El presidente de todos
los peruanos arremetió
contra los “pitucos”
Era proverbial en la antigüedad clásica que los gobernantes que conquistaban rechiflas en Acho, ya podían dar por terminada su popularidad y pensar más bien en el declive.
El alanacho –vocablo inventado a partir de los botellazos del domingo 7– puede haber sido un incidente empatado por quienes lo aplaudieron desde la portátil de la ministra Vílchez, que así lo dicen las crónicas escritas con ese motivo, y quienes le arrojaron botellas y bolsas de agua, irónicamente donadas por Sedapal para aplacar la sed y el calor de los asistentes.
Si se recuerda que los pitos o palmas de Acho son considerados un termómetro político y que muchos presidentes concurrieron a las corridas de ese coso o foro, para saber qué pensaba la gente de sus respectivos gobiernos, hay que detenerse a pensar en por qué fue Alan allí a tentar el difícil toro de la opinión.
Como usted puede comprobarlo, Alan cultiva un fino cálculo político, y por eso se asomó por allá cuando ya las corridas habían concluido y solo se trataba de un acto ajeno a la fiesta.
Sin embargo…
Esa alusión a las ratas, ratones y otras hierbas surgidas en su gobierno y presuntamente entre sus colaboradores del presente y del pasado, ha sido un verdadero honorario de éxito para los opositores del régimen que no son pocos.
Aquello de desearles la muerte a las ratas, ratones y otros hierbajos, no le debe haber caído nada bien a su amigo y vecino, el Cardenal, quien doctrinariamente no le desea a nadie que Dios se lo recoja de este mundo, sino debidamente confesado.
El periodista César Hildebrandt se inspiró en las frases presidenciales para aventar a los cuatro vientos una presunta desestabilidad mental del gobernante y recordar que como abogado de profesión, no ejerció sino una vez para defender a un narcotraficante vinculado a Perciles Sánchez Paredes, quien fuera arrancado de este mundo en un aparente ajuste de cuentas.
El indiscriminado anhelo de Alan, que significa de paso, la reiteración de algo parecido a su reacción cuando se descubrió el caso del ratón Rómulo, debe haber escarapelado el puerco a muchos colaboradores de dentro y fuera de Alfonso Ugarte y, probablemente allí radique el efecto ejemplarizador de la perorrata de Acho.
Pero el caso es que el discurso tuvo todos los ingredientes de un disparo al pie, como lo han dicho ya algunos analistas, porque aparte de los insultos que ya están siendo una característica de sus habituales verborreas, sus palabras tuvieron no solo un tufillo sino un turrón racista contra “pitucos metidos a izquierdistas” y una bendición a los “hombres de color cobrizo”.
¿No decía ser el presidente de todos los peruanos?
Lo que tampoco se le puede permitir es que intente, como antes de él lo hicieron algunos dictadores, decirle al oído al Poder Judicial que libere a una mujer que se encuentra sentenciada y cuya sentencia se halla en apelación. Y eso debiera saberlo el defensor magalinesco si tiene grado de abogado.
Eso no, Alan. Eso es intento de intervención en un Poder del Estado tan soberano y autónomo como el Ejecutivo y el Legislativo.
Todo esto nos debe poner en guardia para la próxima pataleta, ¿o no?
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