Palabra ajena (III)
Gustavo Faverón rechaza
maltrato a la historia patria
Nota del editor – No conozco personalmente a Gustavo Faverón Patriau pero
creo que vale la pena reproducir en esta sección el texto que apareció días atrás en mi correo electrónico enviado por el colega José Luis Vargas
Sifuentes. Tampoco conozco a Rocío Tovar, porque no soy muy aficionado que
digamos al teatro. Creo que la opinión de Faverón es valiosa en tiempos como el
que corre, de desprestigio de valores, cuando los más “vivos” se encumbran y los
demás quedan rezagados porque actúan de acuerdo con las leyes de la convivencia
humana. He respetado esta palabra ajena de Tovar en todos sus extremos. L. E.
Podestá. (*)
Los pendejos y los cojudos (a propósito de una obra
teatral de Rocío Tovar) Rocío Tovar, directora teatral, autora de Perú ja ja, le
concede una entrevista al diario La
República. En esa entrevista se refiere a su propia comedia
como "una magistral clase de historia del Perú en joda". En
principio, tiene derecho a hacerlo: hay innumerables autores que son notables
críticos sociales a través de la sátira teatral. Pero no es su caso. De pronto,
en la entrevista, refiriéndose a la obra mencionada, que representa
ridículamente pasajes de la historia del Perú, dice lo siguiente:
Gustavo Faverón Patriau |
"Lo que pasa es que, en 1889, en Arica, Bolognesi es
un general en retiro, y pide volver a actividad... Alfonso Ugarte tiene 20
años, es un chico muy adinerado (de allí viene lo de estúpido, cojudo, hijo de
papá) y regala 44 caballos para la batalla, y eso le da título de coronel.
Entonces, un señor retirado, que vuelve a la guerra, que ama la milicia, tiene
conciencia de patria y que lucha con un tipo así al lado, es como Pinky y Cerebro, El tonto y el más tonto, dos de los Tres chiflados encima del morro…"
Bolognesi en imagen inolvidable |
Hay algunas cosas que sería bueno tener en cuenta antes
de creerse la "magistral clase de historia del Perú" de Rocío Tovar.
La batalla de Arica no fue en 1889 sino en junio de 1880. Bolognesi no era un
general en retiro, sino un coronel (no era ningún anciano: tenía 63 años).
Alfonso Ugarte no tenía 20 años sino 33: no era "un chico". Su padre
murió cuando él tenía cinco años: no era "un hijo de papá". No
"regaló 44 caballos para la batalla": peleó en varias batallas antes
de la de Arica (de hecho, había recibido un balazo en la cabeza en un combate
anterior) y no tenía a quién obsequiarle los caballos porque el regimiento
militar de Iquique lo encabezaba él mismo, lo había formado él mismo,
reclutando personalmente a sus casi quinientos miembros, y también lo había
equipado él.
Yo no soy nacionalista, ni chauvinista y ni siquiera
puedo decir que sea muy patriota. Pero me pregunto cuál es la gracia de que una
escritora ignorante ande por ahí declarando estupideces infundadas, que esas
estupideces le sirvan de base para criticar una realidad que nunca existió, que
a esa crítica arbitraria la llame "magistral clase de historia" y que
una periodista de La República, sin ningún criterio (y no es la primera vez que
lo demuestra) reproduzca todas esas tonteras sin cuestionar ni siquiera los
errores más obvios.
Alfonso Ugarte en el Museo de Lima |
Y como no soy muy patriota ni soy nacionalista ni
chauvinista, no corro el riesgo de parecer huachafo si les pido una cosa: que
lean el siguiente párrafo, que es el inicio del testamento de Alfonso Ugarte, y
luego piensen en quién diablos es Rocío Tovar para llamarlo "estúpido,
cojudo, hijo de papá":
"En Iquique a los cuatro días del mes de Noviembre
de 1879, yo, el abajo suscrito Alfonso Ugarte, hago mi primero y quizá último
testamento con motivo de encontrarme de Coronel del batallón
"Iquique" de la Guardia Nacional y tener que afrontar el peligro
contra los ejércitos chilenos que hoy invaden el santo suelo de mi Patria y a
cuya defensa voy dispuesto a perder mi vida con la fuerza de mi mando. Declaro
que soy cristiano, que profeso y creo en la Religión Católica y que vivo y
muero en tal creencia. Si en algo soy injusto aquí, si he olvidado algún deber,
suplico a todos me perdonen, pues en los momentos en que escribo esto me
encuentro apurado, con mis deberes militares y del negocio y mi ánimo completamente
aniquilado al pensar en que puedo desaparecer en esta campaña y abandonar a mi
madre y hermanas que necesitan de mi apoyo. Iquique, Noviembre 6 de 1879.
