jueves, 9 de febrero de 2012

El negocio de los textos escolares

Cuando los libros pasaban
de generación en generación

Nota de Redacción - Con motivo de la reacción de medios de comunicación y la opinión pública frente a un nuevo episodio de compras obligatorias de "libros nuevos" para 2012, el Congreso y el Gobierno peruano asumieron enérgicas medidas contra las editoriales de textos escolares que llegaron hasta la coima entre directores y profesores de colegios privados a fin de vender sus libros con ventaja y proscribió la venta de libros especialmente dedicados a la enseñanza el 2012.




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En medio del lamentable escándalo que se ha producido en el Perú en torno al ahora lucrativo negocio de los textos escolares, surge en mi memoria la forma en que los estudiantes "primariosos" teníamos acceso a los libros de todas las materias, antes de que la llamada modernidad impusiera reglas de crucifixión para los padres de familia, quienes no merecen ese trato, ni estar en el ojo de una tormenta de intereses sucios.





Las editoriales aprendieron el negociado

Recuerdo que el Estado, es decir los gobiernos de hace cinco o seis décadas, había asumido la obligación de entregar una cuota de libros, cuadernos, lápices a los estudiantes de las escuelas fiscales, en el supuesto positivo de que eran hijos de familias que carecían de recursos.

Los libros no eran regalados, nada de eso. Eran prestados. Cada alumno recibía ese préstamo y tenía la obligación de devolverlo, en las mismas condiciones, al final del curso porque –tenían mucho cuidado en insistir los profesores– iban a servir para otro niño que ingresara el próximo año a esa aula.

Esto significaba que uno tenía que cuidar el libro como si fuera de oro. Lo forraba con papel kraft –aún no llegaban los tiempos del vinifán y el plástico–, le ponía etiqueta hecha a mano con tinta roja, ponía su nombre con azul y con mayúsculas el título y el nombre del colegio para facilitar su devolución por si llegaba a perderse.

Había libros que uno tenía que comprar, por supuesto. Pero eran en papel periódico y uno procuraba mantenerlos sin mácula ni anotaciones, porque iban a servir para el hermano menor, para el vecino que llevaría ese curso el próximo año. Era pues, la nuestra, una sociedad mucho más solidaria.

Recuerdo que unos primos que egresaron de la secundaria me regalaron libros de Gustavo Pons Muzzo y otros grandes autores, que no solo utilicé yo sino mis hermanos, y hubieran sido transferidos a la próxima generación si no hubiese sido porque la modernidad trajo los textos en fino papel cuché con espacios para marcar. Es decir, libros de usar y botar.

El maestro decía al iniciar su clase: "Abran sus cuadernos de historia". Luego se explayaba en una explicación de cómo ocurrió tal o cual acontecimiento. Tomaba un miniexamen, si así puede llamarse al repaso de lo que acababa de exponer y si comprobaba que no había sido lo suficientemente claro, repetía la explicación.

Comprobado que se había asimilado la lección, iniciaba el dictado. Se aseguraba de que el texto apareciera limpio y ordenado. A veces sugería que el alumno dibujara, utilizando su imaginación, una escena sobre su exposición y la incluyera en el cuaderno. La forma en que se presentaba el cuaderno constituía un bono por un mayor puntaje.


Ya no habrá compras compulsivas

Escuchar a un especialista señalar que hoy el maestro solo dice abran su libro en la página tal y marquen las respuestas en los espacios en blanco, me produce una sensación de abandono e irresponsabilidad y, además, de desperdicio, porque ese libro garabateado quedará fuera de uso.

Otro especialista dijo en la televisión algo realmente estremecedor: "Nuestra educación está en el siglo pasado". Hay que preguntarse si lo que les acabo de contar fue mejor o peor que lo que sucede hoy.





Nota- Este artículo fue publicado en el diario El Peruano el 9 de febrero de 2012

Luis Eduardo Podestá

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