sábado, 1 de marzo de 2014

La pierna no obedece al cerebro

La tarde que trajeron a Manuel
Acosta Ojeda al séptimo piso

Nota del editor – Esta es la segunda nota de una serie de tres, que recuerda la especial situación de los postoperados de próstata en el Hospital de Emergencias Grau, a cuyo personal médico y cuerpo de enfermeras expreso mi reconocimiento, por su dedicación a los pacientes y por su demostración de alta eficiencia.

Si hubo un momento realmente dramático durante la intervención de próstata a que me sometí, fue cuando el cirujano, doctor Vladimir Mautino, me ordenó “levante la pierna” y yo intenté obedecer y no pude. “No puedo, doctor”, le dije y él, exclamó con un tono de satisfacción “¡Perfecto!”.

Pinchazo en la columna remece todo el esqueleto

Unos minutos antes el médico anestesiólogo me había ordenado sentarme en la mesa de operaciones e inclinarme hacia adelante. Me tocó unas vértebras de la columna, luego dijo va a sentir un pinchazo y lo sentí, al mismo tiempo que se me remecía todo el esqueleto.  

“No se mueva”, recomendó, le voy a aplicar un segundo pinchazo y lo sentí, pero esta vez acertó y me ordenó echarme nuevamente boca arriba.

Doctor Vladimir Mautino
El doctor Mautino comenzó la intervención y un médico asistente me levantaba el abdomen hasta el pecho, a fin de dejar libre el área del corte. Hay que recordar que mi pancita fue un factor de preocupación para los médicos, debido a que pudo producirse un proceso infeccioso, decían.

Felizmente no ocurrió así y el doctor Mautino, durante la segunda consulta postoperatoria que tuve con él me dijo que su mayor preocupación fue mi exceso de peso, pero felizmente tenía un organismo que respondió bien, porque de lo contrario hubiera tenido que tenerme en hospitalización hasta treinta días. Yo salí al décimo día.

Por la noche de aquel día, al despertarme con las luces encendidas en el piso, para controlar al señor que quería irse a su casa, lo primero que hice fue levantar las piernas, a fin de comprobar que mi cerebro estaba al mando. ¡Sí pude y me alegré mucho!

La llegada de Manuel Acosta Ojeda

Yo estaba en mi segundo día de hospitalización, cuando desde mi estratégica posición de la cama 641 escuché que una persona preguntaba por el señor Manuel Acosta Ojeda, recién operado esa tarde de la próstata. Creía que estaba en el sexto piso, el destino común de los operados de próstata.

Compositor también operado de próstata

Luego de una breve averiguación telefónica, le dijeron que se encontraba en el séptimo piso. Comenté el asunto con mi vecino Segundo Vásquez. “Han traído al séptimo piso al compositor Acosta Ojeda”, le dije, “y no sé por qué no está con nosotros, si hay camas desocupadas”. Le expresé mi saludo para tan gran compositor y mi deseo de su pronta recuperación.

Hubiera querido verlo, quizá cruzar unas palabras con él sobre su vals “Cariño”, que alegró muchos años de mi vida, como se lo dije en una ocasión en Saycope (Sociedad de autores y compositores del Perú) que presidía y cuya sede se encontraba en el distrito del Rímac. Pero ese es otro asunto.

Personal altamente calificado

El personal del piso 6 conocía su oficio a la perfección y cumplía sus obligaciones a cabalidad. Puede que una u otra vez, ocupado en quehaceres más urgentes, a uno no le hagan caso cuando se agotó la botella de suero o cuando desea levantar parte de la cama para sentirse más cómodo, pero por lo general estaba pendiente de las necesidades de sus pacientes.

Los turnos de las enfermeras y técnicas estaban organizados así: un primer turno de ocho de la mañana a dos de la tarde, de dos a ocho de la noche y de ocho de la noche a ocho de la mañana del día siguiente. El turno de doce horas era desempeñado por solo dos personas.

Atendidos por  personal altamente calificado

Con la enfermera Rosaura, mientras me medía la presión, conversamos brevemente sobre el reciente aumento a 30 mil soles, del sueldo ministerial. “Los ministros han comenzado a ganar 30 mil soles”, le dije y ella reaccionó sin vacilar: “Y esa pobre niña gana 750 soles”.

La niña era Alicia, una joven enfermera técnica que conquistó la simpatía de todo el piso por su buen trato, porque siempre estaba atenta a lo que a uno necesitaba y cumplía su trabajo con una sonrisa, como si permanentemente estuviera gustosa de hacerlo.

Alicia renovaba las botellas de suero, te preguntaba si estabas cómodo o subía la parte superior de la cama un par de grados, le conseguía una mesita para que comiera con menos incomodidad y, finalmente, a mi vecino de la cama 640, don Segundo Vásquez, a quien le acababan de retirar la sonda, le fabricó un urinario portátil con una botella vacía de suero.

A ella y al personal que nos atendió en la difícil etapa postoperatoria les expreso un reconocimiento muy especial, que ojalá se traduzca en mejores condiciones de trabajo y mejores salarios por su sacrificada labor. (Luis Eduardo Podestá).


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