Ahora intenta prolongar su
dinastía a través de Keiko
Su último refugio fueron las palabras: "Señor presidente, interpongo recurso de nulidad".
Pero ya todo estaba perdido. La Justicia peruana, a la que él se dio el lujo de corromper y vilipendiar –“esos jueces se orinaban de miedo”, dijo alguna vez– le acababa de dar 25 años de prisión efectiva en castigo a los horrendos crímenes de Barrios Altos y La Cantuta, donde murieron 25 personas, entre ellas un niño de ocho años acribillado por las balas del grupo Colina.
El Poder Judicial del Perú también lo sentenció por el secuestro del periodista Gustavo Gorriti y el empresario Samuel Dyer.
Veinte años duró la ambiciosa carrera de este “héroe” que en el poder fue autoritario, amenazador, mentiroso y ante las batallas corría a esconderse o se ponía fuera del peligro, a pesar de lo cual, para su segunda y lejana esposa japonesa Tudoka sigue siendo un samurai, no de los que viendo mancillado su honor se hacen el hara-kiri, sino que se escudan en lo que podría venir si su hija resulta presidenta del país que humilló y destrozó.
El japonés que fue peruano para hacerse elegir y japonés para buscar refugio en el Japón, solo quería ser senador en 1989 y en 1990, quince días antes de las elecciones, tenía un 5 por ciento de la intención de voto, gracias a su partido Cambio 90, a su engañoso lema de “honradez, tecnología y trabajo” y a su promesa del “no shock”.
Ahí fue que salieron en su ayuda -“porque nunca votaremos por la derecha”- apristas y comunistas que lo encumbraron a la presidencia, a pesar de todos los indicios bien fundamentados sobre su origen y de la denuncia sobre evasión de impuestos que determino su llamado a Montesinos para que le “arreglara” el asunto.
Durante su campaña se burló del proyecto liberal de Mario Vargas Llosa y declaró su mentirosa convicción del “no shock”, que fue precisamente lo que aplicó ocho días después de su ascensión al poder.
Lo que vino luego es historia archiconocida: se alió con los militares a quienes dio un nuevo jefe, Montesinos, y dio los pasos encaminados a dar el autogolpe de abril de 1992 para convertirse en el emperador, que hace una semana, delegó a sus hijos Keiko y Kenji, continuar la dinastía.
Entre paréntesis hay que preguntarse qué merecimientos tiene Keiko para aspirar a la presidencia del Perú. Ella tampoco cree en la democracia ni el respeto a las instituciones y poderes que sustentan el estado de derecho, como lo han demostrado sus discursos ante la masa naranja que la aplaude. Sería previsible esperar de ella otro fuijimorazo con el correr de los tiempos, ya que él único plan de gobierno que exhibe hasta el momento es indultar a su papi.
¡Y eso, los peruanos no lo podemos permitir!
La ejemplar sentencia dictada por el tribunal presidido por el vocal supremo César San Martín Castro, e integrado por Víctor Prado Saldarriaga y Hugo Príncipe Trujillo, por la comisión de crímenes de lesa humanidad, ha convertido al samurai en un convicto más de las cárceles peruanas, aunque su ex alta investidura no le permita ser trasladado a la compañía de la masa delincuencial de los penales.
Quien destrozó la institucionalidad, corrompió a las fuerzas armadas, se apoderó del Poder Judicial, arrasó los derechos de ciudadanos y trabajadores, usó a la prensa sobornable y a los legisladores tránsfugas, y pudo así mantener a la mala todo el poder, espera ahora los resultados de su apelación.
Ya no puede decir, como lo repitió hasta el cansancio en el Japón y en Chile, mientras duraba el trámite de su extradición, que todo estaba fría y estratégicamente calculado.
Ahora sólo le queda esperar el veredicto supremo y definitivo de los jueces peruanos, que es previsible, darán una sentencia que será una nueva demostración del cambio de imagen del Perú democrático de hoy, puesto al descubierto por el magistrado César San Martín en la primera etapa del ejemplar proceso.