Firmado, Alfonso Ugarte".
Y como no soy muy patriota ni soy nacionalista ni
chauvinista tampoco corro el riesgo de parecer huachafo si les pido que lean un
párrafo de la última carta que le dirigió Bolognesi, a sus 63 años, a su
esposa:
Carta a su esposa |
"... Ésta será seguramente una de las últimas
noticias que te lleguen de mí, porque cada día que pasa vemos que se acerca el
peligro y que la amenaza de rendición o aniquilamiento por el enemigo superior
a las fuerzas peruanas son latentes y determinantes... ¿Qué será de ti amada
esposa...? ¿Qué será de nuestros hijos, que no podré ver ni sentir en el hogar
común? Dios va a decidir este drama en el que los políticos que fugaron y los
que asaltaron el poder tienen la misma responsabilidad. Unos y otros han
dictado con su incapacidad la sentencia que nos aplicará el enemigo. Nunca
reclames nada, para que no se crea que mi deber tiene precio..."
Los peruanos, a diferencia de lo que ocurre en otros
lugares del mundo, no somos muy dados a leer los documentos de nuestra
historia. Por ignorancia, creemos, quizás, que no tenemos nada que aprender de
ellos porque fueron escritos en otro tiempo muy diferente, sobre otros
problemas que ya no son los nuestros. Pero díganme si no los conmueven la carta
de Ugarte, un hombre rico que bien habría podido huir ante el peligro (de
hecho, desde antes tenía programado su viaje de bodas a Europa y lo abandonó
para luchar por el país) o la carta de Bolognesi, que no sólo vuelve al
ejército durante la guerra, sino que explica exactamente por qué lo hace:
porque siente que la clase política peruana ha abandonado al país, lo ha
traicionado, unos por maldad y otros por incapacidad, y cree que él tiene el
deber de dar la cara y proteger a sus compatriotas.
Ya sabemos cómo terminó esa historia, sabemos que Ugarte
y Bolognesi murieron en esa batalla, y, leyéndolos, sabemos que ellos sabían
cuál era su destino. En contra de lo que dice un estúpido lugar común, que
todos hemos escuchado alguna vez, el Perú no llama héroes a Bolognesi y a
Ugarte porque en nuestro país nos guste adorar a los perdedores. Los
consideramos héroes, con justicia, porque hicieron mucho más de lo que estaban
obligados a hacer (en verdad, estrictamente, no estaban obligados a hacer casi
nada): son héroes porque fueron solidarios en un país donde la solidaridad es
rara.
Rocío Tovar no es un caso aislado. En el Perú existe la
idea vil y baja de que la solidaridad y la voluntad de entregarse por los demás
es cosa de "cojudos". Que la compasión, la colaboración y la empatía
son zonceras de payasos, "el tonto y el más tonto", y que los
"cojudos" son perdedores porque este mundo no es para ellos, sino
para los "pendejos". ¿Y quiénes fueron los pendejos? Los que salieron
volando, los que recaudaron dinero ajeno y desaparecieron para siempre, los que
renunciaron a sus deberes y salvaron el pellejo, los antecesores de la
repartija, la traición, el asalto, la inoperancia y la cobardía.
Una tragedia que no merece burla |
Lo de Rocío Tovar es una lástima (demasiada ignorancia
junta, demasiada indolencia) pero mucho más triste es que Perú ja ja sea un
hito en la historia de los grandes éxitos del teatro peruano. Quienes creen que
el éxito valida a las obras de arte y a los productos culturales tienen ahí
algo que explicarnos.
Ugarte y Bolognesi fueron peruanos solidarios que
trataron de garantizar la vida, la seguridad y la paz de los demás peruanos a
costa de sus vidas, puestas en riesgo por la estupidez y la inmoralidad de la
clase política. Eran "cojudos" tratando de arreglar los problemas
causados por los "pendejos". Qué poquito hemos cambiado, ¿no? Y
cuántas cosas más tenemos que leer para ser justos con ellos y con nosotros mismos.
(Gustavo Faverón Patriau).
(*) Una ausencia de casi un mes me impidieron realizar la rectificación que ahora, nuevamente en circulación en Lima, me permito hacer efectiva. Gracias a los colegas que indicaron el error, mientras estuve fuera de Lima. Espero que la inclusión verdadera de Gustavo Faverón satisfaga su sentido de observación y estimulo su deseo de colaboración. (lep).
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