domingo, 9 de diciembre de 2007

Ni con un pétalo de contaminación

Una reciente ordenanza municipal, que firma el alcalde Simón Balbuena Marroquín (izquierda foto), ha destinado las calles adyacentes a la Plaza de Armas de Arequipa, al exclusivo paso de peatones. Nunca más vehículos contaminantes. Con la sagacidad conejil que le es propia, el burgomaestre trata de aprovechar la enorme congestión de los días navideños, para introducir la medida.
De este modo, se convertirán en exclusivamente peatonales, las primeras cuadras de San Francisco y Mercaderes, las ídem de General Morán y Álvarez Thomas (antes Ejercicios), en la otra esquina, también las dos primeras de San Agustín y Santa Catalina, y el marco se cierra con las también primeras cuadras de Puente Bolognesi y La Merced. Claro que, estratégicamente, se han dispuesto, según datos fidedignos, diversas fechas para poner en práctica la ordenanza.
Quienes pensaron que la disposición solo iba a afectar a la comunidad durante los días de fiestas navideñas, se equivocaron. La prohibición del tránsito vehicular será para siempre y se ajusta, según señalan las autoridades ediles, a compromisos suscritos con la UNESCO, que reclama que una ciudad declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad, como Arequipa, no solo lo parezca sino que lo sea.
Arequipa tiene ese título desde fines del año 2000, conseguido durante la administración municipal de Juan Manuel Guillén, hoy presidente regional.
Pero la historia viene de antes. Desde los años 70s, la comunidad arequipeña acariciaba un sueño. Quería que la ciudad fuera declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad y lo logró treinta años después, a finales del año 2000.

La imponente catedral


El entonces alcalde Juan Manuel Guillén y sus principales colaboradores no vacilaron en lanzarse a la pileta de la Plaza de Armas cuando les llegó –¡al fin!– la noticia de que la UNESCO había declarado el centro histórico de Arequipa Patrimonio Cultural por lo que debía conservarse como aquellos que aman la ciudad quieren que se conserve, a pesar de las ideas de modernidad que suelen aplicarles ese toque que solo significa uniformarla con otras ciudades del mundo.

Una calesa revive el pasado frente al Portal de San Agustín

El expediente que fue enviado a la UNESCO tiene el número cabalístico de 77 páginas, incluida la ampliación, que constituye el total del documento, cifra quizá nunca tan breve para solicitar, fundamentar y, sobre todo, conseguir un resultado tan importante como la declaratoria de una ciudad al rango de Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Otro siete, el de la década de los 70s está ligado a ese anhelo, porque fue entonces que comenzó a cobrar cuerpo la idea de que ese título le correspondía por derecho.

Algunos cronistas recuerdan con cierta sonrisa, que los burócratas del Instituto Nacional de Cultura (INC) que recibieron las 31 primeras páginas del expediente, lo pesaron, lo miraron, lo hojearon y se alzaron de hombros como si dijeran allá ellos, anuncio virtual de un fracaso más, de unos papeles destinados a dormir el sueño de los que tienen perdida la fe.

Eso ocurría a finales de mayo de 1999 y las modestas 31 páginas eran el resumen, quizá excesivamente breve, de treinta años de un deseo común, que se traducía en el terco empeño de que, siendo tan bonita, tan limpia, tan luminosa y tan hospitalaria, no era justo que quedara encerrada entre las cuatro paredes de sus volcanes y sus chacras. La humanidad entera tenía no sólo el derecho sino la obligación de venir a verla y conservarla.

El mismo alcalde Juan Manuel Guillén había dicho en cuanta oportunidad se le presentaba que Arequipa "es históricamente más monumental que otras ciudades con más nombre y promoción internacional".

El equipo dinámico

A las primeras 31 páginas, se sumaron otras 46 que la UNESCO, dependencia de las Naciones Unidas para la ciencia y la cultura, reclamó como ampliación del expediente.

El documento contiene la descripción del área de 20 mil metros cuadrados, donde se encuentran las principales y más antiguas construcciones de la ciudad.

Fueron registradas en el centro histórico doce iglesias, los monasterios de Santa Catalina, que contiene la famosa ciudadela medieval, Santa Teresa, que también fue abierto al público para que le haga pareja al de Santa Catalina, y Santa Rosa, los conventos de San Francisco, la Compañía de Jesús y Santo Domingo, dos viejos molinos en las orillas del Chili, uno de ellos llamado también Molino de Santa Catalina, dos capillas y unas quinientas casas, nada menos, construidas durante la colonia.

Las dos banderas, peruana y mistiana, en día de fiesta



Un mes le bastó al equipo presidido por Gonzalo Olivares Rey de Castro, para alistar el proyecto que en junio de 1999 fue presentado a la UNESCO. Junto a Olivares se alinearon Luis Maldonado Vals, Álvaro Pastor, Fernando Málaga, Franz Grupp, Jesús Carpio y Alonso Ruiz Rozas, quienes acumularon más de 200 transparencias, extensa bibliografía y no pocos videos sobre la Ciudad Blanca de diferentes épocas, y en los cuales se observaba el mismo rostro tradicional, limpio, bien cuidado que todos se preocuparon siempre en proteger.

El equipo fue organizado en enero de 1989, cuando se hizo cargo de la Municipalidad provincial, el alcalde Guillén Benavides.

Todos los miembros del grupo trabajaron sin cobrar y tuvieron la cooperación igualmente desinteresada de la facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de San Agustín. En mayo de 1999, se creó la Superintendencia del Centro Histórico, a la que se encargó de la realización de las gestiones encaminados a postular el valioso título.

El cierre al tránsito vehicular de todas las calles a cien metros de la Plaza de Armas, significará que tendrán una mayor protección contra las sustancias contaminantes provenientes de los combustible y el mal estado de los vehículos que constituyen un atentado contra una ciudad que aspira a tener su imagen propia, distinguida y blanca que busca recuperar su cielo azul, su puro sol.

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