejos.
–Termina de comer, Gacela. Te quedarás acá y no asomarás un pelo más
allá de estas paredes. No saldrás a la calle nunca, o por lo menos mientras yo
no lo permita.
–Sí, señora.
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