Le hizo un relato fantástico,
difícil de creer pero al
final le dijo “sí, lo creo”
Nota del editor – Este es un fragmento de la novela Un cuadrito de sol en la penumbra, del
periodista y escritor Luis Eduardo Podestá, la tercera de su producción
literaria que incluye testimonios y relatos cortos. Este, asimismo, es el cuarto de una serie de fragmentos que se
publican aquí como un obsequio anticipado de lo que los lectores leerán en el
libro que es distribuido mundialmente por empresas especializadas en ventas por
Internet. Al final del fragmento se incluye la lista de las empresas encargadas
de la distribución. Gracias por leerlo.
Pienso frecuentemente en que lo que alguna vez me dijo uno de los
ancianos de la biblioteca, que para ellos solo existe el presente que puede ser
tomado como este instante, mientras el día, la semana, el año que vivimos son
solo etapas arbitrarias y convencionales,
porque el pasado ya se fue, se va
constantemente no está con nosotros ni lo estará nunca más y el futuro tampoco
existe porque no lo vivimos aún y por tanto no sabemos qué ocurrirá en el
próximo segundo de nuestra existencia, de modo que el acontecer humano es solo
una sucesión del presente, que únicamente es una delgada línea entre lo que ya
ocurrió y lo que vendrá, una serie de momentos actuales por los cuales vale la
pena preocuparse y tratar de pasarlos lo mejor que se pueda porque si no se
disfrutan, se convertirán en un pasado que nunca volverá.
Bebió un sorbo de cerveza. A la legua se veía que estaba
emocionado y Ricardo Begazo guardó silencio y también bebió del vaso que tenía
entre las manos.
Luego de su silencio para humedecer la garganta, el desconocido
prosiguió su relato con la mirada fija en la mesita de beber cerveza y con el
mismo murmullo dijo que en la escuela
tenían laboratorios donde investigaban plantas y animales, los fenómenos de la
naturaleza y del universo en observatorios cuyos telescopios estaban bajo
tierra pero que se elevaban mediante ascensores hasta la superficie durante las
noches sin nubes en que se dedicaban a observar las estrellas, todos los días
tenían conferencias sobre cientos de temas diferentes que les servían de
lección para vivir sin problemas entre ellos, y así, tenían infinidad de
actividades que en las otras ciudades parecerían una fantasía…
–¿Y por qué se escapó de allí si pudo ser feliz también junto a todos
ellos?
–No me escapé, señor. Llovió a mares durante muchos días y noches
como no había ocurrido en ochenta años, decían, y se produjo una inundación. De
pronto las calles se llenaron de agua hasta los techos de las casas y se
convirtieron en ríos turbulentos, que arrastraban lo que encontraban a su paso,
cientos de personas gritaban desde las ventanas de sus casas donde quedaron
atrapadas o fueron arrastradas por las corrientes en direcciones diferentes,
supongo hacia sectores desconocidos adonde ninguna de ellas se atrevía a ir. En
miedo de toda esa destrucción, yo me sujeté a una plataforma de madera que
imaginé procedía de alguna construcción y me dejé arrastrar por la corriente
que daba
vueltas por el bosque, bajaba por quebradas y yo seguía aferrado a ese
madero que era mi salvación, porque sabía que si me soltaba estaría muerto, y
así estuve no sé cuántos días y noches hasta que quedé varado en una orilla, me
quedé dormido y cuando desperté pude ver que la plataforma que me había salvado
tenía una inscripción que decía Ciudad Felicidad, bienvenidos, y así me
despidió aquella ciudad extraña que quizá desapareció por la gran inundación o
quizá ha sido reconstruida por los sobrevivientes si los hubo, comencé a
caminar hacia el sur, me moría de hambre y me alimentaba de lo que podía
atrapar, hormigas, gusanos, hierbas, que me producían dolores de estómago,
vómitos, escalofríos hasta que pude salir de la selva, encontré ríos de agua
cristalina, árboles con fruta que conocía y me alimentaba para recuperarme.
Allí, cuando viví en aquella ciudad misteriosa llegué a pesar setenta kilos y
ahora debo pesar poco más de cuarenta, ¿no cree usted? y a veces, o muy
frecuentemente, me pregunto si no fue un sueño, si no me quedé dormido
debilitado por el hambre y soñé todo lo que le he contado, ¿cree usted?
–Sí, sí, lo creo…
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