martes, 5 de agosto de 2008

Quilca, despertar de un sueño



Cuando pase por aquí la Costanera
renacerán todas las ilusiones


Llegar a la preciosa caleta de Quilca, es un suplicio que es necesario sufrir para disfrutar de toda su belleza. Y hay quienes dicen que la situación no durará mucho tiempo, porque se prepara el renacimiento de aquel distrito camanejo, que tanta historia tiene.
Dentro de poco, por fin, dicen los que saben, comenzará la construcción de aquella gran autopista costanera que arrancará de Camaná, y ya no subirá por la pesada Cuesta del Toro, sino que tomará un nuevo trazo que la llevará directamente a Quilca, y de aquí hasta Matarani, Mollendo, Mejía, La Punta y concluirá en el activo puerto de Ilo, donde se unirá a la carretera que conecta este punto con Tacna.
Así se anuncia un renacer de la economía de Quilca, en estos momentos tan venida a menos a pesar del esfuerzo de sus aproximadamente 4 000, habitantes, la mayoría de ellos pescadores artesanales.



El mar se escurre entre dos cerros



Una minoría aún cree en la agricultura afectada desde hace unos veinte años por la salinización del río Quilca a causa de las filtraciones provocados por las vecinas irrigaciones de Majes y Siguas y han comenzado a sembrar maíz, arroz y ¡trigo!, con que abastecen a los mercados de Camaná y Arequipa y hasta, créanlo o no, a las compañías cerveceras.


Ni la cercanía del mar ni la salinidad de la tierra los arredran



Con la bienaventurada Costanera se podrá llegar a la encantadora caleta, desde el kilómetro 845 de la Panamericana donde hoy existe un letrerito que dice “a Quilca, 32kilómetros”, distancia que se alarga traumática debido al pésimo estado de la trocha. Con la soñada vía, entonces sí serán ciertos los 32 kilómetros que marca el letrerito.
Quilca tiene su capital en el pueblo que se yergue en sus alturas a unos diez minutos del puerto y a 200 metros sobre el nivel del mar y que hoy es una pequeña joya engarzada en el litoral yermo y solitario que lo rodea.

La pintoresca y acogedora plaza de Armas le da la bienvenida




Su placita en dos niveles tiene, como todo pueblo que se respeta, su iglesia y su municipalidad, pintadas además de rosado. Un pequeño boulevard lleva al visitante al lado de esbeltas columnas que rematan en faroles, hasta la plataforma de otra plaza, desde cuyo borde se ve el valle que desemboca en el mar y se enfrenta a las espumosas olas.
Allí es donde los agricultores han sacado fuerzas de flaqueza y han sembrado contra viento, mareas y salinidad, los productos que les sirven de sustento y que comercializan en la medida que les es posible.

Las dudas del alcalde
Aunque el alcalde de la municipalidad distrital de Quilca, el estudioso de la historia Henry Cáceres Bedoya, lo pone en duda hasta no tener una absoluta certeza, aquella escondida caleta tiene una rica historia, uno de cuyos más difundidos episodios dicta que el Caballero de los Mares, don Miguel Grau Seminario, habría llevado su legendario Huáscar a sus tranquilas aguas, para reabastecerse de combustible y alimentos, mientras la poderosa flota chilena recorría el Pacífico en su busca en el afán de eliminarlo para completar su dominio sobre el mar peruano.
El burgomaestre no cree que se “escondía” de la escuadra enemiga, sino que llegaba allá para poner un intervalo en su ardua tarea de hacer la guerra con lo poco que tenía, mientras su tripulación descansaba y ponía en orden el navío que le serviría de transporte a la eternidad.


El Caballero de los Mares vigila la entrada de su puerto



La caleta rinde homenaje a Grau, cuyo busto metálico se alza sobre una columna que debiera ser más alta, pero desde donde, cómo no iba a ser así, la mirada del almirante se extiende sobre el mar que lleva su nombre y choca en la entrada flanqueada por dos elevados cerros de tierra amarillenta.

