Extranjerismos
que
ganan
terreno y
contaminan
el idioma
Nota
del editor – Hace unos días, con motivo de una crónica sobre el tan usado “tenía
un ‘feeling’ muy especial”, les prometí el artículo que sobre el uso de los
extranjerismos que han invadido nuestro idioma, escribió Álex Grijelmo en el
diario El País, de España, semanas atrás. Ahora, en cumplimiento de esa
promesa, reproduzco el artículo sin quitarle una coma, porque hacerlo será un atentado
de lesa lealtad. Le he colocado unas ilustraciones recogidas de la red a propósito
que espero hagan de esta entrega no un “post” (¡maldición!, se me escapó)
inocuo, sino una enseñanza que nos aparte de la huachafería extranjerizante que
nos amenaza. Gracias por el interés que muestren.
Extranjerismos
en el idioma
Por Álex
Grijelmo
El autor |
Los
anglicismos, galicismos y demás extranjerismos no causan alergias, ni hacen que
baje el producto interior bruto, ni aumentan la contaminación ambiental. No
matan a nadie.
No
constituyen en sí mismos un mal para el idioma. Ahí está “fútbol”, por ejemplo,
que viene de football y se instaló con naturalidad mediante su adaptación como
voz llana en España y aguda en América. Se aportó en su día la alternativa
“balompié”, y quedó acuñada en nombres como Real Betis Balompié, Albacete
Balompié, Écija Balompié, Riotinto Balompié… o Balompédica Linense; pero la
palabra “fútbol” acabó ocupando ese espacio y dejó “balompié” como recurso
estilístico y tal vez como evocación de otras épocas.
“Fútbol”,
eso sí, llegó a donde no había nada. Además, abonó su peaje; se supo adaptar a
la ortografía y a la morfología de nuestro idioma, y progresó por él:
“futbolístico”, “futbolero”, “futbolista”… Y venció ante una alternativa
formada, sí, con los recursos propios del idioma pero que llegó más tarde.
Sin
embargo, nos invaden ahora anglicismos que tenían palabras equivalentes en
español: cada una con su matiz adecuado a su contexto. Ocupan, pues, casillas
de significado donde ya había residentes. Y así acaban con algunas ideas y con
los vocablos que las representaban. Se adaptarán quizás al español en grafía y
fonética, pero habrán dejado antes algunas víctimas.
No hacen daño a nadie... pero |
Llamamos
a alguien “friki” (del inglés freak) y olvidamos “chiflado”, “extravagante”,
“raro”, “estrafalario” o “excéntrico”. Necesitamos un password y dejamos a un
lado “contraseña”, o “clave”. Se nos coló una nueva acepción de “ignorar” (por
influencia de to ignore) que desplaza a “desdeñar”, “despreciar”,
"desoír", “soslayar”, “marginar”, “desentenderse”, “hacer caso
omiso”, “dar la espalda”, “omitir”, “menospreciar” o “ningunear”. Olvidamos los
cromosomas de “evento” (algo “eventual”, inseguro; que acaece de improviso) y
mediante la ya consagrada clonación de event se nos alejan “acto”, “actuación”,
“conferencia”, “inauguración”, “presentación”, “festival”, “seminario”,
“coloquio”, “debate”, “simposio”, “convención” y otras palabras más precisas
del español que se refieren a un “acontecimiento” programado. Ya todo es un
evento, aunque esté organizadísimo.
¡La invasión! |
Elogiamos
el know-how de una empresa y no recordamos “conocimiento”, “práctica”,
“habilidad”, “destreza”, “saber hacer”. Se estableció “chequear” (de to check)
y arrinconamos “verificar”, “comprobar”, “revisar”, “corroborar”, “examinar”,
“controlar”, “cotejar”, “probar”… y tantos otros más adecuados en cada
situación.
Se
extiende ahora la palabra fake para descalificar un trabajo que falta a la
verdad; y eso deja en el tintero expresiones como “manipulación”, “engaño”,
“falsificación”, “embuste”, “farsa” o “patraña”. En los espacios sobre talentos
musicales nos presentan a un coach, voz que se propaga en detrimento de
“preparador”, “adiestrador”, “profesor”, “supervisor”, “entrenador”, “tutor”,
“instructor”, “asesor”, “formador”...
¡Hasta en las mejores familias! |
Y en
los últimos tiempos se expande entre los entendidos en la Red el anglicismo
españolizado “banear”, que se relaciona con banns (amonestaciones) y to ban
(prohibir). Su raíz no anda lejos del sustantivo “bandido” y del verbo
“bandir”. El bandido era buscado a través de un “bando” (de ahí la palabra, con
la que también se vinculan “contrabando” y “contrabandista”); y “bandir”
equivale en su etimología a “proscribir”. Así pues, una persona “baneada” en Internet
(porque insulta, calumnia, miente, altera el diálogo o usa palabras soeces) es
alguien a quien se proscribe.
No pasa
nada si pronuncian “banear” quienes se entienden con ese vocablo. Sí tendrán un
problema si a causa de ello olvidan otras palabras más certeras para la
ocasión: “vetar”, “expulsar”, “excluir”, “apartar”, “desterrar”, “sancionar”...
La
riqueza de nuestro lenguaje depende de lo que decimos pero también de lo que
dejamos de decir... y por tanto perdemos. El problema no es que lleguen anglicismos,
sino que se rodeen de cadáveres.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario