Hay que tener verdaderamente suerte para ver algunos cóndores evolucionar en el azul cielo del Cañón del Colca. De hecho, muchos turistas se regresan con las alas caídas y confiesan que a pesar de haber hurgado el cielo con cámaras y binoculares no lograron ver a ninguno.
Pero otros sí tuvieron suerte y captaron toda la belleza de esas aves en pleno vuelo. Otros más afortunados lograron ver los polluelos de cóndor posados en las rocas del cañón y lograron lo que para muchos es una hazaña de los turistas: Ver sus juegos infantiles y comprobar que no se atreven a lanzarse al aire mientras no confíen plenamente en sus alas.
Pero otros sí tuvieron suerte y captaron toda la belleza de esas aves en pleno vuelo. Otros más afortunados lograron ver los polluelos de cóndor posados en las rocas del cañón y lograron lo que para muchos es una hazaña de los turistas: Ver sus juegos infantiles y comprobar que no se atreven a lanzarse al aire mientras no confíen plenamente en sus alas.
Mauricio de Romaña, un promotor proverbial de las bellezas del Cañón del Colca, escribió un artículo que tituló “Territorio del cóndor”, en el libro “Descubriendo el valle del Colca” y habla maravillas de esos enormes pájaros, cuya presencia ha determinado la creación del Santuario Nacional del Cóndor para protegerlas de la extinción en el valle del Colca.
El pájaro más grande
De acuerdo con los estudios de los más renombrados condorólogos de Arequipa y Cusco, nuestro cóndor es la más grande de las aves del mundo. Un macho maduro de pie puede medir hasta 1.30 metros de altura y cuando estira las alas muestra una envergadura de casi 3.50 metros. Un macho puede llegar a pesar entre doce y 15 kilos, mientras el peso de la hembra fluctúa entre ocho y 11 kilos. A pesar de su peso puede volar por sobre los 7 000 metros de altura a una velocidad de 50 o 55 kilómetros por hora.
Tiene la cabeza de color rosado, pero puede encenderse, dicen, de acuerdo con su estado de ánimo. Su pico es cortante y curvo. A pesar de ser calificada como ave rapaz, sus patas no son prensiles y terminan en uñas cortas y curvas, adaptadas para la marcha y para sujetar la carroña que puedan conseguir. Porque el cóndor no se alimenta de animales vivos.
A diferencia de las hembras que no la tienen, los machos están adornados por una cresta cuyos pliegues aumentas con la edad y pueden cubrirle parte de la cara y cuello y llegar hasta el pico. Sus ojos son rojizos. Los de la hembra son marrones.
A los ocho años, el cóndor alcanza su madurez y su plumaje se convierte en negro cercano al azul a diferencia del pardo oscuro de su niñez y juventud. Adquiere una banda blanca de plumón en el borde de las alas y un collar también blanco le protege el cuello desnudo.
Fiel hasta la muerte
El cóndor es monógamo y solo busca nueva pareja cuando la suya muere. Aunque es sedentario, suele volar enormes distancias en busca de comida cuando no la encuentra en su hábitat normal para traerla a sus hijos.
En su vuelo, el cóndor ahorra mucha energía. Aprovecha las corrientes de aire para ese vuelo elegante, pausado y silencioso con que se desliza por el cielo casi sin mover las alas. La razón de su serenidad cercana a la indiferencia por los curiosos, es que carece de músculos pectorales poderosos, a diferencia de otras aves.
Como otros machos, el cóndor corteja a su pareja durante varios días antes de conseguir el permiso de apareamiento. La hembra pone uno o dos huevos de unos 11 centímetros cada año. Los deposita sobre la roca desnuda y se turna con el fiel marido para empollarlos entre 54 o 58 días.
Los padres cuidan al polluelo en el nido y por lo menos durante los seis primeros meses, le proporcionarán su alimento por regurgitación. Durante otro medio año, lo protegen cuando trata de dar sus primeros vuelos. En total, el polluelo está bajo la tutela hogareña durante los dos primeros años de su vida.
Los estudiosos dicen que el cóndor no es agresivo ni depredador y es muy rara la ocasión en que ataca a otros animales recién nacidos, heridos o cansados. Puede resistir sin beber y comer hasta mes y medio pero conserva su vigor como si comiera todos los días.
Cuando encuentra una cantidad de comida, come con tanta glotonería que el peso que adquiere le impide levantar vuelo.
