martes, 15 de septiembre de 2009

Pelearse por un eqeqo

Juntos lucharon una guerra
contra poderosos enemigos
y hoy discuten por un muñeco




Primero, como usted ya lo sabe, fue la discusión por la diablada. Ahora es por el Ekeko como lo llaman algunos y eqeqo, como lo escribe la especialista en mitología andina, la colega Alfonsina Barrionuevo en su libro "El Muki", publicado en el ya lejano 1975. .

Bueno, yo le creo a Alfonsina, cuando arranca poéticamente y dice: “Arrastrando entre sus piernas un torbellino de takiraris y waynos con el grito ululante de los vientos punas prendido en la garganta, un dios trajina todavía en el altiplano y sus caminos”.

Alfonsina hace esta descripción del eqeqo, que después de la diablada, esa endiablada danza para cuya ejecución hay que llevar también un endiablado traje de luces y danzar con estudiado recuerdo de cien movimientos, ha venido a enturbiar las relaciones de dos pueblos cholos.

Portada del libro El Muki de Alfonsina Barionuevo


Había jurado no tocar el asunto porque me parecía irrelevante, pero no puedo dejar pasar la ocasión de hacerte conocer cómo en aquel libro, los personajes de la mitología andina adquieren extraoridinaria vitalidad y lumnosidad, en el maravilloso lenguaje y las inspiradas descripciones de mi colega Alfonsina Barrionuevo.

Al discutirse el origen del eqeqo, que es propiedad común, ninguno de los dos pueblos recuerda, al parecer, que juntos peleamos una guerra contra Inglaterra y Chile allá por los 1879s y 1880s y que los dos fuimos un solo país, que las intrigas políticas y los celos de vernos crecer juntos, separaron para siempre.

Ahora nos disputamos el eqeqo, “dios de los aimaras, versión indígena del vendedor ambulante del virreinato, quien, según la creencia popular, lleva la felicidad y el bienestar por donde quiera que va, reina aún en la tierra del lago, donde apareció para llevar esperanza a los hombres y a los pueblos”, cuenta Alfonsina.

El eqeqo, en 1974, según la inspiración de Kukuli Velarde, hija de Alfonsina


Sigamos con el placer de leer la descripción que ella hace del eqeqo: “El panzudo hombrecillo, macizo y rubicundo, menudo como un duende, cuyos pies calzan las botas de siete leguas, de pupilas que dialogan distancias y boca que se abre en un grito milenario, ha logrado sobrevivir a los siglos, acumulando la fe de una raza sobre su grotesca y rústica figura”.

Como quiera que yo no conocí al eqeqo y Alfonsina sí, leamos un poco más de su libro “El muki”, que tuve el honor de recibir de sus manos con una inmerecida dedicatoria, allá por 1978, cuando un servidor trabajaba en el viejo diario Expreso de la sexta cuadra del jirón Ica, a quien los maleteros llamaban el diario de Orejuelas, para intentar un chiste burlón.

Aquí va el texto de la escritora cusqueña: “”El eqeqo es una creación indígena pero el personaje que representa es español. Su epidermis de tiza arrebolada por la altura y su nariz ibérica denuncian su verdadera casta. El comerciante ambulante o mercachifle, trotamundos por excelencia, para quien la sierra no tenía secretos, especie de judío errante del Ande, llegó a ser una deidad con el tiempo”.

“Así lo vio el indio desposeído, obligado a cambiar la luminosidad de su cielo por la oscuridad de los socavones en las minas de Potosí y Oruro donde moría como un perro, o que, en el mejor de los casos, tuvo que hacer de picapiedras en las ciudades españolas, cuyas calles recubrió más de una vez con adoquines de plata por capricho de los blancos, comprador a la fuerza de gafas para el sol que no necesitaba, de medias de seda que se rompían en las manos agrestes, de sombrillas y guantes de encaje, inventó ese dios como un contrapunto a su miseria”.

“Paradójicamente”, sigamos leyendo el hermoso texto de Alfonsina, “el mercader que se enriqueció chupando su sangre como una sanguijuela, que caminaba abarrotado de especies, en otras palabras su verdugo, se convirtió en un símbolo de prosperidad y abundancia, ganó un altar entre sus manes tutelares y penetró en la esfera anímica de sus creencias. Los campesinos llegaron a atribuirle poderes de fecundidad. Omnipotente, el eqeqo propiciaba también el amor y las cholas colgaban el idolillo de plata en sus collares o en sus trenzas, como un amuleto contra la desdicha y la infidelidad de sus enamorados”.

“El culto del eqeqo apareció en el siglo XVII, cuando Bolivia formaba parte del Alto Perú”, prosigue Alfonsina Barrionuevo, “y al principio se mantuvo en secreto. En La Paz, los indios introdujeron a su dios de contrabando, escondido en sus q’epes o atados y lo mostraron públicamente por primera vez, durante la misa que mandaron hacer los fundadores de la ciudad con el bachiller Juan Rodríguez. Los misioneros que descubrieron su existencia, cuando ya afirmaba su imperio, no pudieron destruirlo. Su figura de leyenda, agigantada por las prohibiciones y los anatemas, llenó como nunca el altiplano y en todas las chozas se prendieron velas en su desagravio”.

Cuenta Alfonsina que en cada solsticio de verano se hacía la fiesta del eqeqo y todos compraban regalos para adornarlo con “ofrendas diminutas llamadas alacitas”, agregaban reproducciones de los objetos que deseaban tener y le colocaban anillos cuando querían promover un matrimonio o una muñeca cuando se deseaba un hijo.

En Puno, dice, la fiesta coincide con la fiesta de la cruz el 3 de mayo, en Ilave lo festejan el 6 de enero, día de los reyes magos, en Juli, el 4 de diciembre “como anticipo de navidad”.

Además, para que conseguir lo que se le pide, el eqeqo tiene que ser regalado o robado, aconseja Alfonsina, “porque el amor, la salud y la buena suerte no se compran”.

Ahora dejemos, una vez más que la inspirada escritora, nos cuente el final de su historia:

“El eqeqo, dios ambulante de la abundancia, multiplica las ofrendas que se le hacen. Personaje mágico de la árida estepa qollavina, forma parte de su vida, pertenece a su paisaje y sus caminos”.

Falsa portada de El Muki, sobre la mitología andina


“El Muki” no solo contiene la leyenda del eqeqo. Está lleno de los personajes fabulosos de la rica mitología andina, que supera, creo, a la cantidad de dioses inventados para todos los gustos por la mitología nórdica, donde los trolls abundan.

Aquí, gracias al libro de Alfonsina Barrionuevo, tenemos a “los personajes mágicos del Perú”, comenzando con el uchuchullko, pasando por la sirena, el ichik ollqo y otros más para terminar con el eqeqo y el duende del plátano.

Es pues el eqeqo, un personaje común a los dos pueblos peruano y boliviano, separados hoy por una frontera, pero unidos por la misma raza, el idioma y la sangre de aquella guerra de conquista a la que hicimos frente sin armas y sin una nación con verdadero sentimiento de nación.

Quieran todos los dioses de ese olimpo nativo, que el caso del eqeqo nos haga reflexionar,





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