La única entrada al viejo sur

Hay solo 35 kilómetros de Camaná y unos 95 de Arequipa... en línea recta




Quilca, a 35 kilómetros al sur de Camaná y a 55 al noroeste de Arequipa, fue el puerto más activo del sur del Perú durante la Colonia. Por aquí embarcaban y desembarcaban los soldados que enviaban los gobernantes hacia el sur del Perú y hacia Bolivia.
Fue también por aquella época, refugio de bucaneros y piratas que esperaban dar el zarpazo a los barcos españoles.


Fue un puerto de mucha actividad durante la Colonia



Allí también se embarcaron para no volver jamás, el virrey La Serna, sus generales y sus tropas derrotadas en las batallas de Junín y Ayacucho.
Y durante la guerra con Chile, según el historiador camanejo doctor José María Morante, llegaron a Quilca los barcos Pilcomayo y Tolten y bloquearon la estrecha salida del puerto el 1 de noviembre en 1880. Un vecino de apellido Calderón envió un telegrama a la prefectura de Arequipa el día 2 e informó que de uno de los buques enemigos, desembarcó a las dos de la tarde del día anterior, un parlamentario chileno quien notificó a los pobladores que tenían un plazo de cinco minutos para abandonar sus viviendas.
Luego desembarcó el grueso de las tropas que incendió “todas las casas particulares y rancherías y los almacenes del puerto”.
Los soldados se dirigieron luego al pueblo y lo quemaron totalmente, descendieron al valle y continuaron su bárbara tarea. La incursión chilena contra una población indefensa dejó el puerto, el pueblo de Quilca y los anexos de Pueblo Viejo, el Platanal, Uchas, Quiroz, Higueritas y Monte Grande convertidos en cenizas, dice el doctor Morante, quien aún es recordado como uno de los más ilustres profesores del Colegio Nacional de la Independencia Americana de Arequipa.

Confianza en un tiempo mejor
La decadencia de Quilca se debió, sin duda, a la presencia de puertos mejor ubicados y equipados como Mollendo y Matarani, que dejaron a la pintoresca caleta en el semiolvido desde mediados del siglo pasado.


El Juez de Paz Jesús de la Torre también es pescador y agricultor



Desde entonces, relata el juez de paz del lugar don Jesús José de la Torre Núñez, muchos de sus pobladores prefirieron irse a buscar su porvenir en otras tierras como Arequipa o Camaná, las ciudades vecinas más cercanas que ofrecen mayores oportunidades y, desde hace poco, al floreciente distrito de El Pedregal, cuyo explosivo crecimiento es una atracción para todos los que quieran trabajar.
Ahora con la perspectiva de la Costanera del Sur, Quilca ve renacer su oportunidad.


Se siente que hay mucha amistad para recibir al visitante



Si bien no tiene mucho espacio para extenderse como puerto, posee inmensas playas de arena, fauna que no ha sido tocada por el hombre y que será necesario preservar de los depredadores, y gente que no quiere irse, sino que, como el juez Jesús de la Torre, vuelve para quedarse y trabajar por el desarrollo de su terruño.


Paisaje marino por donde se mire



Aparte de su valor potencial como centro turístico, Quilca es una tierra de costas inexploradas, con fauna virtualmente no tocada ni vista aún por el hombre, tiene extensas playas y es un lugar de veraneo que bien puede hacerle la pelea a cualquiera de las localidades de moda del norte del país.
Mientras tanto, Quilca vive de su pesca y su agricultura, aspira a un comercio que aún no existe y tiene esperanzas en el futuro y en la Costanera, que ojalá no sea una vez más, una ilusión perdida.



1 comentario:

Anónimo dijo...

hola.amigo Podesta,solo para decirte que el juez de Paz,sigue siendo el mismo personaje y nunca fue pescador ni agricultor,ah y el busto del caballero de los mares,pues al alcaldecito se el ocurrio quitarlo de su lugar y lo a colocado en uno de los muros de focos de lus en el malecon,en cuanto a la carretera,desde que se ilusiono a los pobladores en el 2008,hasta hoy a puertas del 2012 no se ha iniciado nada.deberias averiguar mas sobre las historias del supuesto estudioso de Quilca.