Hay cóndor que dura cien años
Aunque los condorólogos coinciden en que la edad límite del cóndor es de 80 u 85 años, hay quienes afirmar que hay pruebas de que en cautiverio, puede vivir hasta cien años.
Sin embargo, hoy es una especie en peligro de extinción, en todo el territorio que ocupa, desde Venezuela y Colombia, hasta la Tierra del Fuego, por lo que los gobiernos de los países andinos tratan de salvarlo con la adopción de distintas medidas de protección.
Los estudiosos dicen que el cóndor no es agresivo ni depredador y es muy rara la ocasión en que ataca a otros animales recién nacidos, heridos o cansados. Puede resistir sin beber y comer hasta mes y medio pero conserva su vigor como si comiera todos los días.
Cuando encuentra una cantidad de comida, come con tanta glotonería que el peso que adquiere le impide levantar vuelo.
Hay cóndor que dura cien años
Aunque los condorólogos coinciden en que la edad límite del cóndor es de 80 u 85 años, hay quienes afirmar que hay pruebas de que en cautiverio, puede vivir hasta cien años.
Sin embargo, hoy es una especie en peligro de extinción, en todo el territorio que ocupa, desde Venezuela y Colombia, hasta la Tierra del Fuego, por lo que los gobiernos de los países andinos tratan de salvarlo con la adopción de distintas medidas de protección.
La muerte del cóndor es algo que escasos observadores han podido atestiguar y la han calificado de misteriosa y desconcertante, por no decir poética y dramática.
Al final de su existencia, cuando se siente cansado y sin fuerzas e inútil –así lo describen algunos estudiosos– “el cóndor cree que su vida ya no tiene sentido por lo que opta por el final preferido por su raza y practicado por milenios”.
Decide su último vuelo y se eleva hasta la máxima altura que pueden lograr sus alas y sus fuerzas y se lanza luego a tierra en picada a toda velocidad para estrellarse finalmente “contra la faz rocosa de una montaña, dando fin a una centuria de su reinado en los cielos andinos”.
“Yawar Fiesta”
Durante el incanato, el cóndor era considerado un dios de las alturas y fue denominado el “Apu kuntur”, a quien se atribuía la misión de enlazar el “Hanan Pacha” o paraíso de los hombres con el “Kay Pacha” o el reino de este mundo.
Una tradición quechua cuenta que en el patio del Akllawasi o casa de las vírgenes del sol, un día cayó muerto un cóndor, lo que se interpretó como el principio del fin del imperio de los incas.
Al final de su existencia, cuando se siente cansado y sin fuerzas e inútil –así lo describen algunos estudiosos– “el cóndor cree que su vida ya no tiene sentido por lo que opta por el final preferido por su raza y practicado por milenios”.
Decide su último vuelo y se eleva hasta la máxima altura que pueden lograr sus alas y sus fuerzas y se lanza luego a tierra en picada a toda velocidad para estrellarse finalmente “contra la faz rocosa de una montaña, dando fin a una centuria de su reinado en los cielos andinos”.
“Yawar Fiesta”
Durante el incanato, el cóndor era considerado un dios de las alturas y fue denominado el “Apu kuntur”, a quien se atribuía la misión de enlazar el “Hanan Pacha” o paraíso de los hombres con el “Kay Pacha” o el reino de este mundo.
Una tradición quechua cuenta que en el patio del Akllawasi o casa de las vírgenes del sol, un día cayó muerto un cóndor, lo que se interpretó como el principio del fin del imperio de los incas.
En los pueblos andinos se mantiene la tradición del “Yawar fiesta” de que nos habla José María Arguedas, la fiesta de sangre que tiene como protagonistas a un toro, aparente representante de los conquistadores hispanos y un cóndor, representante de la raza inca que busca un desquite.
Los pobladores tienden una trampa al cóndor, cuyas costumbres conocen. Matan una vaca o un cordero y ponen los restos en una hondonada preparada especialmente. Saben que tarde o temprano, en los próximos días, un cóndor se sentirá atraído por ese banquete y comerá tanto que no podrá volar cuando sienta la proximidad de sus captores.
Preso, en medio de cohetones, bandas de música y algarabía popular, los pobladores coserán sus garras al lomo de un toro. El cóndor en su lucha por huir, propinará severos picotazos al toro y este tratará de librarse del ave con desesperación, correrá por la plaza que los pobladores han preparado y ambos sentirán correr la sangre.
Ninguno morirá, sin embargo. Los pobladores finalmente separarán a los dos animales. Llevarán al cóndor hasta la montaña y lo liberarán.
