abatido por un cáncer pulmonar
El columnista del diario Correo, Andrés Bedoya Ugarteche, el Ogro Bedoya, conocido por hacer de las suyas con la palabra escrita, su irreverencia, sus lisuras y esa sonrisa que parecía decir permanentemente “no me vengan con huevadas”, ha dejado este mundo y seguramente ocupará su castillo en algún lugar del universo para toda la eternidad.
Según leo en un diario de Arequipa, un cáncer pulmonar se lo llevó a los 76 años. y el más rancio club de la vieja aristocracia arequipeña –si la hubo y si existe– ha puesto su bandera a media asta, porque el Ogro Bedoya Ugarteche fue uno de sus miembros y sus semanales crónicas, según sé, eran festejadas en esa institución tanto como repudiadas en otros círculos.
Andrés Bedoya, "el Ogro" ya no está aquí
Nada menos que la organización de derechos humanos Survival International le otorgó al diario Correo, donde aparecía semanalmente la columna La Ortiga, firmada por Andrés Bedoya Ugarteche, su premio “al artículo más racista del mundo”.
El Ogro había escrito “¡Pobrecitos chunchos!” y entre otras opiniones, sostuvo que había que bombardear con napalm la zona de Bagua, donde hubo una rebelión de nativos que asesinaron a 33 policías, que trataban de restablecer el orden en julio de 2009, durante el gobierno de Alan García Pérez.
Pero cuando un periodista le preguntó si era racista, Andrés Bedoya contestó: “Definamos racismo: Desprecio de raza en preferencia de otra. Yo tengo raza española, alemana, judía, árabe y collagua, etnia de Caylloma en Arequipa”.
“Usted es blanco...”, repreguntó el periodista.
“¿Blanco? ¿Nunca viste a un noruego. Antauro Humala es racista. Habla de ‘etnocacerismo’, es decir, raza. Y (el expresidente Alejandro) Toledo, cuando hace alarde de ser cholo, es racista. Yo no puedo ser racista porque no es científico. No soy religioso porque tengo pensamiento científico”.
El Ogro Bedoya tiene su historia. A fines del siglo pasado creó y difundió en le televisión de Arequipa, el espacio La pedrada, en que manejaba un muñeco llamado Timoteo, quien con las característica propias y el hablar del campesino arequipeño, criticaba ácidamente las acciones de las autoridades.
Por eso, el intolerante y prepotente exalcalde de Arequipa, Luis Cáceres Velásquez, a quien criticaba cotidianamente, le propinó una trompada en la boca, que le provocó la caída de un diente. El Ogro le dio las gracias. Dijo que le había hecho un favor porque ese diente ya estaba removido “así que me ahorró el dentista”, dijo burlón, según recuerda su amigo y excondiscípulo de colegio y hoy director del diario El Pueblo Carlos Meneses Cornejo.
Cada vez que aparecía su columna La Ortiga,los afectados calificaban al Ogro como “insolente, lisuriento, racista y pelinco (buscapleitos)”.
De él decían que era abogado de profesión y molestoso por convicción. En el desaparecido diario Arequipa al día, el Ogro Bedoya escribía El Castillo del Ogro, columna de similares características a La Ortiga que escribiría primero en el diario Expreso de Lima y luego en la cadena de diarios Correo.
El Ogro Bedoya murió el lunes 16 alrededor de las 11 de la noche a causa de un cáncer pulmonar que lo martirizó durante los últimos años.
A partir de ese día, muchos políticos podrán respirar tranquilos. No sufrirán los latigazos de La Ortiga porque su autor, el Ogro Bedoya, a quien conocí cuando él escribía en Arequipa al día, se ha ido con su sonrisa cachacienta y su mirada de soslayo, a otro barrio, donde quizá ni San Pedro se librará de ese verbo irreverente y desafiante con que zurró por igual a curas, militares, congresistas y cuanto político se le ponía a tiro.
Luis Eduardo Podestá
1 comentario:
Muy buen perfil de un opinante que supo distinguirse de los demás tanto por sus irreverencias, llamaba "gran sotanudo" al Cardenal Landázuri, como por su visión crítica de lo que consideraba fuera de lugar, generalmente con gran sentido común. Para mí era un deleite leerlo en "Correo", recién me entero de su desafiante trayectoria mistiana por mi amigo Luis Eduardo. Lo voy a extrañar, porque ciertamente hacen falta en la vida cotidiana escribientes cojonudos como él.
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