Los candados del amor eterno,
los quesohelados, los tunos de
la Católica y otros etcéteras
En mi breve reciente estada en la Blanca Ciudad pude
observar algunas novedades –algunas viejas, valga la contradicción– que vale la
pena comunicarle para que no se sorprenda si estimulado por el espíritu santo se
anima a hacer una visita a esa pujante urbe a mil kilómetros al sur de Lima.
Algunos perfeccionistas dicen que son en realidad 1.011 kilómetros, pero no voy a discutirlo.
Queso helado Charito
El quesohelado Charito ha adquirido nivel internacional –se presentó
en todas las Misturas de Lima– según su creador y principal animador, José
Pázara Delgado, quien no muestra blasones de chef ni heladero profesional.
Don José en su queso |
Es
un retirado, de cuando la Policía era la Guardia Civil, quien con mucha
imaginación renovó el concepto del “quesohelau” arequipeño. Conserva el tonel
de madera que es la herramienta principal y los ingredientes a los que ha agregado
algo de su personal cosecha.
Por ejemplo, ha ideado por lo menos tres variantes
del “quesohelau” para servirlo: el vaso ccala –persona que vive en la ciudad,
según el Diccionario Gráfico del Lenguaje Loncco de Willy Galdos–, el vaso
loncco y la leche helada.
Para todos los gustos |
Cada uno tiene su característica pero al final, todos
tienen el sello de los viejos quesohelados del mercado de San Camilo, segundo
piso, sin ascensor, entrando por la puerta de la derecha. Lo que ha logrado don
José es que su industria crezca hasta convertirse en el trabajo de toda la
familia y, lo que es importante, dice, en la conservación de una tradición.
Claro que él le ha hecho agregados e inventó el “quepí”, que es un quesohelau
con pisco del bueno, de su tierra, el valle de Majes. Para qué más.
Semáforos y freno manual
Como algunos cruceros cruciales –me salió frase redonda– del
centro histórico aún no tienen semáforo como en cualquier ciudad que sus
autoridades respeten, en la Arequipa de hoy –y de hace tiempo– el peatón tiene
que cruzar a la mala, a la prepo, porque si no lo hace, llegará atrasado a sus
quehaceres.
Aplicar freno manual (mano en alto) |
En varias esquinas -Rivero-San José, Santa Catalina– San Agustín,
por solo nombrar dos– el peatón debe meterse entre decenas de coches que se
pelean por entrar primero. Entonces, lo que usted debe hacer para conservar la
vida y la salud es levantar la mano y mostrársela abierta al conductor que haya
cometido el error de detenerse un par de segundos. Recién, con ese freno manual, usted podrá pasar.
Eloy Vera: orden en el crucero |
En la esquina de San Agustín-Santa Catalina que es el ingreso a la Plaza de
Armas, antes estaba generalmente de servicio, el policía ejemplar Eloy Vera Alfaro, a quien
postularon para el Peruano más amable y quedó tercero, para protesta y lamento
de la gente que alegaba que merecía el primer puesto.
Pero el hombre pasó al retiro y
en ese crucero no hay policía que lo remplace (*) ni en los otros sin semáforos
tampoco.
Fin de la huelga dulce
La Plaza de Armas logró convertir su nochebuena en noche de
paz, como debía ser. Frente a la catedral y entre dos gigantescos árboles de
navidad con materiales reciclables, estaban, como ya le informé anteriormente
una brigada de ayunadores de la emblemática fábrica de chocolates La Ibérica,
cuyos gerentes se negaban a conversar con los huelguistas.
Terminó la huelga y vino la nochebuena |
Felizmente la paz
llegó el 23 de diciembre y la huelga se levantó el 24. Los que ayunaban también levantaron sus colchones y catres de campaña y se fueron a sus hogares para celebrar
su nochebuena y su navidad, después de más de 40 días de pelea.
Habían
conseguido gran parte de lo reclamaban, según dijo Pamela Valdivieso Palma, su secretaria general.
Se acabaron entonces, las proclamas a favor de “los trabajadores unidos jamás
serán vencidos” y esos “¡abajo la empresa explotadora!”.
Lucha a cuerpo desnudo |
Como le conté
anteriormente, La Ibérica, fundada por el español Juan Vidaurrázaga, ocupaba antiguamente
un inmueble en el crucero de las calles San José y Jerusalén en pleno centro histórico,
y luego extendió sus dominios a una gran instalación en el Parque Industrial y
a varias sucursales, dos de ellas en el aeropuerto internacional Rodríguez
Ballón.
