Un periódico que publicó algo
sobre los buscadores de oro del
río que no sacan ni para el té
Nota del autor – La
siguiente es la cuarta y final parte de una pieza literaria de ficción, tomada
del libro del autor “La noche de María Soledad y otros relatos”, basada en un
hecho real e inspirada en la tragedia de Mesa Redonda. Se ha editado de modo
que cumpla exigencias de diseño para su presentación en esta página. Al
cumplirse este fin de mes 15 años de esa tragedia y ante la irresponsabilidad
reinante en la misma zona, el autor cree necesario recordarla. Las limitaciones
impuestas por el diseño de esta página, han determinado la división del relato
en cuatro partes que concluyen hoy.
Fuegos artificiales
(Cuento)
Por Luis Eduardo
Podestá
Y, en realidad, sintió que para él, a los veintiocho
años de vida, ya todo estaba terminado, ya todo estaba hecho y deshecho, he
hecho jirones de mi vida, sus hermanas le recordaban que se escapaba a la calle
contra el permiso de la mamá que quería tenerlo cerca, más protegido que
cualquiera, pero fugaba en cualquier momento y entonces sintió que todo era
nuevamente luminoso como cuando sus pies entraban en la playa del río…
Vamos a buscar oro al río, le decían y se pasaban
horas enteras en el cernido de toneladas de arena con la esperanza de lograr un
granito de oro y hubo un periódico que publicó algo sobre los buscadores de oro
del río que no sacan ni para el té, pero hablaba sobre sus ilusiones y
sacrificios, sus técnicas del lavado de la arena que no se sabía dónde las
habían aprendido y de sus planes para cuando encontraran el oro que buscaban,
del amor que tenían a su familia a la que querían sacar de aquel túnel de
miseria en que se hallaba y que era el motivo de todas sus penas, sus vicios y
desventuras y al final, frustrados y cansados se echaban entre las rocas de la
orilla...
Se bañaban en las aguas turbias del río, regresaban
hambrientos a sus casas y, por supuesto, la mamá se ponía a llorar o a hablar
interminablemente reprochándole su ausencia mientras le servía la comida y él
callado, sin atreverse a decir nada, solo pensaba, solo respondía en
pensamiento era para construirte una casa, mamá, para que tengamos una casa
real en lugar de esta, era para que cambiáramos de barrio, para irnos adonde no
hubiera miseria y con estos pensamientos en la memoria sintió ahora en su lecho
de enfermo como decían sus hermanas que el templo enorme donde se encontraba
estaba pleno de luz, libre de los diablos azules y que nada le dolía en el
cuerpo ni nada le dolía en el fondo del corazón donde nada duele pero duele.
Porque comprendió entonces, que toda su vida, desde
la búsqueda de oro en las sucias playas del Rímac, hasta su huida y muerte
había sido una sucesión de fuegos artificiales donde los diablos azules
danzaban hasta morir o hasta extinguirse en medio de su sed desesperada. (Fin).
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