Lo promovió un
señor que
esa tarde fue
sometido a una
operación
laparascópica
Nota del editor –
Esta es la primera nota de una serie de tres, que recuerdan la especial
situación de los postoperados de próstata en el Hospital de Emergencias Grau de EsSalud, a cuyos médicos y personal de enfermeras expreso mi reconocimiento.
La noche del 5
de febrero fue por no decir otra cosa, extraordinaria, en la sala de los operados de próstata del Piso 6 del
hospital Grau. Hubo un motín unipersonal, una fuga
de dren, discusiones, llamadas a un médico pariente del amotinado y, entre
otras, la presencia amedrentadora de un vigilante uniformado en medio de los
enfermos, amenazando poner orden a la fuerza.
Esa tarde, a las
4.35 finalizó mi operación de próstata “con corte”, como lo habían dispuesto
desde semana antes mis médicos tratantes.
Por esa razón,
me hallaba en un estado semiinconsciente, cuando, contrariamente a los
reglamentos que habrá de conocer los días subsiguientes, se encendieron las
luces de la sala porque algo extraño ocurría.
La enfermera
jefa del turno, Rosaura, descubrió que el operado de la cama 639 –yo ocupaba la
641, a dos metros de la estación de enfermeras– estaba vestidito como para irse
a su casa y sentado al borde de lo que debiera ser su lecho de enfermo.
Vino en su ayuda
el técnico Guillermo, quien con palabras enérgicas, dijo al enfermo, de
apellido Vidal que no podía irse porque hacía pocas horas de su operación, que
tenían responsabilidad sobre su seguridad y varios etcéteras más.
Vidal, sometido a una intervención laparascópica, y de quien dijeron
era hermano o pariente cercano de un médico del mismo apellido, respondía que
esto era “un secuestro”, que lo estaban obligando a estar en ese lugar contra
su voluntad, que no era un delincuente sino un hombre libre y que se iba a su
casa.
Guillermo
insistía, ya en un trato más familiar: “¿Cómo te vas a ir si son las dos de la
mañana? No vas a encontrar ningún taxi que te lleve y estás expuesto a un
asalto”.
Nada. No atendía
razones hasta que un vecino de la hilera de enfrente, ocupante de la cama 633 se
mostró contemporizador, le habló de la responsabilidad que iba a recaer sobre
sus familiares, que “son los que te han traído aquí para recuperar tu salud” y
sobre los médicos y personal del hospital “si permiten que te vayas y te ocurra
algo en la calle”.
La enfermera
llamó al médico tratante, al hermano médico, al vigilante del piso. El primero
que vino fue el vigilante, quien se acercó
al enfermo pero no dijo ni hizo nada. Al final, las palabras del enfermo 633 convencieron
al amotinado quien volvió a acostarse en su cama.
El dren huidizo
Simultáneamente se había producido otro problema que me comprometía directamente. El dren se había
llenado completamente, el líquido rebasó a la cama y me sentí horriblemente
incómodo, Llamé a la enfermera y le mostré lo que me parecía un guante lleno de
líquido.
Su desesperación
no tuvo límites. Trató de volver a poner en su sitio el dren pero no fue
posible. Al día siguiente me denunció ante los médicos. “Este señor se sacó el
dren”, lo que no era exactamente cierto porque el dren se salió solo.
Así permanecí
unos días en observación, hasta que el médico jefe de una visita matinal, el doctor Godoy, ordenó que me restituyeran el dren y encargó la tarea al doctor Edgardo
Guzmán, quien me hurgó cada tramo de los puntos. Cuando el doctor Godoy se
acercó y preguntó “¿y?”, el doctor Guzmán le respondió sencillamente “nada,
solo sale sangre”.
Me liberé del
dren, porque no existía peligro de infección. De lo que no me libré y no se lo
deseo a ningún operado en mi situación de convaleciente es sufrir los cólicos
simultáneos con la expulsión de coágulos.
Cólico grande coágulo gigante
Llegué a
comprobar que mientras más duraba el cólico –un torniquete en la zona urinaria que
te hace rechinar los dientes y agarrarte del colchón en busca de alivio– más
grande era el coágulo expulsado. Como uno sabía que mientras más coágulos
expulsara, quedaría limpio más pronto, llegas a la práctica masoquista de desear
el cólico y de asistir a un espectáculo singular en la manguerita de la sonda.
Me acostumbré a
mirar los coágulos recién expulsados y la forma como se comportaban. Parecían
intentar el regreso y se retorcían, y a veces creaban una colita roja para
manejarse dentro del tubo de la sonda.
El enfermero
Guillermo, de cuya guardia nocturna disfruté un par de veces, me sometía a lo
que llamaban un “ordeñamiento”, consistente en asir fuertemente parte de la
sonda y sacudir con toda energía el tubo golpeándolo contra el colchón. Te
dolía pero el resultado era una legión de coágulos condenados a la bolsa de
desechos, al final del tubito adonde van a parar líquidos evacuados por la
vejiga.
Aprendí a ordeñarme
a mí mismo cuando no había enfermeras cerca, con resultados medianamente
exitosos. Así pude contemplar mi obra.
Llamaba secciones a los grupos pequeños
de coágulos, compañías a los de tamaño medio y brigada a los grandes. En mi tarea
de ordeñarme calculo haber expulsado unas 30 secciones, 15 compañías y unas
cuatro o cinco brigadas durante varios días de lucha.
Asimismo, conté
noventa segundos del cólico más largo que me libró también de un coágulo o de
varios que en conjunto podrían medir unos veinte centímetros.
Uno se convierte
en parte de un sistema de vasos comunicantes con la bolsita que se llena en el
extremo del tubo de la sonda y sabe que debe provocar una burbuja con maniobras
bruscas y levantar el tubo. De ese modo, la burbuja se acerca a la parte de la
sonda adherida al cuerpo y los coágulos se resignan a viajar hacia la bolsita
sin posibilidad de retorno. (Luis Eduardo Podestá).
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