sábado, 24 de diciembre de 2016

Fuegos artificiales (II)

Me voy, le dijo a su madre,
a comprar unos cohetecillos
en Mesa Redonda

Nota del autor – La siguiente es la segunda parte de una pieza literaria de ficción, tomada del libro del autor “La noche de María Soledad y otros relatos”, basada en un hecho real e  inspirada en la tragedia de Mesa Redonda. Se ha editado de modo que cumpla exigencias de diseño para su presentación en esta página. Al cumplirse este fin de mes 15 años de esa tragedia y ante la irresponsabilidad reinante en la misma zona, el autor ha visto imperativa su publicación. Las limitaciones impuestas por el diseño de esta página, han determinado la división del relato en cuatro partes que se publicarán sucesivamente.

Fuegos artificiales
(Cuento)

Por Luis Eduardo Podestá

Me voy le dijo a su madre a comprar unos cohetecillos en Mesa Redonda para revenderlos y hacernos un sencillo para la navidad y el año nuevo y la madre le dio cien soles y a las pocas horas todas las televisoras del mundo dibujaban las llamas de millones de fuegos artificiales en todo el barrio y la madre solo atinó a pensar mi hijo mi hijo está allá metido en ese enorme fuego que estalla y no cesa de estallar…


Pero él se iba lejos con los cien soles de la madre junto a ti en un asiento de autobús porque íbamos a amarnos lejos donde tú querías que nos amáramos y estuvimos lejos mientras la madre no encontraba sus restos ni sus hermanos encontraban sus restos para darles cristiana sepultura y se resignaron ocho días después a encender unas velas en una mesa donde doblaron la poca ropa limpia que tenías un pantalón desteñido y hecho hilachas en los bordes de los bolsillos.

Te lloraron y rezaron por ti mucho esa noche y tu madre lloraba mucho todas las noches al recordar la horrible muerte que habías tenido en medio de los fuegos artificiales de todos los colores por el único afán de tener un sencillo para la navidad y el año nuevo y poder comprar unos regalitos baratos para los chicos de mis hermanas pero su forma de amar se renovaba cada vez en nuestras propias desnudeces en nuestras bocas que nunca se cansaban de besarse y estábamos lejos a mil kilómetros al norte adonde nos había dado la gana de irnos para amarnos.




Aunque igual hubieras podido amarla en el vecindario donde vivía porque total ni su madre ni sus hermanas y hermanos se oponían a esa relación decían que ella era buena y podría ser la mujer adecuada para que formaras el hogar que nunca formarías porque estabas muerto entre los muertos de la gigantesca llamarada de Mesa Redonda donde algunos dicen juraban que te vieron comprando cohetecillos en cantidad para revenderlo a las tiendas de tu barrio y te vieron correr para escapar del fuego pero que el fuego te alcanzó porque lo rodeaba todo y se trasladaba de casa en casa y de calle en calle para encerrar a los muertos que nunca fueron identificados y quedaron para siempre sin nombre y sin restos reducidos a solo un recuerdo en las mentes de las madres y los hermanos que escuchaban cómo habías muerto de manera tan atroz.

www.podestaprensa.com

No hay comentarios.: