Me voy, le dijo a su madre,
a comprar unos cohetecillos
en Mesa Redonda
Nota del autor – La
siguiente es la segunda parte de una pieza literaria de ficción, tomada del libro del autor “La noche de María
Soledad y otros relatos”, basada en un hecho real e inspirada en la tragedia de Mesa Redonda. Se
ha editado de modo que cumpla exigencias de diseño para su presentación en esta
página. Al cumplirse este fin de mes 15 años de esa tragedia y ante la
irresponsabilidad reinante en la misma zona, el autor ha visto imperativa su publicación. Las limitaciones impuestas por el diseño de esta página, han
determinado la división del relato en cuatro partes que se publicarán
sucesivamente.
Fuegos artificiales
(Cuento)
Por Luis Eduardo
Podestá
Me voy le dijo a su madre a comprar unos
cohetecillos en Mesa Redonda para revenderlos y hacernos un sencillo para la
navidad y el año nuevo y la madre le dio cien soles y a las pocas horas todas
las televisoras del mundo dibujaban las llamas de millones de fuegos
artificiales en todo el barrio y la madre solo atinó a pensar mi hijo mi hijo
está allá metido en ese enorme fuego que estalla y no cesa de estallar…
Pero él se iba lejos con los cien soles de la madre
junto a ti en un asiento de autobús porque íbamos a amarnos lejos donde tú
querías que nos amáramos y estuvimos lejos mientras la madre no encontraba sus
restos ni sus hermanos encontraban sus restos para darles cristiana sepultura y
se resignaron ocho días después a encender unas velas en una mesa donde
doblaron la poca ropa limpia que tenías un pantalón desteñido y hecho hilachas
en los bordes de los bolsillos.
Te lloraron y rezaron por ti mucho esa noche y tu
madre lloraba mucho todas las noches al recordar la horrible muerte que habías
tenido en medio de los fuegos artificiales de todos los colores por el único
afán de tener un sencillo para la navidad y el año nuevo y poder comprar unos
regalitos baratos para los chicos de mis hermanas pero su forma de amar se
renovaba cada vez en nuestras propias desnudeces en nuestras bocas que nunca se
cansaban de besarse y estábamos lejos a mil kilómetros al norte adonde nos
había dado la gana de irnos para amarnos.
Aunque igual hubieras podido amarla en el vecindario
donde vivía porque total ni su madre ni sus hermanas y hermanos se oponían a
esa relación decían que ella era buena y podría ser la mujer adecuada para que
formaras el hogar que nunca formarías porque estabas muerto entre los muertos
de la gigantesca llamarada de Mesa Redonda donde algunos dicen juraban que te
vieron comprando cohetecillos en cantidad para revenderlo a las tiendas de tu barrio
y te vieron correr para escapar del fuego pero que el fuego te alcanzó porque
lo rodeaba todo y se trasladaba de casa en casa y de calle en calle para
encerrar a los muertos que nunca fueron identificados y quedaron para siempre
sin nombre y sin restos reducidos a solo un recuerdo en las mentes de las
madres y los hermanos que escuchaban cómo habías muerto de manera tan atroz.
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