Tiene 393 trabajadores, pero según sus altos funcionarios, una mínima parte se halla sindicalizada. Bueno, los beneficios logrados no solo serán para los miembros del sindicato sino para todos, salvo error u omisión o peor opinión de los funcionarios.
Tiene 393 trabajadores, pero según sus altos funcionarios, una mínima parte se halla sindicalizada. Bueno, los beneficios logrados no solo serán para los miembros del sindicato sino para todos, salvo error u omisión o peor opinión de los funcionarios.
Candados del amor en los malls
Yo creí que el enorme corazón de hierros entrelazados del mall
Aventura, en las inmediaciones de Porongoche –de donde desapareció el viejo
hipódromo del mismo nombre– solo existía en ese lugar, para invitar a los
enamorados a cerrar su compromiso con un candado de acero, cuya llave se
echaría al río Chili. Pero no.
Un corazón en esqueleto |
Un informante me dijo que esos corazones existen
en todos los malls (lea centros comerciales) que han invadido los cuatro conos de la ciudad. Lo
edificante es que, por lo menos en el momento de cerrar el candado y perder la
llave, dos seres humanos se juran amor eterno hasta el próximo año, en que,
según las viejas costumbres mistianas decretan “año nuevo, amor nuevo”.
Pero no
importa. Mientras haya cariño del bueno, no importa lo que dure sino su
intensidad grado 9 de la escala de Richter, por ejemplo.
En mi ya no tan
reciente viaje a Europa, vi algo parecido en un tramo del Puente Viejo que
atraviesa el río Arno en Florencia, casi junto a un jardincito y busto dedicados a Benvenutti Cellini el genio de la escultura italiana. Colgados y atrapados
unos de otros, hay cientos de candados, algunos de ellos oxidados por los años
y la humedad del río.
Amores eternos guardados con candado |
Quizá los arquitectos que proyectaron los malls al pie
del Misti quisieron hacer algo parecido, pero sobre una plataforma de cemento.
Los Tunos en su Antena
Cuando hace poco le conté algo sobre el camarón en el día
previo a la veda disfrutado en la picantería La Antena en Cerro Colorado, no
tuve espacio para agregar que durante el almuerzo nos visitó un cuarteto de
tunos, esos jóvenes vestidos a la usanza española del siglo XVI, que llevan sus
guitarras y panderetas y dan saltos atléticos al bailar.
Los muchachos de antes y los "tunos" de hoy |
En efecto, hubo uno de
estos grupos que se presentó como originario de la Universidad Católica de
Santa María. Entonaron varios valses criollos, tan de antaño, que algunos de los
de mi promo, se animaron a acompañarlos.
Los tunos en acción |
Aparte de las guitarras de orden, uno
de los tunos católicos ejecutaba con destreza una flauta traversa. Otro dijo
que era su cumpleaños y se ganó el aplauso de quienes estábamos aquel sábado
glorioso en La Antena, y digo glorioso porque es una picantería cuyos platos conservan
el sabor de otros tiempos.
El rompeolas del Capitán
El Capitán César Zegarra inauguró su nuevo local justo a
media cuadra de lo que fue y será por siempre el glorioso Colegio de la
Independencia Americana en la avenida 15 de Agosto del barrio IV Centenario.
Recuerdo ese local porque en la antigüedad clásica fue un almacén cuyo
propietario, el papá del Capitán, no tenía ninguna dificultad para poner unos
cajones como asientos y atender el pedido de un par de chelas que le formularan
quienes estuvieran vinculados con el colegio.
El Capitán inventó su "rompeolas" |
En ese almacén bebí unas cervezas
con mis profesores, recuerdo, cuando ya me había metido de lleno al periodismo,
trabajaba en el diario El Pueblo, y celebrábamos un aniversario del glorioso.
Ahora ya no es más el almacén del papá Zegarra.
Es una gigantesca cebichería, con
varios y elegantes ambientes, donde el Capitán prepara platos tan extraños como
el tacu-tacu de corvina y el rompeolas, gigantesca combinación de pescado con
mariscos y otros secretos culinarios que guarda celosamente. Allá él.
Luis Eduardo Podestá
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