Los pobladores creen que el cóndor, que conecta el cielo y la tierra, ya está satisfecho por haber gustado carne y sangre frescas y que el homenaje que acaban de rendir al Apu Kuntur lo ha satisfecho hasta el próximo año en que volverán a atrapar a otro o al mismo cóndor para su fiesta patronal.
Los cóndores del Colca
Los cóndores son la atracción del Cañón del Colca y son los amos y señores del límpido cielo, pero son bastante esquivos. Sin embargo, la paciencia y el espíritu de observación tiene su premio y los visitantes se llevan casi siempre en sus cámaras fotográficas y filmadoras, una demostración del elegante vuelo y no pocas veces, de los ensayos de los polluelos para imitar la hazaña de sus padres.
En vista de que en Venezuela la población de cóndores ha sido declarada en extinción y de que en el Perú, Colombia y Ecuador, su número ha disminuido, en el Colca los turistas reciben recomendaciones para no hostigar ni realizar acciones que pudieran contribuir a la huida o desaparición de los cóndores existentes.
Algunos estudiosos indican que en los Andes peruanos hay poco menos de 200 cóndores en libertad, la mayoría en la cordillera, aunque también hay algunos que se arriesgan a buscar su alimentación en algunos lugares de la costa, de lo que sin embargo, no existen registros firmes.
El cóndor, amo del cielo de nuestras cordilleras y valles interandinos, es una de las últimas aves soberanas que nos quedan en América y será bueno hacer todo lo posible y lo imposible para protegerlo de la extinción que lo amenaza.
(Las fotos corresponden a un donante anónimo que las hizo llegar al autor)
Los pobladores tienden una trampa al cóndor, cuyas costumbres conocen. Matan una vaca o un cordero y ponen los restos en una hondonada preparada especialmente. Saben que tarde o temprano, en los próximos días, un cóndor se sentirá atraído por ese banquete y comerá tanto que no podrá volar cuando sienta la proximidad de sus captores.
Preso, en medio de cohetones, bandas de música y algarabía popular, los pobladores coserán sus garras al lomo de un toro. El cóndor en su lucha por huir, propinará severos picotazos al toro y este tratará de librarse del ave con desesperación, correrá por la plaza que los pobladores han preparado y ambos sentirán correr la sangre.
Ninguno morirá, sin embargo. Los pobladores finalmente separarán a los dos animales. Llevarán al cóndor hasta la montaña y lo liberarán.
Los pobladores creen que el cóndor, que conecta el cielo y la tierra, ya está satisfecho por haber gustado carne y sangre frescas y que el homenaje que acaban de rendir al Apu Kuntur lo ha satisfecho hasta el próximo año en que volverán a atrapar a otro o al mismo cóndor para su fiesta patronal.
Los cóndores del Colca
Los cóndores son la atracción del Cañón del Colca y son los amos y señores del límpido cielo, pero son bastante esquivos. Sin embargo, la paciencia y el espíritu de observación tiene su premio y los visitantes se llevan casi siempre en sus cámaras fotográficas y filmadoras, una demostración del elegante vuelo y no pocas veces, de los ensayos de los polluelos para imitar la hazaña de sus padres.
En vista de que en Venezuela la población de cóndores ha sido declarada en extinción y de que en el Perú, Colombia y Ecuador, su número ha disminuido, en el Colca los turistas reciben recomendaciones para no hostigar ni realizar acciones que pudieran contribuir a la huida o desaparición de los cóndores existentes.
Algunos estudiosos indican que en los Andes peruanos hay poco menos de 200 cóndores en libertad, la mayoría en la cordillera, aunque también hay algunos que se arriesgan a buscar su alimentación en algunos lugares de la costa, de lo que sin embargo, no existen registros firmes.
El cóndor, amo del cielo de nuestras cordilleras y valles interandinos, es una de las últimas aves soberanas que nos quedan en América y será bueno hacer todo lo posible y lo imposible para protegerlo de la extinción que lo amenaza.
(Las fotos corresponden a un donante anónimo que las hizo llegar al autor)
2 comentarios:
Mi querido amigo Luis Eduardo:
Por la gracia de Dios y benevolencia tuya, muchas gracias por tanta generosidad de cultura puesta en estas notas. Gracias a Dios, gracias amigo, El te bendiga.
Hasta que la dicha divina me ponga en tu camino, un fuerte abrazo
Oscar Achata Arias
I really want to thank you all, the ones who are doing such a great effort to share a great part of our culture; it really is a great job!!
Congratulations...
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