lunes, 11 de mayo de 2009
Bloqueo en Tarapoto... ¿y dónde está la policía?
Nativos toman carretera y no
atienden ni los ruegos de
madres con bebés en brazos
Un nativo de mala cara y de enorme talla, armado con una lanza de chonta de dos metros cincuenta, guardaba, junto a otros de menor estatura, la primera barrera de troncos. Una señora con un bebé en brazos, en víspera del Día de la madre, le ruega que la deje pasar porque su hijito se deshidrata y puede morir. No le hacen caso.
Otras mujeres y hombres de edad avanzada hicieron el mismo ruego. No los dejaron pasar, aunque la carretera bloqueada estuviera ardiendo con 37 grados de calor selvático y hubiera kilómetros de vehículos varados.
Un taxi de la empresa San Martín que salió de Moyabamba a las dos de la tarde del viernes 8, nos dejó al reportero gráfico Carlos Torres, al viajero Juanito García Sánchez, residente de Picota y a mí, a un kilómetro aproximadamente, de la primera barrera.
“No puedo ir más adelante”, dijo el conductor y abandonamos el coche, casi junto a la cabeza de una larga fila de ómnibus, camiones y otros vehículos arrimados al carril derecho de la vía.
Bajo ese calor agobiante comenzamos a arrastrar nuestros maletines. Juanito García se nos unió en la aventura, pero no lo reconocí debido a que él había viajado en el asiento del copiloto y durmió la mayor parte del trayecto. Yo estaba detrás de él y nunca le vi la cara durante el viaje.
De pronto, de entre las numerosas personas que deambulaban por la carretera Fernando Belaunde Terry, a unos 15 kilómetros de Tarapoto, un joven nos ofreció su servicio de mototaxi. Lo aceptamos y nos instó a que le diéramos nuestros maletines a lo que nos negamos.
No lo conocíamos y estábamos en medio de una carretera tomada por unos nativos que, al parecer, no sabían explicar lo que querían y solo decían: “El gobierno quiere vender nuestras tierras y no lo vamos a permitir”.
El mototaxista era un joven flaco, de un metro sesenta de estatura aproximadamente calzado con ojotas.
Nos acercamos junto a un numeroso grupo de personas al llamado primer bloqueo, donde estaba aquel nativo alto de cara amenazante. A las cuatro se desprendieron del segundo bloqueo, numerosas personas que, por lo visto, querían viajar a Moyabamba, en sentido contrario al de nosotros.
Cuando nos tocó el turno, luego de esperar que el grupo de enfrente pasara, nos abrieron paso y fue cuando el mototaxista-guía nos dijo "por aquí, por aquí", instándonos a salir de la carretera y atravesar a selva traviesa el tramo que nos faltaba para llegar a su vehículo.
Al principio éramos unas cuarenta personas, pero al ritmo de la marcha del mototaxista, a quien seguíamos de muy cerca, fueron quedando atrás los demás.
El camino fuera de la carretera fue de lo más traumático. Al comienzo caminamos sobre un ramo relativamente seco pero luego llegamos a bordes convertidos en lodazales, a enormes fangales cubiertos por una capa de pasto, donde procurábamos pisar para no hundirnos, atravesamos puentecillos de madera tan estrecha y tan resbaladiza por el fango que lo cubría que no iba a ser raro resbalar y caer en una acequia o en un fangal.
Felizmente, mis compañeros me ayudaron y me daban la mano cuando lo necesitaba, porque mis zapatos de calle no eran aptos para atravesar el campo convertido en un pantano por la lluvia de 24 horas del día anterior.
Me entraron sospechas sobre la honradez del mototaxista y del viajero Juanito, de quien, repìto, no sabía que había compartido el colectivo con nosotros, cuando entramos en medio de la selva y nos encontramos solo los cuatro.
Felizmente mis temores eran infundados y salvo el cansancio y mi deshidratación, pudimos llegar al lugar donde había dos camionetas de la policía con agentes que sonreían cuando veían las fatigas de los viajeros, muy lejos de los amenazantes bloqueadores y sus lanzas de chonta.
Supimos que el mototaxista era Leonidas Díaz Salas, de 24 años, con un hijo de un año de edad, solo cuando viajábamos por la carretera vigilada por la policía –recién– y entramos en conversación. Llegamos finalmente a Tarapoto. Juanito se quedó en una clínica donde estaba su hermana hospitalizada y nosotros seguimos hacia un hotel.
¿Y dónde estaba la policía? ¿15 kilómetros atrás? ¿Tenía temor del ataque de los nativos armados con flechas y dejaron que los viajeros se las arreglaran como pudieran? ¿No tenían en cuenta los padecimientos de los viajeros, muchos de los cuales eran madres de familia con hijos pequeños o bebés en los brazos?
Señora ministra de Interior. Recuerde usted sus obligaciones y haga un esfuerzo por mantener el principio de autoridad allí donde hace falta. No esconda a los policías cuando una turba de exaltados se apodera de las carreteras e impone su voluntad a la fuerza en clara infracción a la ley.
¿Será usted tan recta y valiente para poner en vereda a quienes han tomado las últimas carreteras, y denunciarlos ante las autoridades para que, como ocurrió hace un par de años en Huaura, sean sentenciados por un tribunal?
Para su conocimiento y fines, señora ministra, lo que le cuento ocurrió el viernes 8 de este mes a las puertas de Tarapoto.
www.podestaprensa.com
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