domingo, 20 de abril de 2008

El cronista César Vallejo que poco conocemos (III)




70 años de inmortalidad


Esta es la tercera entrega de una serie de crónicas periodística que el poeta César Vallejo envió al Perú y que fueron publicadas en el diario El Norte de Trujillo, como el artículo de hoy -En la Academia Francesa- y revistas de Lima, como Mundial y Variedades. El artículo que les ofrezco hoy, estuvo precedido por una nota de redacción de la revista Primera Plana en que apareciera publicado, que se incluye para mejor conocimiento del Vallejo periodista.

(*) La crítica de los textos nos autoriza en este y en otros casos a desestimar la datación que traen las crónicas; esta ha sido evidentemente cambiada por la redacción del periódico en un afán de que no perdieran "actualidad". Tal es el caso de la fecha de esta crónica que no concuerda con el texto, escrito, según declara Vallejo, al día siguiente de la elección del novelista Edouard Estaunié (1862-1942) y del criminalista Henri Robert por la Academia Francesa. Les Nouvelles Lltteraires del 17 de noviembre de 1923 traen un comentario de Edmond Jaloux (Deux nouv. acad.) y R. Guillemin publica un artículo titulado L' election de Estaunié a l' Academle en la Semaine Litteraire del primero de diciembre de 1923. Todo ello justifica, en este como en otros casos similares, la inclusión de la crónica dentro del año 1923 (N. del Rec.) (Escrita esta nota encontramos en la versión española del libro El Abogado, de Henri Robert, antiguo Batonnier o Decano de la Orden de los abogados de París, una nota del traductor Jesús Ibrán que confirma nuestra tesis precedente: Robert fue elegido miembro de la Academia de Francia el 15 de noviembre de 1923).




Monumento a Vallejo frente al Teatro Segura

En la Academia Francesa

Todos sabemos que los Inmortales de Francia son, en sillones, cuarenta, número quizá excesivo para tales unidades de infinito. Cuarenta inmortales en efecto constituyen grey, y la grey supone idea de domesticidad y limitación en tiempo y en espacio. No sin lógica se imagina al símbolo por excelencia de la Eternidad, Dios, como uno solo y nada más que uno. Pero, se dirá, en razón, que no vivimos en las calvas zonas sin linderos, sino nada menos que en Francia, en este luzorama de Alsacias y Lorenas, de ententes y reparaciones. Entonces estamos de acuerdo. Cuarenta inmortales.
Mas de aquí que en la sesión de ayer estaban diez sillones vacantes, por muerte de seis de sus dueños -ya que también los inmortales tienen sus sutilezas con la ley de lo cambiante en lo absoluto-, y por no haberse incorporado aún cuatro elegidos. Ayer se reunieron los treinta dólmenes expeditos en persona, y, al separarse, eran treinta y dos, por elección del criminalista Henri Roberty del novelista Edouard Estaunié. La sesión para esta elección, que como ninguna otra, estuvo plena del total de los académicos expeditos, fue presidida por Jules Cambon, director en ejercicio de la compañía.
Llovía ligeramente. La multitud llenaba la cúpula, numerosa en escritores, periodistas, mujeres, militares. Antes de la sesión, a la una de la tarde, la muchedumbre errante en los corredores, se estremece, y rebota una voz de lengua en lengua:
- Los mariscales.
Es el vencedor del Kaiser, el Aquilino Foch. Se le aclama. Él agradece con su sonrisa pálida de héroe.
Luego ingresa Barthou. Identificó sus vidrios de ripio y sus largos mostachos a la funerala de ahora, con lo fotográficos que guardo obscuramente en la memoria. Luego ingresa un semblante vivaz y sonriente que, al descubrirse, muestra una calva dura, lleva monóculo.. y en un sobretodo negro envuelve la magrez de su figura.
- ¿Quién es? - pregunto.
- Henri de Regnier.
Entonces, pues, este era Henri de Regnier.
- ¿Y éste otro? - vuelvo a interrogar a mi vecino, señalando a un marcial y fuerte cofrade, que avanza a paso firme y rápido, conversando con un joven que se le parece. Varias voces cuchichean:
- Jean Richepin viene con su hijo.
Cuando Jean Richepin llega, los Inspectores del orden, desconociéndole y creyéndole periodista, le exigen su tarjeta de la prensa. El humorista de notarios y filisteos responde con un gesto amplio e imperioso:
- Soy el mariscal Richepin.
El público celebra el rasgo de color, y le inciensa. Después vienen otros y otros inmortales. Los últimos en ingresar al Instituto son Raimundo Poincaré y Anatole France. Vienen juntos. La multitud saluda y dobla todas sus rodillas... Sugestivo paralelo el de ambos grandes. El expresidente de la República aparece presuroso, poseído de su ingénita agitación de hombre de Estado, agitación que le corre ahora por toda la frente, por los párpados, la pera y por el álgebra austera de la calva. En cambio, M. Bergeret avanza reposado, sonriendo abiertamente; en su pálida figura parece haberse ya puesto a secar, al aire de la Serenidad, que es el aire más puro y omniciente del espíritu, la ironía tritícea de su vida. De aqueste recinto, al final de la sesión de la Academia, tornará, como vino, con su largo gabán obscuro, alegre, sencillo y despreocupado como un niño, sumerso siempre en la simple dulzura de vivir, de ser únicamente. En tanto, el primer ministro saldrá de ahí, tan apresurado y tempestuoso como entró e irá a los Elíseos, a auscultar la sesión de los Embajadores, y luego irá a husmear el rastro de las pólvoras quemadas, por dónde sigue, a qué gruta penetra. Y en qué dirección mira... Sugestivo paralelo el de estos dos grandes. El uno, el de la pera, va de adentro para afuera; de afuera para adentro opera el otro. Aquí la ilustración. El Jefe de Gabinete, de improviso, al tomar los asientos, trata de obscurecerse ante Anatole France y le cede el paso, diciéndole sonriente:
- El Gobierno se inclina ante el Genio.
El autor de la "Rebelión de los Ángeles" acata el homenaje, con encantadora modestia, y pasa a ocupar su sillón, entre el coro de potestades que, como todos sabemos, son inmortales a pesar de ser cuarenta, y que a pesar del gesto poincareano, son cuarenta, con los tres mariscales y Jorge Clemenceau.
(El Norte, 15 de febrero de 1924)

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