Bocinazos de
combis
y de coches
policiales
martirizan a los
enfermos
Nota del editor
– Esta es la tercera nota final de una serie que recuerda la especial situación
de los postoperados de próstata en el Hospital de Emergencias Grau, a cuyo
personal médico y cuerpo de enfermeras expreso mi reconocimiento, por su
dedicación y por sus demostraciones de alta eficiencia. Mi especial
reconocimiento al doctor Vladimir Mautino, quien realizó la operación, a los
doctores Flores Cisneros, Madueño, Godoy, Guzmán Arangurí, a los demás
integrantes del equipo médico que cuidan de los postoperados con
profesionalismo y comprensión y al cuerpo de enfermeras del Sexto Piso, donde
pasé diez días bajo su cuidado.
Si hay algo que
martiriza a los enfermos, aparte de las secuelas naturales de la operación,
son los ruidos que llegan desde la calle hasta el piso 6, penetran con toda brutalidad
por los ventanales orientados hacia la avenida 28 de julio, y nos mantenían
despiertos virtualmente toda la noche, a causa de una alta contaminación sonora.
Una de las esquina más bulliciosas |
Sería por eso
que escuchábamos también los gritos de un anciano paciente de la cama 626 que
llamaba todas las noches a “Verónica”, “Micky” y a otros presuntos familiares a
quienes daba encargos en alta voz.
El señor
despertaba exactamente a las nueve de la noche para llamar a sus familiares y
callaba a las cinco de la mañana, cuando comenzaba el día de todos los postoperados.
Un día le pregunté a la enfermera del turno de noche cuyo nombre me reservo, por
el señor de la cama 626: “Ya se fue”, me contestó, “ese señor de día dormía y de
noche jodía”.
Un día de visita
conocimos a “Verónica”. No era una fantasía sino su nieta, una gordita muy
simpática que se movía de un lado a otro para cumplir los encargos del anciano.
A las cinco de la mañana
Nuestro día comenzaba
a las cinco de la mañana cuando el turno de la noche encendía la luz. Yo aprovechaba
mi cercanía a los servicios para llegar primero a la ducha. Siempre fui el
primero en bañarme, mientras otros esperaban en el pasadizo.
Uno de ellos, el
paciente de la cama 633 reclamaba: “¡Una sola ducha para 25 pacientes! Yo soy
pobre pero tengo tres baños en mi casa de San Martín de Porres”.
De regreso a mi
cama me ponía a leer y me echaba un trago de agua, porque los postoperados de
próstata deben tomar por lo menos tres litros de agua diarios para expulsar los
coágulos.
Sala de hospitalización bien atendida (Internet) |
Un médico recomendó
los botellones de dos litros y medio, pero la experiencia me demostró que era
mejor tomar varias botellas chicas de 1.26 litros cada una, de esas llamadas
individuales. Así se puede tomar tres botellas chicas y cumplir con creces,
3.78 litros, la cuota establecida.
Por lo demás, un
botellón es difícil de manipular, sobre todo cuando se trata de un postoperado
que con las justas puede ponerse de costado en la cama clínica. Tuve una
experiencia desagradable cuando traté de llenar con agua de un botellón un
vasito de plástico que, ante la presión del chorro, se volcó y mojó un libro y
varias cosas que tenía en la mesita.
Operaciones laparascópicas
Quienes fueron
sometidos a operación laparascópica se retiraban pronto. Su permanencia duraba
unos cuatro o cinco días, pero las secuelas de la intervención son similares a
las de quienes nos operamos con corte.
Un paciente sometido
a operación laparascópica, alto y con dos permanentes bolsas a cuestas –una del
dren y la otra de la sonda–, me dice que a él no lo han programado para retiro
de sonda, no obstante tener dos o tres días más de antigüedad que yo y a pesar
de que su orina ya fluye constantemente de color amarillo.
“Algo pasará”,
le digo, “para que los médicos lo hagan esperar”. Él inició la conversación al
ver mi reloj alemán Junghans y se interesó por él. Le dije que ya tenía diez
años en mi poder sin fallar y señaló que era coleccionista de relojes antiguos
de marcas famosas como Bulova, Citizen, Longines y otras.
Dijo que da unas
vueltas por sectores de Lima donde venden cosas viejas. “Siempre encuentro
algo”, me dijo contento. Cuando me fui, dos días después, se quedaba aún sin
anuncio de alta.
Los ruidos infernales de esa calle
Le pregunté a la
técnica Ignacia si no había un letrero frente al hospital que prohibiera las
bocinas de los vehículos y los pregones de los vendedores provistos de
altavoces. Me respondió: “Hay un letrero grandazo, pero nadie le hace caso”.
Hospital Grau: alta contaminación sonora |
Yo lo habría de
comprobar las diez noches que pasé en el Piso 6. Entre cinco de la tarde y dos
de la mañana por lo menos, los ruidos callejeros eran espantosos y parecía
mentira cómo, a pesar de todo, se podía conciliar el sueño.
Lo que dijo la
técnica Ignacia era verdad. Nadie hace caso del letrero ubicado en el crucero 28
de Julio-Iquitos con el que la Municipalidad de Lima pide silencio por respeto
a los enfermos.
Comprobé que ni
siquiera los coches policiales acatan el llamado de la Municipalidad. Escuché
varias veces a cualquier hora la característica bocina de graznido de pato de
los vehículos de la policía y una voz imperativa inconfundible “¡hágase a la
derecha, oiga!”.
Disparan estrepitosos sonidos a toda hora |
No solo eso. Los
pregones de los vendedores ambulantes con altavoces a todo volumen que ofrecen
paltas, granadillas, plátanos, y cien cosas más, se mezclan con las bocinas de
combis y gritos de los llamadores que anuncian adónde van. Todo un estrépito
infernal que ningún policía controla a ninguna hora frente a un hospital cuyos
ocupantes merecen el respeto del silencio.
Quisiera pensar
que, si alguien de la Municipalidad lee esta nota, haga algo para controlar ese
bullicio. Así, quiero pensar en positivo, se hará algo por la tranquilidad de
los enfermos durante los días dramáticos en que, luego de una intervención
quirúrgica, precisan de descanso y tranquilidad.
Para mí ese
problema se acabó el sábado 15 de febrero. Mis hijos Luis y Gonzalo se
organizaron de modo que todo salió milimétricamente preciso. Mientras Gonzalo
me ayudaba a vestirme con ropa de calle, Luis hacía los trámites
administrativos y recogía las medicinas de la farmacia. Agradecí sus cuidados a las
enfermeras de turno al despedirme y a los enfermos que aún se quedaban les deseé
buena salud. (Luis Eduardo Podestá).
(Imágenes del hospital Grau captadas de Google-maps)
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