lunes, 3 de diciembre de 2007

La salvación de los cocodrilos


Ir a Tumbes no solo es tentar la posibilidad de atravesar la frontera, comer un cebiche de conchas negras en el extranjero y regresar con la maleta llena de cosas baratas… si las hay y uno puede encontrarlas, sino de ver la forma en que una empresa estatal –¡milagro!– mantiene un criadero de cocodrilos.

Ir a Tumbes es visitar el malecón al borde de su caudaloso río y admirar la enorme boca del monstruo con que comienza su pintoresca estructura, escuchar música los fines de semana en la colorida concha acústica de su plaza de armas, admirar su arquitectura de techos salientes como si todo el mundo quisiera esquivarse de la lluvia…
Y algo más.
Ir a Tumbes significa fundamentalmente visitar el encantador Puerto Pizarro, abordar una lancha y recorrer los esteros, admirar los manglares y si hay suerte, ver a los pescadores de conchas negras en los bordes de la vegetación, meter las manos en el lodo para hurgar y extraer las conchas negras con las cuales, dicen, se prepara el cebiche más sabroso y revitalizante del mundo. Eso dicen.



Blancura en medio del agua verde



Recorrer los esteros cuando la marea está alta le brinda a uno el regalo de ver la Isla de los Pájaros, sobre todo en la época en que anidan, en que el cielo se oscurece con sus alas y parece mentira, sencillamente, que en medio de esa enorme congestión de picos y alas, no se produzca ninguna colisión ni incidente, y agrada saber que todos esos miles de aves comparten al mismo tiempo el mismo cielo.




La Isla de los pájaros


También puede uno disfrutar, si va con su pareja, de la soledad y las chozas de la Isla del Amor, donde todo es silencio de cuando en cuando interrumpido por el canto de algunas aves, el paso de las gaviotas, o la vista lejana y bulliciosa de un bote con turistas o pescadores.




Visitantes al otro lado de los cocodrilos


Pero ir a Tumbes es también tentar la posibilidad de visitar el Zoocriadero de cocodrilos, al norte de Puerto Pizarro, donde la empresa estatal Fondo Nacional de Desarrollo Pesquero (Fondepes) le está dando una mano a la naturaleza para no permitir que los saurios desaparezcan del mapa de este mundo.


Cocodrilos de vivero



Encontrará cocodrilos –a los que los lugareños a veces llaman lagartos– recién salidos del huevo y otros capaces de arrancarle el brazo a quien se atreviera a acercarse demasiado, todos a cargo de Mercedes Bereche, quien a pesar de su nombre y de su apodo –sus amigos le dicen “Mechita” – es un hombre bien hombre, que se las ve con cocodrilos de todos los tamaños día y noche.
–Aquí –me dijo “Mechita” Bereche–, hay unos 250 cocodrilos, grandes, chicos, chiquitos y chiquititos”.




Sale para la hora del almuerzo




El cuidador del criadero protege a los cocodrilos como una madre a sus hijos. Les trae una comida de peces vivos o muertos o raciones de insectos para los más pequeños, que consigue en los brazos del mar y la tropical vegetación que tiene a su alcance.
Y cuando los saurios tienen la edad y el tamaño suficientes, los devuelve al río que allí se une con el mar para que se las arreglen por sí mismos y hagan lo posible por repoblar los bordes de los manglares que a su vez, les servirán de protección frente a los depredadores, uno de los cuales, el peor, es el hombre.



Conversación al borde de la piscina



Bereche conoce las costumbres de sus cocodrilos y sabe que viven entre cinco y veinte años, si antes un depredador humano, no los caza para hacerse algunos pares de zapatos y carteras.
La mayoría de los cocodrilos del criadero, tienen entre cero y cinco años, pero hay algunos que según el testimonio de los ojos, ya han alcanzado la edad adulta y merecerían irse, pero Bereche los mantiene allí para que sirvan de reproductores y aumenten la población de esos reptiles en esta parte del continente.


