Apareciste en la puerta de tu
casa y fue tu propia madre
la que salió a recibirte
Nota del autor – La
siguiente es la tercera parte de una pieza literaria de ficción, tomada del
libro del autor “La noche de María Soledad y otros relatos”, basada en un hecho
real e inspirada en la tragedia de Mesa
Redonda. Se ha editado de modo que cumpla exigencias de diseño para su
presentación en esta página. Al cumplirse este fin de mes 15 años de esa
tragedia y ante la irresponsabilidad reinante en la misma zona, el autor ha
visto imperativa su publicación. Las limitaciones impuestas por el diseño de
esta página, han determinado la división del relato en cuatro partes que se
publicarán sucesivamente.
Fuegos artificiales
(Cuento)
Por Luis Eduardo
Podestá
Lo más triste y espeluznante fue que a los
cuarenticinco días de tu muerte, un poco más flaco de lo que te fuiste,
apareciste en la puerta de tu casa y fue tu propia madre la que salió a
recibirte y creyó encontrarse ante un fantasma, un resucitado y eso parecía en
verdad porque estaba más flaco que cuando se fue aquella tarde de fines del año
de la explosión y no sabía si llorar o cantar de felicidad al verte, hecho de
carne y hueso, pero lo que nunca supo tu madre o quizá lo supo en silencio, fue
que regresaste porque no tenías ningún lugar en el mundo adonde ir y tus pies
te llevaron hacia la casa donde vivías con tus hermanas.
Y un día, mucho después de tu resurrección,
descubrieron que estabas enfermo y que la delgadez no era solo porque habías
padecido hambres fuera del hogar como siempre se padece cuando uno está lejos
de su casa, sino porque la enfermedad te corroía por dentro, un médico de la
posta dijo leucemia, y otro médico dijo cirrosis pero los diablos azules te
corroían los ojos y la única forma de aplacarlos era metiéndote una botella de
aquel trago que solías tomar con los palomillas del barrio y entonces el cielo
gris aparecía azul y las luces de los focos aparecían como estrellas del fondo
del universo que solo conocemos en las películas que daba la televisión y que
de cuando en cuando encontrábamos en las fotos de los periódicos.
La madre y tus hermanas alguien lo ha contagiado
para que se ponga así tan de repente y la cama estaba rodeada de diablos azules
y frascos de medicina y restos de ampolletas hasta cuando les dijiste déjenme
morir porque ya sé que no tengo remedio y vino tu tío Pedro y te miró a los
ojos y lo primero que dijo fue solo se mueren los cojudos, los que no tienen
voluntad de vivir…
Pero si te quieres morir te voy a ayudar y te
ayudaron los muchachos del barrio, los antiguos condiscípulos del colegio, las
amigas de tus hermanas y los compañeros de trabajo de tus hermanas, hicieron
cuotas y hasta organizaron una pollada sin música porque no se puede bailar en
una fiesta destinada a recoger fondos para enterrar a un difunto que esta vez
sí, por segunda vez, va a morir en unos cuantos días y en serio, a pesar de
todas las explicaciones que dieron la madre, las hermanas y los hermanos sobre
el viaje de amor que lo salvó de la primera muerte, y cuando muchos se negaban
a convencerse de que habían asistido durante una noche y un día al velorio de
alguien que estaba vivo.
Al fin se convencieron de tanto verlo nuevamente por
las calles del barrio dedicado a sus botellas para aplacar la enorme sed que le
había dejado la hembra que se fue, que desapareció un día y lo dejó esperando
en su cuartito de aquel conventillo de la ciudad desconocida adonde los
llevaron los cien soles de la madre, y recuerda en medio de los diablos azules
que solo le dijo voy al mercadito de la esquina, ya vuelvo y él esperó hasta la
noche que volviera y esperó hasta la otra madrugada que volviera y salió a
comprar un trago fuerte para disimular la espera y así fue cómo la vio de
regreso en medio de los diablos azules.
Le reprochaba que la dejara abandonada mientras se
iba a la calle a emborracharse con los nuevos amigos del conventillo y
pronunció las palabras definitivas y malditas ya no te puedo soportar más pero
esa noche y el día siguiente todo siguió igual, los dos desnudos en la cama,
prometiéndose amarse hasta la muerte, hasta esa vez, dos o tres días más tarde,
en que ella salió de nuevo al mercadito y él se quedó solo con sus diablos
azules y la esperó hasta cuando le dijeron que él también tenía que irse porque
ya no lo iban a soportar más y no quiso darse cuenta durante mucho tiempo de
que todo había terminado.
Así que decidió armarse de botellas y emprender el
camino de regreso a la casa, como un resucitado a contar la verdad de su
primera muerte y a desmentir a todos los noticieros y a todos los periódicos
que la habían dado por cierta y habían informado de ella en todos los colores y
hoy, frente al tío Pedro, limpio de diablos azules, le cuenta, le confiesa y se
arrepiente y sabe que va a morir porque todo el mundo le dice que debe morir y
el tío Pedro bien, bien, si así lo deseas procuraré que tu entierro esta vez
sí, sea digno y sea verdadero porque en realidad, pienso, que ya no tienes nada
que hacer en este mundo.
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