Estalló,
una vez más, la más
internacional
de las fiestas
con 6 millones de visitantes
Con
cuatro golpes de un enorme martillo de madera, el alcalde de Múnich, DieterReiter, abrió la espita, llenó un “mass” –lo que nosotros llamaríamos chop- de
cerveza de un gigantesco barril y pronunció las palabras tradicionales: “¡O'zapft
es!”. Y el Oktoberfest de 2014 se abrió, una vez más.
Un golpe de mazo da comienzo a la fiesta |
Eran exactamente
a las 12 del mediodía y la lluvia no apagó el entusiasmo porque esa exclamación
fue la señal para que estallara la fiesta en decenas de altoparlantes y se
abrieran, por 181 años, las 14 carpas de las grandes cervecerías de Baviera para
dar alojamiento temporal a una población flotante que se espera este año supere
los seis millones de visitantes.
Las autoridades disfrutan del primer chop |
Por
supuesto, el alcalde y el jefe del gobierno regional de Bavaria, Horst Seehofer,
tuvieron el privilegio de apurar los dos primeros mass y, como manda la
tradición, lo hicieron a conciencia, hasta dejar seco el vaso.
Tuve la
suerte de asistir hace unos años a una fiesta similar y he de decir, con
absoluta sinceridad que jamás vi ni veré fiesta popular tan masiva y entusiasta,
un homenaje a Baco, donde nadie critica a nadie haberse excedido en unos
tragos.
La cerveza es la reina de la fiesta |
Parecía
que el mundo había volcado sobre la explanada de Santa Teresa, donde están las
instalaciones del Oktoberfest, a todos los bebedores posibles de cerveza,
traídos por trenes subterráneos repletos de extranjeros que salían a la
estación Teresina y corrían como locos al encuentro de su bautismo de cerveza.
Los
millones de visitantes vienen dispuestos a beber toda la cerveza que les quepa
en el cuerpo, a pagar diez dólares por litro, y a disfrutar de sabrosos asados
de cerdo, inmensa variedad de salchichas y pollos dorados, junto a ese salado
pan, el brezl, como lo llaman los alemanes de Alemania y brezn como lo llaman
los bávaros y simplemente bretzel como los latinos decimos sin detenernos en
detalles de pronunciación.
Hay bebida para todos los que la pidan |
Múnich
es la cuna de las fábricas de cerveza más antiguas, como las tradicionales
Lówenbrau, Paulaner, Spatenbrau, Agustiner, Hofbrau y Hacker-Pschorr, algunas
de las cuales un servidor tuvo la especial ocasión y el placer de degustar.
Si la
cerveza y las cantidades que se beben -millones de litros cada día en las diez
carpas- durante 14 días, son extraordinarias, también lo son los juegos:
Montañas rusas modificadas para hacer más emocionantes las pendientes, cuyos
vagones se dan vuelta para que la gente grite y se emocione cabeza abajo a cien
kilómetros por hora.
Diversión para niños que los grandes disfrutan |
Junto a
ellos, iluminados martillos gigantescos que giran en varias direcciones con docenas
de personas en su agitado interior, y más allá grandes ruedas Chicago cuya
parte superior está a unos ochenta metros del suelo. Todo en medio de música y
despliegue de luces multicolores que atraen a los ojos más indiferentes.
Los
juegos son, como en todas partes del mundo, para niños, pero los del
Oktoberfest sirven también como fin de fiesta para quienes, adultos llenos de
cerveza hasta el hartazgo y con deseos de agregarse una dosis de adrenalina,
suben a ellos para darse una vuelta.
No hay fiesta sin música |
La
vuelta se las dan a ellos y no pocos terminan en una camilla hacia un hospital
próximo o con el estómago revuelto hasta la desesperación por la velocidad de
vértigo y por las vueltas que los ponen de cabeza para mirar el mundo al revés.
Cuando
salgan, todos, sobrios y ebrios, encontrarán el siempre puntual UBan que los
llevará cerca de su casa gracias al auxilio comprensivo de personal ferroviario
y la policía.
El Oktoberfest es fiesta universal |
El
Oktoberfest da ocasión a que se vean como muy pocas veces, despliegues de la
policía especial de los transportes estatales, que cuidan en todos los andenes
a los tambaleantes sobrevivientes de la fiesta, para que no se caigan sobre los
rieles.
Unos
cuantos saldos de la bacanal cuyas fuerzas no alcanzaron para ir hasta la
estación subterránea, duermen en los taludes de hierba sombreados por algunos
árboles, junto a la avenida cercana, por donde, indiferentes, pasan centenares
de automovilistas sin mucho ruido, como si quisieran respetar el sueño de quienes
no pudieron encontrar el camino a casa.
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