La tarde que
trajeron a Manuel
Acosta Ojeda al
séptimo piso
Nota del editor
– Esta es la segunda nota de una serie de tres, que recuerda la especial
situación de los postoperados de próstata en el Hospital de Emergencias Grau, a
cuyo personal médico y cuerpo de enfermeras expreso mi reconocimiento, por su
dedicación a los pacientes y por su demostración de alta eficiencia.
Si hubo un
momento realmente dramático durante la intervención de próstata a que me
sometí, fue cuando el cirujano, doctor Vladimir Mautino, me ordenó “levante la
pierna” y yo intenté obedecer y no pude. “No puedo, doctor”, le dije y
él, exclamó con un tono de satisfacción “¡Perfecto!”.
Pinchazo en la columna remece todo el esqueleto |
Unos minutos
antes el médico anestesiólogo me había ordenado sentarme en la mesa de
operaciones e inclinarme hacia adelante. Me tocó unas vértebras de la columna,
luego dijo va a sentir un pinchazo y lo sentí, al mismo tiempo que se me
remecía todo el esqueleto.
“No se mueva”,
recomendó, le voy a aplicar un segundo pinchazo y lo sentí, pero esta vez acertó
y me ordenó echarme nuevamente boca arriba.
Doctor Vladimir Mautino |
El doctor
Mautino comenzó la intervención y un médico asistente me levantaba el abdomen
hasta el pecho, a fin de dejar libre el área del corte. Hay que recordar que mi
pancita fue un factor de preocupación para los médicos, debido a que pudo
producirse un proceso infeccioso, decían.
Felizmente no
ocurrió así y el doctor Mautino, durante la segunda consulta postoperatoria que
tuve con él me dijo que su mayor preocupación fue mi exceso de peso, pero
felizmente tenía un organismo que respondió bien, porque de lo contrario hubiera
tenido que tenerme en hospitalización hasta treinta días. Yo salí al décimo
día.
Por la noche de
aquel día, al despertarme con las luces encendidas en el piso, para controlar al
señor que quería irse a su casa, lo primero que hice fue levantar las piernas, a fin de comprobar que mi cerebro estaba al
mando. ¡Sí pude y me alegré mucho!
La llegada de
Manuel Acosta Ojeda
Yo estaba en mi
segundo día de hospitalización, cuando desde mi estratégica posición de la cama
641 escuché que una persona preguntaba por el señor Manuel Acosta Ojeda, recién
operado esa tarde de la próstata. Creía que estaba en el sexto piso, el destino común de los operados de próstata.
Compositor también operado de próstata |
Luego de
una breve averiguación telefónica, le dijeron que se encontraba en el séptimo
piso. Comenté el asunto con mi vecino Segundo Vásquez. “Han traído al séptimo
piso al compositor Acosta Ojeda”, le dije, “y no sé por qué no está con
nosotros, si hay camas desocupadas”. Le expresé mi saludo para tan gran compositor y mi
deseo de su pronta recuperación.
Hubiera querido
verlo, quizá cruzar unas palabras con él sobre su vals “Cariño”, que alegró
muchos años de mi vida, como se lo dije en una ocasión en Saycope (Sociedad de autores y compositores del Perú) que presidía y cuya sede se encontraba en el distrito del Rímac.
Pero ese es otro asunto.
Personal altamente calificado
El personal del
piso 6 conocía su oficio a la perfección y cumplía sus obligaciones a
cabalidad. Puede que una u otra vez, ocupado en quehaceres más urgentes, a uno
no le hagan caso cuando se agotó la botella de suero o cuando desea
levantar parte de la cama para sentirse más cómodo, pero por lo general estaba pendiente de las necesidades de sus pacientes.
Los turnos de
las enfermeras y técnicas estaban organizados así: un primer turno de ocho de
la mañana a dos de la tarde, de dos a ocho de la noche y de ocho de la noche a
ocho de la mañana del día siguiente. El turno de doce horas era desempeñado por
solo dos personas.
Atendidos por personal altamente calificado |
Con la enfermera
Rosaura, mientras me medía la presión, conversamos brevemente sobre el reciente
aumento a 30 mil soles, del sueldo ministerial. “Los ministros han comenzado a
ganar 30 mil soles”, le dije y ella reaccionó sin vacilar: “Y esa pobre niña
gana 750 soles”.
La niña era
Alicia, una joven enfermera técnica que conquistó la simpatía de todo el piso
por su buen trato, porque siempre estaba atenta a lo que a uno necesitaba y
cumplía su trabajo con una sonrisa, como si permanentemente estuviera gustosa de hacerlo.
Alicia renovaba
las botellas de suero, te preguntaba si estabas cómodo o subía la parte
superior de la cama un par de grados, le conseguía una mesita para que comiera
con menos incomodidad y, finalmente, a mi vecino de la cama 640, don Segundo
Vásquez, a quien le acababan de retirar la sonda, le fabricó un urinario portátil
con una botella vacía de suero.
A ella y al personal que nos atendió en la difícil etapa postoperatoria les expreso un
reconocimiento muy especial, que ojalá se traduzca en mejores condiciones de
trabajo y mejores salarios por su sacrificada labor. (Luis Eduardo Podestá).
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