Parecerá
mentira pero
en las
carreteras
europeas
reina el silencio
Conté
minuciosamente los únicos cuatro bocinazos a que se vio obligado por maniobras
ajenas, Erik, mi yerno, conductor del coche que nos llevó a mi hija Beatriz y a
mis nietas Ana Gabriela y Alejandra –en el cercano junio– a través de ocho
ciudades de tres países de Europa.
Bocinazo frente a camión que abandonó su carril |
Dos
bocinazos fueron emitidos en la carretera que nos llevaba de Munich al Lago DiGarda, Italia. Uno causado por la maniobra intempestiva e ilegal de un
camionero que debía mantenerse en su carril derecho e invadió el central, por
donde es permitida una velocidad de 140 kilómetros por hora. Ahí, cuando
circulábamos por un trozo de Austria, escuché el primer bocinazo.
El
segundo ocurrió cuando una señorita en un elegante coche negro, se salió
violentamente y sin aviso previo, del carril izquierdo donde iba, para
introducirse el carril central para adelantar a otros vehículos que le impedían
avanzar a la velocidad que ella quería.
Profusión de señales en las carreteras |
La
tercera vez fue, contra el silencio reinante en todas las avenidas, en plena
ciudad de Munich, debido a que un conductor apresurado se cruzó en el camino de
Erik en forma imprudente porque, seguramente, estaba apresurado por llegar a su
destino.
La cuarta
vez fue en las inmediaciones de la frontera checa por el mismo motivo: una
imprudencia ajena de un conductor que quería avanzar sin respetar las normas de
silencio reinantes en las carreteras europeas.
Al
final, en Munich, Erik hizo un balance de los kilómetros que habíamos
recorrido, a partir de esa ciudad que era nuestra base de operaciones, para
visitar las ciudades que nos habíamos propuesto: Görlitz, Praga, Berlín,
Munich, Peschiera del Garda en la orilla sur del Lago di Garda, Venecia y
Verona, en Italia y nuevamente Munich.
A orilla del Lago di Garda |
–Completamos
5,000 kilómetros –dijo cuando nos llevaba al aeropuerto de Munich, desde el
cual debíamos dirigirnos a Madrid y luego de un par de trasbordos, a Lima.
¡Habíamos
hecho una distancia equivalente a dos viajes y medio a Arequipa!
De
nuevo en Lima, la bulliciosa ciudad de los virreyes, nos reencontramos con el
bullicio del tránsito. No solo los bocinazos de quienes quieren llegar más
pronto a su destino sino los pitazos de los policías de Tránsito, que allá –qué
horrible comparación– no se escuchan.
Esperar en silencio que se deshaga el nudo |
Aquí es
una lástima –y no es para que me digan entonces vete a vivir allá, sino en un
intento de provocar un propósito de enmienda–, que el más macho haga lo que le
da la gana y que en este rango estén las autoridades, de suboficial policial
para arriba, hasta ministros y congresistas, que debieran dar el ejemplo de
respeto a las normas, sean las primeras en romperlas animados por el supuesto
privilegio que les da el haber sido elegidas o nombradas.
O, ¿no
ha visto cómo las comitivas ministeriales y congresistas van precedidas por “liebres” –policías
en motocicleta– que les abren el camino y paralizan el tránsito por donde
pasan, sin respetar semáforos rojos para llegar a su escritorio a cumplir sus
obligaciones?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario