Un viaje a Lima era
como ir a Europa a
descubrir novedades
Nota del editor –
Esta es la cuarta entrega de una serie de evocaciones sobre el periodismo del
siglo XX y de su transformación en lo que es hoy cuando la noticia es difundida
con la velocidad de la luz. Quien escribe estas líneas aceptó una tentadora oferta
del diario El Deber, el decano de la prensa del sur y dejó la corresponsalía de
La Prensa, donde pasó los primeros años de lo que sería su carrera periodística
y donde dejó amigos entrañables que se conservaron a través de las décadas siguientes.
Estuve en la
corresponsalía de La Prensa entre 1953 y 1956 y cubrí informaciones como la
visita que hizo Manuel Prado, que buscaba la alianza con el Apra, al que había
perseguido y muchos de cuyos líderes estaban en el destierro e incidencias de
la ciudad y la gran demostración de protesta de diciembre de 1955 que fue el comienzo del fin de la dictadura de Manuel Odría.
La vieja casona remplazada por moderno edificio |
Atraído por una
oferta del diario El Deber, dirigido por el canónigo Erasmo Hinojosa, dejé la
corresponsalía de La Prensa con mucha pena porque me había acostumbrado a esa
pequeña redacción y al trato de familia que nos unía. Muchos años después,
continué frecuentando su amistad.
El Deber, el decano
de la prensa del sur, periódico de la curia arequipeña, que tenía en sus filas
a los más destacables jóvenes de la Juventud Católica, era un periódico de
respeto por sus opiniones y el peso profesional de la gente que escribía en él.
Vieja casona en el corazón de la ciudad
Toribio Cuba |
El traslado traía
consigo una considerable mejora económica, y comencé a trabajar con el desaparecidoToribio
Cuba Valdivia, quien ya era antiguo redactor de planta de aquel vespertino,
cuya sede era una casona ubicada en el crucero de las calles Santa Marta y
Jerusalén, en pleno corazón de Arequipa.
Las normas del
periódico respecto del trato con los lectores eran conservadoras e inamovibles
y en los primeros tiempos colisionaron con la forma de redacción que yo llevaba
de La Prensa y que me hubiera gustado practicar.
Pero el director se
opuso. En primer no había que “tutear a las personas”, es decir, había que
escribir el señor fulano o la señora zutana, el doctor, el ingeniero, y no
simplemente consignar el nombre y apellido como lo hacíamos en La Prensa. Debí
adaptarme a las normas.
Había que evitar en
lo posible incluir informaciones de suicidios y cuando el asunto era inevitable
debido a la categoría del personaje que adoptaba esa decisión o a que afectaba
a personajes o instituciones, había que bajar el tono de la nota con solo la
mención de “se quitó la vida”.
Ahora digitalizan El Deber |
Junto a Toribio Cuba,
trabajaban Félix Cornejo, un gordo bonachón de espeso bigote que era un
mecanógrafo sensacional porque escribía sin mirar el teclado y causaba la
admiración de la gente que se detenía en la puerta del estudio de abogado donde
trabajaba medio tiempo como secretario en la calle San Francisco.
Viajar a Lima era noticia
Allí también conocí a
Javier Bustamante Ibáñez, magnífico redactor quien hizo un viaje a Lima y
regresó con noticias de aquella ciudad que parecía de otro mundo, y las publicó
en una serie que creo que duró una semana.
Entre las crónicas de
Javier recuerdo una sobre La Parada, el enorme y desordenado mercado de Lima,
donde, anotaba, se podía comprar desde una aguja hasta las piezas de un avión…
robadas y se podía construir un automóvil con todas las piezas que se podían
conseguir.
Se podía conseguir una aguja o un avión |
Escribía de un mundo
extraño, de una ciudad enorme, llena de monumentales edificios, para llegar a
la cual, había que comprar un carísimo pasaje y abordar un avión de dos hélices
que demoraba tres horas en hacer los mil kilómetros de distancia entre las dos
ciudades. Uno podía también comprar un pasaje en autobús y resignarse a un
viaje de tres días.
Fue allí donde me
inicié como columnista escribiendo una columna que tocaba los asuntos pequeños
que no merecían los honores de una información y que titulé “Así es mi barrio”,
en la que podía escribir sobre un foco apagado en la calle tal o de las carreras
peligrosas en que competían los ómnibus para ganarse un psajero.
Esa columna fue
precisamente la que me abrió las puertas del pujante diario El Pueblo, que
tenía un nuevo director, el doctor Luis Durand Flórez quien remplazaba al
doctor Roberto Ramírez del Villar, a quien llamaban obligaciones políticas en
Lima.
Ramírez del Villar |
Otros periodistas del
diario El Deber de entonces, fueron Daniel Neira Salinas, Enrique Chirinos Soto, Luis Rey de Castro,
Ángel Eduardo Valdivia, Jorge Bolaños Ramírez, quienes emigraron a Lima y
trabajaron en los diarios La Prensa y El Comercio. Bolaños se unió a la
Democracia Cristiana y fue el brazo derecho de Héctor Cornejo Chávez.
Medir material con una pita
En talleres, adonde
me gustaba entrar cotidianamente para observar el trabajo de impresión, conocí
a don José Álvarez Cano, el regente, quien medía la cantidad de material de una
nota convertida en columna de plomo, con una sencilla pita que siempre llevaba
colgada al cuello.
Me admiraba que con
esa medición, las columnas encajaran a la perfección en la rama (forma de metal
del tamaño de la página) sin que quedaran colas o debiera cortarse el material.
Ahora, cuando diseño
un libro o una publicación en InDesign o como cuando lo hacía en el quizá
olvidado PageMaker, me pregunto si ellos, los trabajadores de los talleres que
medían con una pita no fueron los precursores de los modernos sistemas de
edición, sin la ayuda de tipómetro ni un contador de palabras.
Con los trabajadores
de los talleres primero de El Deber y después de El Pueblo, aprendí a conocer
el valor de cada letra y signo del alfabeto para fines de impresión. Entonces los
grandes titulares se hacían con tipos de madera de más de cinco centímetros de
alto equivalentes a 12 o más picas (medida tipográfica) o a 180 o 200 puntos.
El palacio arzobispal controlaba el periódico |
Yo quería introducir
en El Deber las carillas milimetradas sobre las que me había acostumbrado a
escribir en La Prensa y que ayudaban a una medición más exacta del material en
plomo. Una carilla escrita a tres espacios, daba material en letras de 9 puntos
para una columna de 13 centímetros.
Pero quizá abuso de esta descripción técnica que ya es historia, por lo que solo
recordaré que mi estancia en El Deber fue muy corta, unos cuantos meses, pues
atendí otra oferta, mucho más tentadora que me extendió el director de El
Pueblo, Durand Flórez para que llevara mi columnita de asuntos parroquiales a
su periódico.
El Deber se ahogaba
cada vez más económicamente. Su circulación era escasa, quizá por el hecho de
que era un vespertino, y los supuestos lectores de la tarde comenzaban a ver la
televisión o a escuchar la febril competencia de informativos de las radios.
O, por otra parte,
quizá ocurría aquel fenómeno porque el inmovilismo conservador le impedía
incursionar en las nuevas formas del periodismo que daban buenos resultados en
la lejana capital peruana. (Luis Eduardo Podestá).
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