recuerda un atentado
El 3 de octubre marca, de acuerdo con los que fueron sus partidarios –hoy fungen de demócratas, escriben en medios democráticos, participan en foros democráticos– un cambio de la sociedad peruana. Hace poco conversé con un médico quien aventó que “la historia del Perú está dividida en dos épocas: antes y después de Velasco”.
Afirma su opinión en el hecho de que incorporó al Perú, grandes masas de campesinos que antes ni siquiera se atrevían a venir a las grandes ciudades.
Olvidaba que en una campaña electoral, aquellas masas campesinas de Puno, Cusco, Huancayo, Apurímac gritaban “Terry, Terry, Terry” en abierta ovación a Fernando Belaunde y se incorporaban a la vida política mucho antes de la llamada “revolución peruana”, a cuya sombra se saldaron muchas cuentas con los enemigos de coyuntura, uno de ellos la oligarquía, cuyo espizano se había quebrado con la revolución, a decir desus áulicos, y se produjo una enorme corrupción de la que nadie ha rendido cuentas.
Y entonces, como lo recuerda Aldo Mariátegui en Correo, hubo grandes compras de armas a la Unión Soviética hechas a la sombra, que pusieron presuntamente al Perú entre los países mejor armados de América latina.
Aquellos campesinos siguieron a Fernando Belaunde Terry y confiaban en la democracia que él representaba, le dieron su voto mucho antes de que sus mastines le hicieran inventar a Velasco la famosa frase “el patrón ya no comerá de tu pobreza”, frase que ni dijo Túpac Amaru ni pronunció “el chino” de turno, sino algún inspirado ociólogo de los muchos que abundaron en los medios capturados por esa dictadura.
Como es habitual en los regímenes autoritarios, los áulicos abundaron también en todos los círculos del poder a partir del 3 de octubre de 1968. Y como Velasco atrapó los medios de comunicación, diz que para darles voz a los que no la tenían, aquellos encontraron la ubicación entre el personal idóneo para la revolución.
Así surgieron parvadas enteras de nuevos periodistas revolucionarios que en 1974, tras su captura, dirigieron los diarios “Ojo” para darles voz a los intelectuales, “Correo”, para que los profesionales hicieran sentir su voz, “El Comercio”, el más grande para los campesinos que también eran la tercera parte de la población peruana y nunca habían tenido voz, “Expreso” iba a ser la voz de los educadores, “La Prensa”, la de la comunidades industriales, “Ultima Hora”, para las cooperativas que el Apra acabaría de matar en el primer gobierno de Alan García, y finalmente “La Crónica” y “La Tercera”, del grupo Prado que debían un huevo de plata revirtieron al Estado que los juntó en una extraña mezcla con El Peruano y la agencia oficial Andina.
Así todos los sectores de la vida nacional tuvieron voz, pero la verdad fue que todos a una sola voz estaban al servicio de la revolución velasquista, para morder a quienes se opusieran al dictador y para aplaudir las deportaciones en que el Perú fue pródigo en aquella época.
Hoy día, algunos de esos directores revolucionarios son directores de bibliotecas nacionales, otros pasan piola sin que nadie les diga nada y escriben en medios democráticos, y a otros les quedó el compás dictatorial en el corazón o en el bolsillo y tras haber echado incienso al gobierno revolucionario, aprovecharon la mala memoria de los peruanos para adherirse a empresas públicas y volver a medrar de la democracia, es decir que… gallina que come huevo…
Aldo Mariátegui nos hace recordar desde Correo, que el cuartelazo del 3 de octubre fue “inexcusable porque Belaunde había tenido un gobierno impecable en términos democráticos y los comicios estaban a la vuelta de la esquina”.
Que el recuerdo de aquella dictadura a la que se sumó la de otro chino en el corto lapso, nos haga aprender la lección a civiles y militares. A los primeros, que su primera obligación es con la democracia y el estado de derecho que se traduce en el respeto por sí mismos. A los segundos que cumplan su obligación de guardianes del estado y no la peguen de sus mandamases que ese no es su papel.
La historia es implacable y ya está haciendo sentir su castigo sobre aquellos que un día pisotearon el estado de derecho para encumbrarse en las alturas que no les corresponden sino a quienes están ungidos por el voto de los ciudadanos.
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