Un común sentimiento
de fiesta recorre el
espinazo andino del Perú
En febrero, un ánimo de fiesta recorre al Perú a través de su espinazo andino, y sucede a la sonada festividad religiosa de la Virgen de la Candelaria con un tributo bullanguero y desordenado a quien llaman en el mundo el dios Momo.
Un minuto antes de iniciar su danza
El carnaval, herencia de los conquistadores europeos, evolucionó aquí, se modificó y adaptó al carácter de lo peruano para convertirse en algo propio y original.
Los que saben, dicen que ningún carnaval es igual al anterior. Y que cada vez, la gente le imprime un sello personal y autóctono. Si no que lo digan en Puno, Cusco, Cajamarca, Arequipa y cientos de ciudades grandes y pequeñas.
Elegante desfile en la Arequipa de principios de siglo
En Puno salen las "pandillas" –que no son de pandilleros que se tiran piedras como en alguna ciudad que conozco–, sino de danzarines ataviados con costosos y brillantes trajes de mil colores que se apoderan de las calles por donde desfilan.
Este año, dijo un funcionario de la municipalidad de Puno, las pandillas inscritas agrupaban a ¡40 mil bailarines! Imagine usted esa fiesta, con música día y noche, mucho trago para aliviar los estragos del frío y no darle importancia a la lluvia si se presenta.
"Diablo" de Puno en plena danza
Las pandillas se organizan y entrenan todo el año para esta fiesta con la que se desquitan de las dos semanas de recogimiento y homenaje a la Mamita Candelaria.
Quizá el origen de la fiesta sea un lejano carnaval de Venecia, que ha servido de tema a decenas de películas o el carnaval de Colonia, Alemania, durante el cual, la gente recorre las calles, también en grupos disfrazados de la manera más estrafalaria y bebe cerveza en cuanto bar encuentra en el camino y, como complemento, come caramelos. ¡Tremenda combinación!
Aquí no. El carnaval es carnaval de baile, alegría y bebidas, chicha, cerveza y lo que fuera menester, porque, sobre todo en las ciudades del interior, hay licencia para beber.
Pandilla moderna en calle de Arequipa
En la Arequipa de antaño, el carnaval tenía su sitio muy especial en el almanaque y ocupaba tres días, que a veces se alargaban a cinco. Desde el viernes los clubes sociales, que los había en cantidad, organizaban sus bailes de disfraces.
Marcaron época también los bailes del cine Fénix, organizados por un conocido hombre de empresa y periodista, Tirso Borja, creador también de Festidanzas que hasta hoy atrae a grupos de danza y música de todo el continente para el aniversario de Arequipa en los idus de agosto.
Los bailes del Fénix eran ciertamente populares. La orquesta arrancaba a las 11 de la noche y no paraba hasta las cinco de la mañana.
Y la gente, enmascarada o no, jugaba con chisguetes de éter, que los palomillas procurábamos enfocar a los ojos de las chicas, serpentinas de colores en los que se leían mensajes enamoradores y talco para blanquear las caras de las que se pusieran a tiro. Por supuesto, uno tenía que resignarse a sufrir lo mismo, cuando a su vez era atacado.
Carnaval de barrio limeño
El domingo, lunes y martes lanzaban a la calle a grupos de muchachos provistos de baldes con agua donde nadaban globos rellenos con "agua colorada" –producto de un adicional de airampo o anilina– que se utilizaban para bombardear a las chicas que se asomaban a las ventanas o a los techos de las casas, para lanzar baldazos de agua, a su vez, sobre los "agresores".
La música era variada, sugerente y los versos atrevidos: Estos carnavales / que nos traerán / a los nueve meses / guagua que criar.
Danzarines carvalescos en Cajamarca
El contrapeso viene del norte, con el famoso carnaval cajamarquino. La gente sale a festejar en comparsas callejeras con imaginativos disfraces, juega con agua aunque haga frío glacial, se dispara polvos y serpentinas y, por supuesto, intercambia las legendarias coplas o contrapuntos denominados Matarinas.
Coros de hombres y mujeres compiten en satíricos cantos de versos burlescos y críticos. En Celendín, de población predominante de herencia española, el carnaval tiene cantos emblemáticos llamados Silulos, interpretados por jinetes citadinos y campesinos, que hacen la delicia de hermosas mujeres.
La sátira es uno de las características comunes a las fiestas de carnaval en todo el Perú. Allí está el ejemplo de los famosos carnavalitos ayacuchanos. El pueblo sale a las calles e improvisa cánticos bien acompasados por guitarras y violines que la gente aprovecha para censurar a las malas autoridades, malos vecinos o para referir chismes del barrio.
Con o sin permiso ¡agua va!
Los carnavalitos de Andahuaylas también tienen su propia leyenda. Se interpretan en quechua y tienen un escenario casi totalmente rural y andino.
Así, pues, no hay pueblo que pase por alto esta fiesta que en diversas localidades del país tiene mil caras y cien mil melodías, entre las cuales sobresale el sentimiento común, popular y tradicional de que el carnaval es alegría sin igual...
Nota - Este artículo fue publicado en el diario El Peruano el 7 de febrero de 2012.
Luis Eduardo Podestá
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