jueves, 29 de enero de 2015

¿Hablamos en castellano o qué?

Extranjerismos que
ganan terreno y
contaminan el idioma

Nota del editor – Hace unos días, con motivo de una crónica sobre el tan usado “tenía un ‘feeling’ muy especial”, les prometí el artículo que sobre el uso de los extranjerismos que han invadido nuestro idioma, escribió Álex Grijelmo en el diario El País, de España, semanas atrás. Ahora, en cumplimiento de esa promesa, reproduzco el artículo sin quitarle una coma, porque hacerlo será un atentado de lesa lealtad. Le he colocado unas ilustraciones recogidas de la red a propósito que espero hagan de esta entrega no un “post” (¡maldición!, se me escapó) inocuo, sino una enseñanza que nos aparte de la huachafería extranjerizante que nos amenaza. Gracias por el interés que muestren.

Extranjerismos en el idioma

Por Álex Grijelmo

El autor
Los anglicismos, galicismos y demás extranjerismos no causan alergias, ni hacen que baje el producto interior bruto, ni aumentan la contaminación ambiental. No matan a nadie.

No constituyen en sí mismos un mal para el idioma. Ahí está “fútbol”, por ejemplo, que viene de football y se instaló con naturalidad mediante su adaptación como voz llana en España y aguda en América. Se aportó en su día la alternativa “balompié”, y quedó acuñada en nombres como Real Betis Balompié, Albacete Balompié, Écija Balompié, Riotinto Balompié… o Balompédica Linense; pero la palabra “fútbol” acabó ocupando ese espacio y dejó “balompié” como recurso estilístico y tal vez como evocación de otras épocas.

“Fútbol”, eso sí, llegó a donde no había nada. Además, abonó su peaje; se supo adaptar a la ortografía y a la morfología de nuestro idioma, y progresó por él: “futbolístico”, “futbolero”, “futbolista”… Y venció ante una alternativa formada, sí, con los recursos propios del idioma pero que llegó más tarde.

Sin embargo, nos invaden ahora anglicismos que tenían palabras equivalentes en español: cada una con su matiz adecuado a su contexto. Ocupan, pues, casillas de significado donde ya había residentes. Y así acaban con algunas ideas y con los vocablos que las representaban. Se adaptarán quizás al español en grafía y fonética, pero habrán dejado antes algunas víctimas.

No hacen daño a nadie... pero
Llamamos a alguien “friki” (del inglés freak) y olvidamos “chiflado”, “extravagante”, “raro”, “estrafalario” o “excéntrico”. Necesitamos un password y dejamos a un lado “contraseña”, o “clave”. Se nos coló una nueva acepción de “ignorar” (por influencia de to ignore) que desplaza a “desdeñar”, “despreciar”, "desoír", “soslayar”, “marginar”, “desentenderse”, “hacer caso omiso”, “dar la espalda”, “omitir”, “menospreciar” o “ningunear”. Olvidamos los cromosomas de “evento” (algo “eventual”, inseguro; que acaece de improviso) y mediante la ya consagrada clonación de event se nos alejan “acto”, “actuación”, “conferencia”, “inauguración”, “presentación”, “festival”, “seminario”, “coloquio”, “debate”, “simposio”, “convención” y otras palabras más precisas del español que se refieren a un “acontecimiento” programado. Ya todo es un evento, aunque esté organizadísimo.

¡La invasión!
Elogiamos el know-how de una empresa y no recordamos “conocimiento”, “práctica”, “habilidad”, “destreza”, “saber hacer”. Se estableció “chequear” (de to check) y arrinconamos “verificar”, “comprobar”, “revisar”, “corroborar”, “examinar”, “controlar”, “cotejar”, “probar”… y tantos otros más adecuados en cada situación.

Se extiende ahora la palabra fake para descalificar un trabajo que falta a la verdad; y eso deja en el tintero expresiones como “manipulación”, “engaño”, “falsificación”, “embuste”, “farsa” o “patraña”. En los espacios sobre talentos musicales nos presentan a un coach, voz que se propaga en detrimento de “preparador”, “adiestrador”, “profesor”, “supervisor”, “entrenador”, “tutor”, “instructor”, “asesor”, “formador”...

¡Hasta en las mejores familias!
Y en los últimos tiempos se expande entre los entendidos en la Red el anglicismo españolizado “banear”, que se relaciona con banns (amonestaciones) y to ban (prohibir). Su raíz no anda lejos del sustantivo “bandido” y del verbo “bandir”. El bandido era buscado a través de un “bando” (de ahí la palabra, con la que también se vinculan “contrabando” y “contrabandista”); y “bandir” equivale en su etimología a “proscribir”. Así pues, una persona “baneada” en Internet (porque insulta, calumnia, miente, altera el diálogo o usa palabras soeces) es alguien a quien se proscribe.

No pasa nada si pronuncian “banear” quienes se entienden con ese vocablo. Sí tendrán un problema si a causa de ello olvidan otras palabras más certeras para la ocasión: “vetar”, “expulsar”, “excluir”, “apartar”, “desterrar”, “sancionar”...

La riqueza de nuestro lenguaje depende de lo que decimos pero también de lo que dejamos de decir... y por tanto perdemos. El problema no es que lleguen anglicismos, sino que se rodeen de cadáveres.


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