Debe ser declarado
maravilla de la Tierra
Eso decía don Mario en el prólogo de un libro titulado Descubriendo el Colca, editado en Barcelona en 1987, gracias al empeño de Mauricio de Romaña, un arequipeño que dedicó gran parte de su vida a mostrar las bellezas del Colca y de Jaume y Jordi Blassi.
El libro, en formato 28 x 28 centímetros (debe tener su nombre especial en el léxico tipográfico pero lo ignoro), está profusamente ilustrado con decenas de fotos, muchas de ellas tomadas por el mismo Mauricio y otras por Jaume y Jordi , quizá las primeras que se publicaban sobre esa zona, y notas sobre los pueblos, un índice toponímico y un mapa del recorrido de una eventual aventura turística.
Un pintoresco pueblo te da la bienvenida
La reserva de que habla don Mario Vargas Llosa, queda justo en el camino que lo lleva a uno al espectacular valle del Colca, donde no todo son rocas, abismos, bosques de piedras, formaciones blancas de áreas calizas, sino flora exótica y fauna de gran diversidad cuyo representativo principal son los consabidos cóndores.
Pero más que todo, está allí la hermosa gente, sencilla, hospitalaria, que aún conserva los valores tradicionales de sus ancestros y que fue capaz en sus antiguas generaciones, de levantar los más bellos pueblos e iglesias de la zona y soportar a pie firme la lluvia de cenizas, temblores y el espectáculo de ese horno diabólico en que se convirtió el nevado Sabancaya que ardió durante diez años noche y día.
El destacado geólogo mistiano Alberto Parodi Isolabella nos regala en ese libro un ilustrativo estudio sobre la Geomorfología del cañón del río Colca. Francisco Stastny nos muestra Las artes en el valle del Colca. También contiene un documentado artículo sobre Las casas y los pueblos, bajo firma de Elsa Arana y los arquitectos Pedro de Romaña y Gonzalo Olivares.
Pero es la pluma del propio Mauricio de Romaña la que se extiende sobre un abanico de temas como Territorio del cóndor, Donde vive la vicuña, Los collaguas, El reino de la alpaca y del maíz y Las minas de plata.
Debo contarle, de pasadita, que Descubriendo el valle del Colca, cuya primera edición consistió en solo 300 ejemplares, me fue obsequiado en un gesto de generosidad nunca suficientemente correspondido, por mi colega periodista Bernardino Rodríguez Carpio, mollendino él, quien en una tarjeta que acompañó al volumen señala que tal libro “nunca estará en mejores manos que las mías”. Gracias, Bernardino, una vez más.
Chivay desde un alto en el camino
El Cañón del Colca tiene 3 400 metros de profundidad y aunque las comparaciones son odiosas no hay que dejar de consignarlo que el tan promovido y publicitado Cañón del Colorado en los Estados Unidos solo llega a modestos 1 600 metros.
Hay grandes diferencias entre ambos y una de ellas es que el valle del Colca, más allá de su profundidad, está lleno de paisajes en sus zonas altas y en sus áreas bajas y se da el lujo hasta de mostrar, como regalo adicional, a los turistas que lo visitan, el fabuloso Valle de los volcanes, que es como llegar a un paisaje de la Luna, y del cual hablaremos en otra ocasión.
Ya se ve la espectacular maravilla
Ahora bien, leí hace muy poco un artículo de Raúl López Cuevas quien invita a que votemos todos para que el Cañón del Colca sea reconocido –no solo declarado–, una de las maravillas naturales del planeta. ¡Porque lo es, faltaba más!
Si tienes suerte puedes encontrar un espectáculo nuevo
Para convencer a los extraños, -ya que los nativos no lo necesitan, que de cuando en cuando asoman los ojos por estas líneas, les obsequio algunas fotos, propias y ajenas que contribuirán seguramente a afianzar nuestra convicción de hacer del Colca, una nueva maravilla del mundo.
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