Su último refugio fueron las palabras: "Señor presidente, interpongo recurso de nulidad".
Pero ya todo estaba perdido. La Justicia peruana, a la que él se dio el lujo de corromper y vilipendiar –“esos jueces se orinaban de miedo”, dijo alguna vez– le acababa de dar 25 años de prisión efectiva en castigo a los horrendos crímenes de Barrios Altos y La Cantuta, donde murieron 25 personas, entre ellas un niño de ocho años acribillado por las balas del grupo Colina.
El Poder Judicial del Perú también lo sentenció por el secuestro del periodista Gustavo Gorriti y el empresario Samuel Dyer.
Veinte años duró la ambiciosa carrera de este “héroe” que en el poder fue autoritario, amenazador, mentiroso y ante las batallas corría a esconderse o se ponía fuera del peligro, a pesar de lo cual, para su segunda y lejana esposa japonesa Tudoka sigue siendo un samurai, no de los que viendo mancillado su honor se hacen el hara-kiri, sino que se escudan en lo que podría venir si su hija resulta presidenta del país que humilló y destrozó.
El japonés que fue peruano para hacerse elegir y japonés para buscar refugio en el Japón, solo quería ser senador en 1989 y en 1990, quince días antes de las elecciones, tenía un 5 por ciento de la intención de voto, gracias a su partido Cambio 90, a su engañoso lema de “honradez, tecnología y trabajo” y a su promesa del “no shock”.
Ahí fue que salieron en su ayuda -“porque nunca votaremos por la derecha”- apristas y comunistas que lo encumbraron a la presidencia, a pesar de todos los indicios bien fundamentados sobre su origen y de la denuncia sobre evasión de impuestos que determino su llamado a Montesinos para que le “arreglara” el asunto.
Durante su campaña se burló del proyecto liberal de Mario Vargas Llosa y declaró su mentirosa convicción del “no shock”, que fue precisamente lo que aplicó ocho días después de su ascensión al poder.
Lo que vino luego es historia archiconocida: se alió con los militares a quienes dio un nuevo jefe, Montesinos, y dio los pasos encaminados a dar el autogolpe de abril de 1992 para convertirse en el emperador, que hace una semana, delegó a sus hijos Keiko y Kenji, continuar la dinastía.
Entre paréntesis hay que preguntarse qué merecimientos tiene Keiko para aspirar a la presidencia del Perú. Ella tampoco cree en la democracia ni el respeto a las instituciones y poderes que sustentan el estado de derecho, como lo han demostrado sus discursos ante la masa naranja que la aplaude. Sería previsible esperar de ella otro fuijimorazo con el correr de los tiempos, ya que él único plan de gobierno que exhibe hasta el momento es indultar a su papi.
¡Y eso, los peruanos no lo podemos permitir!
La ejemplar sentencia dictada por el tribunal presidido por el vocal supremo César San Martín Castro, e integrado por Víctor Prado Saldarriaga y Hugo Príncipe Trujillo, por la comisión de crímenes de lesa humanidad, ha convertido al samurai en un convicto más de las cárceles peruanas, aunque su ex alta investidura no le permita ser trasladado a la compañía de la masa delincuencial de los penales.
Quien destrozó la institucionalidad, corrompió a las fuerzas armadas, se apoderó del Poder Judicial, arrasó los derechos de ciudadanos y trabajadores, usó a la prensa sobornable y a los legisladores tránsfugas, y pudo así mantener a la mala todo el poder, espera ahora los resultados de su apelación.
Ya no puede decir, como lo repitió hasta el cansancio en el Japón y en Chile, mientras duraba el trámite de su extradición, que todo estaba fría y estratégicamente calculado.
Ahora sólo le queda esperar el veredicto supremo y definitivo de los jueces peruanos, que es previsible, darán una sentencia que será una nueva demostración del cambio de imagen del Perú democrático de hoy, puesto al descubierto por el magistrado César San Martín en la primera etapa del ejemplar proceso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario