Encuentro
revive personales
comienzos
profesionales
de connotados
periodistas
Nota
del editor – La siguiente es la crónica de un singular encuentro periodístico
escrita por Edwin Sarmiento Olaechea, presidente del Club de Periodistas delPerú, en que los hombres y mujeres de la prensa fueron los protagonistas de las
historia. La cita fue organizada por el club y desarrollada en un auditorio de
la Universidad Bausate y Meza. Se reproduce a continuación, para quienes aún no
la hayan leído y para la comunidad periodística en el exterior, la información
de Edwin, cuya forma semeja un mensaje filial a sus colegas de todas las épocas.
Noche
de historias
Por
Edwin Sarmiento Olaechea
Primero,
llegaron los de antes, después llegarían los de ahora, casi a borbotones. Y el
salón se llenó, quedó chiquito, compañero, no lo podíamos imaginar.
Tres periodistas en la noche de historias |
Roberto
Mejía, rector de la Universidad Jaime Bausate y Meza y entusiasta animador del
encuentro, no estuvo esta vez. “Tuvo que salir”, fue lo que dijo, bajito, su
jefa de protocolo.
Los
periodistas tomaron, en su ausencia, el auditorio de la universidad y vieron
cómo Justo Linares, Rosana Cueva y Jorge Saldaña fueron ocupando sus lugares en
la mesa, mientras Mario González, autoridad principal de esa casa de estudios,
sonreía, y Edwin Sarmiento, presidente del Club de Periodistas del Perú, se
esforzaba también por hacer lo propio.
La
convocatoria al encuentro “Historias de periodistas”, organizado por el Club de
Periodistas y la Bausate y Meza había sido un éxito. Esta vez el tema era “Los
personajes que yo conocí”.
Estaban
allí, entusiastas, los de antes y los de ahora, como si fuera un primer día de
clases.
Conversando
en grupos, conversando de a dos, los periodistas esperaban el momento de
escuchar los testimonios de los tres periodistas quienes, a su vez, contarían
historias de tres épocas distintas, pero que, al final, resultarían ser comunes
y fascinantes, como nunca había imaginado, compañero.
Justo Linares, cómo se enfrió su primicia |
Total,
todos ellos venían de las épocas de las máquinas de escribir, de las que salían
cinco, ocho, diez carillas sin parar y, claro, sin equivocaciones ni de tildes,
ni de concordancia, como dirían los maestros de antaño. Y con la noticia
redonda, la primicia calientita, chocherita.
Aunque,
una vez, se la enfriaron a don Justo Linares, cuando llevó a Última Hora la
primicia de que un sofocado diputado retaba a duelo, a pistola limpia, como
solían hacer los caballeros de antes, a don Paco Belaúnde, a la sazón presidente
de la cámara de Diputados y hermano del presidente Belaúnde.
“Yo vi
que lo retaba a don Paco, yo le llevé la carta con la que lo retaba, pero mi
entusiasmo terminó en la mesa del director, cuando me dijo que mejor la
guardáramos, porque se trataba de Belaúnde. Yo no sabía que por esos días mi
director se había inscrito en el partido del presidente”, narró Justito, para
gusto y delirio del auditorio.
Y así
fueron saliendo los recuerdos como cuando Rosana que quería ser abogada
descubrió que, en el fondo de su corazón, amaba el periodismo por sobre todas
las cosas.
Rosana Cueva, enamorada del oficio |
Y se
enamoró de él, cuando en las madrugadas limeñas, el canal donde practicaba, la
mandaba a recorrer mercados para indagar si la papa había subido de precio o el
camote se mantenía igual o los limones se vendían a su peso, porque ella empezó
el periodismo desde abajo, como todo periodista que se precia, compañero.
Después,
ya más enamorada del periodismo, iría descubriendo los trucos y enjuagues del
viejo periodismo, dicho esto con sonoro orgullo, porque ese periodismo era de
guapos que no se corrían de nada, ni se achicaban ante nadie, ni menos por ser
mujer, porque ella, que no hablaba de ellos y ellas, porque se sentía, en el
fondo, igual a todos, estaba más bien preocupada por competir, sanamente, por
la primicia, como todos los colegas.
Y
rapidito aprendió los gajes del oficio. Pasó de un canal a otro, de un programa
a otro, compitió y compartió con lo más granadito de los periodistas de su
época.
Rosana
no olvida a César Hildebrandt, Luis Iberico, Alejandro Guerrero, a los
camarógrafos que son héroes anónimos que le enseñaron a buscar la noticia con
alma, vida y corazón, compañero.
Jorge Saldaña: Con la maleta sin abrir |
Y qué
decir de Jorge Saldaña, cronista parlamentario por 35 años, sin prisa y sin
pausa, casi radicado en el Congreso de la República, desde cuando lo formaron
en Expreso, hasta que recaló en El Comercio donde permaneció casi 25 años y a
quien yo presenté con el corazón henchido por la emoción y por mi ego colosal,
como mi alumno en las aulas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en
el que debió haber sido uno de los diez que aprobaban mi curso, vaya uno a
saber.
El
auditorio se hallaba impactado por las historias que salían de los labios de
los panelistas. Jorge recuerda con cariño a sus viejos maestros, muchos de los
cuales les dieron comisiones y le palmeaban el hombro, mientras que él les
preguntaba si ya podía ingresar a planilla, porque, señor, también necesito
comer.
“Vas a
ser grande”, le decían, pero él necesitaba el trabajo y ser considerado como
redactor de planta.
Las coleguitas se llevan un recuerdo |
Hasta
que ocurrió el milagro cuando el dueño del periódico, quien también era senador
de la República, pidió un redactor que lo acompañara en su gira por las
fronteras vivas del país.
Los
viejos redactores se miraron y todos miraron al joven redactor que soñaba con
ingresar a planilla. “Voy yo”, dijo Saldaña para consuelo de los que querían
quitar cuerpo.
Cuenta
que esa mañana se apareció en el Grupo Aéreo No. 8 con la maleta que mamá le
había preparado con cariño, pensando en una gira de cuatro días.
“¿De
quién es esa maleta”, preguntó el senador. “Es mía, señor”, respondió el
redactor. “¿Y qué llevas ahí?, indagó el padre de la patria. “Mi ropa, señor”,
contestó Saldaña. Es para los días que vamos de viaje, acotó.
No quería quedarse con la duda |
“Si
vamos y venimos el mismo día. No es necesario”, señaló el senador.
Efectivamente, retornaron por la noche. “En una mano llevaba mi maleta. En la
otra tenía el equipo que nos había dado la empresa. En el cuello llevaba
colgada la máquina fotográfica. Así llegué al periódico, casi a la media noche
para escribir las ocho carillas que me habían pedido que escriba”, recordó
Jorge.
Y,
claro, a los pocos días ingresó a planilla y desde entonces, ya nadie lo paró.
(Imágenes:
Fotos de Pedro Navarro y Rómulo Luján de la Universidad Jaime Bausate y Meza).
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