A propósito de Dos encuentros con el MRTA
El periodista Bernardino Rodríguez Carpio, a quien envié un correo para solicitarle un recuerdo acerca de aquel episodio que vivimos cuando un grupo de terroristas del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) incursionó en el local del Colegio de Periodistas del Perú (CPP) y que relaté en artículo anterior, ha tenido la gentileza de remitirme algunas precisiones que no aparecen en ese texto y que, en homenaje a la verdad merece entregarles. Así que, sin más trámite así lo hago.
El periodista Bernardino Rodríguez Carpio, a quien envié un correo para solicitarle un recuerdo acerca de aquel episodio que vivimos cuando un grupo de terroristas del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) incursionó en el local del Colegio de Periodistas del Perú (CPP) y que relaté en artículo anterior, ha tenido la gentileza de remitirme algunas precisiones que no aparecen en ese texto y que, en homenaje a la verdad merece entregarles. Así que, sin más trámite así lo hago.
El colega a quien mencioné como Miguel de los Ríos, es en realidad, Miguel de los Reyes, conocidísimo periodista de deportes que fue el brazo derecho del aún no olvidado Oscar Artacho, hombre de prensa argentino que invadió el Perú con sus comentarios sobre fútbol hace muchos años. Miguel de los Reyes, fallecido hace dos años, fue el primer periodista deportivo en transmitir desde la planta baja del Estadio Nacional, las incidencias de los encuentros de fútnol. Los demás colegas aún no abandonaban la cabina que se les asignaba entonces.
Miguelito de los Reyes era, cuando atacaron la sede del Colegio de Periodistas, Secretario del Consejo Ejecutivo del CPP.
Por su parte, Bernardino Rodríguez recuerda:
“Yo era en esos días Primer vicedecano encargado del Decanato porque el Decano Lucho Loli se encontraba delicado de salud. Tú, Enrique Paredes, el recordado Diógenes Puente de la Vega, redactor de la France Press, quien se fue apresurado porque debía regresar a su oficina, y no recuerdo quien más, integraban el Comité Electoral y se quedaron porque les ofrecí invitarlos a almorzar (con la caja del Colegio, en honor a la verdad).
Yo me demoraba en el Decanato atendiendo algunos asuntos con don Miguel de los Reyes. Tú me hacías señas para que mande a la mierda todo y vayamos al almuerzo, porque el tiempo te ganaba, debías ir luego a AP. Salió don Miguel y entró un huevón que me dijo ¡No se mueva!
Como en esos días habían ido periodistas a pedir información sobre el proceso, electoral creí que me iba a tomar una foto. Parecía que llevaba en alto una cámara fotográfica. No distinguí fácilmente el revólver porque apuntaba al techo. Fue ahí que tú, que me precedías le dijiste "baja, esa huevada, mierda".
Luego de tu salida, me arrodillaron y sentí el cañón en la cabeza, pero alguien dijo "déjalo, sácalo afuera" y salí del despacho con la orden de “no levantar la cabeza, mirada al suelo”.
Afuera en el hall me volvieron a arrodillar. Ahí estaban Paredes, tú, De los Reyes, y todo el personal administrativo.
Recuerdo la ecuanimidad de Enrique Paredes que, arrodillado, nos dijo sonriente a todos "tranquilos, no pasa nada; este es un acto político". Evidentemente estaba mandándoles un mensaje de paz a nuestros verdugos.
¿Me quisieron matar o alguien cambió la orden? Siempre me he preguntado lo mismo y solo hace unos meses me ha asaltado un recuerdo que había olvidado.
He recordado que una semana antes más o menos de ese incidente, pidió hablar conmigo un estudiante universitario no sé si de la Garcilaso o San Marcos. Me dijo que era un refugiado nicaragüense y que necesitaba ayuda. Yo estaba apurado y para evitarme conversaciones y demoras le di la razón cuando hablaba sobre sus luchas pero le dije que del Colegio no podía mover un centavo, imposible.
Me levanté y le dije que de mi bolsillo sí soy dueño absoluto. No sé cuanto le dí, pero recuerdo que fue un dinero elevado para mis posibilidades, que a él, sin embargo, le parecìó poco, según pude observar por su gesto de desagrado.
-Bueno, compañero –me dijo–, esto es solo una muestra de aprecio de su parte.
-Así es -le respondí- cada quien ayuda con lo que puede.
Había borrado esta visita de mi memoria por completo, pero hace poco –cosas prodigiosas que tiene la memoria- manejando mi carro dentro de la ciudad, como un campanazo se me apareció su rostro y el recuerdo de aquel hecho y la certeza de que él ordenó me pasen del decanato adonde estaban todos ustedes y de ahí a la Biblioteca donde nos encerraron.
Es la primera vez que cuento este hecho. Fíjate en la casualidad de tener que contarte esto a tu pedido en una fecha próxima al 20 de mayo, nuestros cumpleaños (*). ¡Y aquí estamos vivos para un nuevo onomástico!
(*) Bernardino y yo nacimos, en años diferentes, por supuesto, el 20 de mayo.
Afuera en el hall me volvieron a arrodillar. Ahí estaban Paredes, tú, De los Reyes, y todo el personal administrativo.
Recuerdo la ecuanimidad de Enrique Paredes que, arrodillado, nos dijo sonriente a todos "tranquilos, no pasa nada; este es un acto político". Evidentemente estaba mandándoles un mensaje de paz a nuestros verdugos.
¿Me quisieron matar o alguien cambió la orden? Siempre me he preguntado lo mismo y solo hace unos meses me ha asaltado un recuerdo que había olvidado.
He recordado que una semana antes más o menos de ese incidente, pidió hablar conmigo un estudiante universitario no sé si de la Garcilaso o San Marcos. Me dijo que era un refugiado nicaragüense y que necesitaba ayuda. Yo estaba apurado y para evitarme conversaciones y demoras le di la razón cuando hablaba sobre sus luchas pero le dije que del Colegio no podía mover un centavo, imposible.
Me levanté y le dije que de mi bolsillo sí soy dueño absoluto. No sé cuanto le dí, pero recuerdo que fue un dinero elevado para mis posibilidades, que a él, sin embargo, le parecìó poco, según pude observar por su gesto de desagrado.
-Bueno, compañero –me dijo–, esto es solo una muestra de aprecio de su parte.
-Así es -le respondí- cada quien ayuda con lo que puede.
Había borrado esta visita de mi memoria por completo, pero hace poco –cosas prodigiosas que tiene la memoria- manejando mi carro dentro de la ciudad, como un campanazo se me apareció su rostro y el recuerdo de aquel hecho y la certeza de que él ordenó me pasen del decanato adonde estaban todos ustedes y de ahí a la Biblioteca donde nos encerraron.
Es la primera vez que cuento este hecho. Fíjate en la casualidad de tener que contarte esto a tu pedido en una fecha próxima al 20 de mayo, nuestros cumpleaños (*). ¡Y aquí estamos vivos para un nuevo onomástico!
(*) Bernardino y yo nacimos, en años diferentes, por supuesto, el 20 de mayo.
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