Una vieja historia



Los cocodrilos aparecieron sobre la Tierra al mismo tiempo que los dinosaurios, de los que son parientes cercanos. Pero los cocodrilos se dieron maña para permanecer entre nosotros cuando en determinado momento de la prehistoria, el clima adverso –probablemente provocado por un gigantesco meteorito que cayó sobre el mundo y lo oscureció durante siglos– causó la desaparición de aquella parentela.


Los cocodrilos se han dado maña también para permanecer como fueron antes, sin que las leyes de la evolución los hayan obligado a cambiar su imagen.


A salvo de cualquier preocupación


Los expertos en cocodrilología –nuevo término ideado por este blog para que dentro de cien años lo incluya la Real Academia en su diccionario– señalan que existen por lo menos 22 especies de cocodrilos cuyos originales aparecieron sobre la faz de la Tierra hace unos 250 millones de años. Los de Tumbes están clasificados científicamente como crocodylos acutus y su color es cercano al amarillo que lo mimetiza con el barro. Está considerado como una especie en riesgo de desaparición. Porque el hombre descubrió que sus huevos le sirven como alimento, su piel para zapatos y carteras de lujo y sus glándulas de almizcle para hacer perfumes.
Uno de los secretos de su supervivencia es que se adaptan a cualquier lugar del mundo, y viven tan bien en la India, en Centroamérica, en Estados Unidos como en los manglares de Tumbes. Son buenos pobres y comen todo lo que se les ponen delante, vivo o muerto.
Otro factor es que su hábitat puede ser la tierra o el agua donde mantenerse inmóviles durante muchas horas en un letargo que recupera sus energías antes de entregarse a una nueva cacería que les dará una comida abundante con la que pueden vivir una semana.




Una siesta sobre la blanda tierra


Otro secreto de su larga vida es que los cocodrilos son padres preocupados por su familia. La mamá cuida a sus hijos desde que salen del cascarón y luego los lleva al wawawasi, un estanque de aguas tranquilas y tibias, donde los custodiará, a veces a costa de su vida, hasta cuando están en capacidad de ganarse la vida por sí mismos y los lanza a las aguas del río, o en el caso del criadero de Tumbes, salen en brazos de “Mechita” para ser arrojados a los esteros, esa amplia zona donde el río se mezcla con el mar a pocos metros de la frontera con Ecuador.
Los cocodrilólogos, cuentan que uno de los parientes lejanos, que vivió durante el cretáceo era el deinosuchus y medía nada menos que 45 metros. Pero hubo también en esos momentos otros que alcanzaban apenas 50 centímetros. Los que se alojan en el Zoocriadero de Puerto Pizarro cuando llegan al metro y medio son echados de la casa por mayoría de edad.


Cómo llegar



Al criadero se llega luego de recorrer los brazos de mar entre verdes y enrevesados manglares que hunden sus raíces en una arena blanca por fuera y negra por dentro, que succiona los zapatos y es tan resbaladiza como el fango.
Superado el obstáculo de la playita pegajosa, un caminito de arena reseca, entre vegetación tropical que suelta miles de mosquitos y zancudos, lo conduce al criadero, donde tras gritar y tocar la puerta, aparecerá para darle la bienvenida el mismísimo Mercedes Bereche.

Vivero perdido en la maraña de los manglares


En la puerta se lee un cartel que identifica el lugar como Zoocriadero de Fondepes Fondo Nacional de Desarrollo Pesquero, Puerto Pizarro, Tumbes, Crocodylos acutus americano.
Otros carteles le indican que la entrada cuesta tres soles y que los días de atención al público son jueves a martes con un descanso de los miércoles por motivos de mantenimiento, limpieza y cargado de agua para las pozas donde se crían los cocodrilitos.
El mismo Mercedes Bereche lo guiará luego, en un recorrido por los pozos donde uno puede asistir a la magnífica tarea que una empresa se ha impuesto, de remplazar a la naturaleza para impedir que en menos tiempo del calculado, nos quedemos sin cocodrilos en los manglares y el mundo se quede sin una especie más de las muchas que el hombre se da el lujo de matar a cada rato.

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